Saber esperar
rfonseca@noroeste.com / rodifo54@hotmail.com
Todos tenemos prisa en el vertiginoso mundo actual. Nos cuesta esperar a que cambie la luz del semáforo, y, si ya cambió, nos cuesta esperar a que reemprenda la marcha el vehículo ubicado delante de nosotros. Nos molesta hacer cola para subir al autobús, para comprar tortillas o para obtener un turno al cambiar un cheque en el banco.
Si vamos a un restaurante, nos molesta el tiempo que se tarda el mesero en atender nuestra orden y traernos la comida. Por eso, en ocasiones preferimos acudir a establecimientos de comida rápida, o comprar alimentos ya elaborados que se puedan preparar en el horno de microondas.
Anteriormente, sabíamos esperar a que nos llegara una carta por correo tradicional, a cobrar pacientemente un giro telegráfico o postal, a realizar una llamada telefónica de larga distancia en la cabina ubicada en una central telefónica. Hoy, esto es impensable y anacrónico. No está mal que actualmente todo lo queramos instantáneo, lo negativo estriba en que hemos perdido la virtud de saber esperar.
El pedagogo italiano, Gianfranco Zavalloni, escribió un libro titulado “La pedagogía del caracol. Por una escuela lenta y no violenta”, donde resaltó la incapacidad actual para saber esperar: “Se vive con el mito acuciante del tiempo real y se está perdiendo la capacidad de saber esperar... ¿Ya nadie puede esperar? No. Hoy lo queremos todo ya mismo. Gracias a la televisión, primero, y actualmente a las redes telemáticas, está en boga el suministro de noticias en tiempo real, en directo”.
Carl Honoré, autor de Elogio de la lentitud, señaló: “Creo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir. Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida”.
¿Me cuesta esperar? ¿Me consume la desesperación?