Se cree Madero... pero actúa como Victoriano Huerta

Martín Moreno-Durán
29 abril 2021

Además de mentir de manera patológica, López Obrador manifiesta un desorden de personalidad que, según las circunstancias políticas, le conviene asumir. De acuerdo al tema de coyuntura, un día se cree Lázaro Cárdenas. Otro día, Benito Juárez. Y de manera frecuente, se personifica como Francisco I. Madero: victimizado, martirizado. “Soy el Presidente más atacado de la historia”. A esta multipolaridad en el poder, habrá que agregarle su nuevo trastorno de conducta: convertirse en el Victoriano Huerta de nuestros días.

A Huerta -uno de los personajes más siniestros y aborrecidos de la historia nacional-, lo apodaban “El Chacal”, por traicionero y asesino. Flaco favor se hace AMLO al disfrazarse de Victoriano Huerta en Palacio Nacional, violando la Constitución, traicionando a la democracia, pretendiendo la reelección de los poderes, empoderando al Ejército para reprimir cualquier insurrección en su contra y buscar la dictadura política. Sí, como Huerta, López Obrador ya perdió toda frontera entre democracia y dictadura. El poder los perturba. El poder los envilece.

¿Pruebas? Van:

Como Huerta, AMLO traicionó a la democracia. Así como Victoriano apuñaló a Madero a pesar de la confianza que éste le otorgó para defender Palacio Nacional, Andrés Manuel ha traicionado a la democracia interpretando de manera perversa su triunfo en 2018, al pretender regresar a la era del partido único en México, a un presidencialismo absoluto e imperial, y a los tiempos de la dictadura perfecta contra los cuáles -vaya paradoja- votaron millones que le dieron, con el voto, la Presidencia. López Obrador ha traicionado las bases elementales de la democracia en su afán de regresar a viejos moldes políticos que, hoy por hoy, son antidemocráticos y nocivos para el país. Lo hemos advertido en esta columna: nos pretenden llevar de la dictadura perfecta, a la dictadura populista.

Como Huerta, AMLO mancilló a la investidura presidencial. Si bien Victoriano ordenó el asesinato de Madero, Andrés Manuel ha sido el verdugo de esa investidura que juró respetar para cumplir y hacer cumplir la Constitución el día que tomó protesta como Presidente, al ordenar desde Palacio Nacional consultas ilegales para tomar decisiones impulsadas más por su ideología y traumas personales que por el bien del país; pisotea las leyes electorales para beneficio de su partido; escupe los ordenamientos constitucionales con tal de consolidar su proyecto socialista-marxista, y se pasa por el arco del triunfo una Constitución que le estorba para alcanzar su delirio mayor: ser el único y absoluto poder en México. Sí, fiel espejo de la dictadura de Hugo Chávez en Venezuela. Nada menos, el domingo pasado, López Obrador calificó a la democracia en Bolivia como “un ejemplo”. ¿Alguna duda sobre hacia dónde nos quiere llevar AMLO, poniendo como adalid democrático a un Evo Morales que en 2017 pretendió beneficiarse con una “reelección presidencial indefinida”?

Como Huerta, AMLO se resiste a dejar el poder en los tiempos constitucionales establecidos. Mientras Victoriano se negó a dejar la Presidencia para evitar invocar a elecciones libres tras el crimen de Madero y Pino Suárez -a pesar de haber aceptado ser un Presidente de transición-, Andrés Manuel avala también la reelección disfrazada, empezando, primero, con respaldar el golpismo legislativo para alargar por dos años más la presidencia de su amigo y aliado, Arturo Zaldívar, al frente de la SCJN, en un ensayo reeleccionista y amago indudable para tentar terrenos y poder extender su mandato presidencial más allá de 2024. Como Victoriano Huerta, López Obrador perdió todo escrúpulo personal e institucional tan sólo al llegar a Palacio Nacional, y coquetea ahora con la antidemocrática intención -como Chávez, Maduro, Evo y Putin-, de violar la Constitución para extender su mandato constitucional. Ambos son partidarios del golpismo.

Como Huerta, AMLO odia a la clase media. Si bien Victoriano mostró su rechazo a una clase media a la que repudiaba y ordenó, en represalia, la desaparición de la Casa del Obrero Mundial, Andrés Manuel sigue por el mismo camino al sacrificar a esa clase media a la que, de manera soterrada, culpa de su derrota electoral en 2006, y por ello controla y somete a organismos que han emanado de la legítima lucha ciudadana en las últimas décadas: la CNDH, por ejemplo. Amenaza con desaparecer al INAI y también quiere apoderarse del INE. Como Huerta, López Obrador detesta todo aquello que le estorba para convertirse en el poder único del país.

Como Huerta, AMLO empoderó al Ejército para defender, llegado al momento, su ambición de poder. El historiador inglés Alan Knight advirtió: “La constante corriente política seguida por el régimen (de Huerta), de inicio a fin, fue el de la militarización: el crecimiento y subsecuente dependencia del Ejército Federal, la incorporación de militares en puestos públicos, la preferencia por soluciones militares por encima de las políticas, la militarización de la sociedad en general”. De acuerdo a Knight, Huerta estuvo “bastante cerca de convertir a México en un estado completamente militarizado”.

Andrés Manuel sigue un patrón de conducta similar: militarizar a México. No sólo empoderó al Ejército al darle el control de la Guardia Nacional, sino también, está enriqueciendo los bolsillos de las Fuerzas Armadas al obsequiarles la derrama económica de la Base Aérea Militar (no es un Aeropuerto) de Santa Lucía, el control de los Bancos del Bienestar y la construcción de tres tramos del Tren Maya, entre múltiples actividades más. ¿La razón de fondo? Como Huerta, López Obrador quiere comprar la lealtad absoluta del Ejército para tener el control de una figura intimidante en contra de sus opositores y de quienes se atrevan a luchar contra su poder político y hegemónico.

Dice Marx que la historia se repite dos veces: la primera como una gran tragedia, la segunda como una miserable farsa.

Victoriano Huerta y Andrés Manuel López Obrador: un paralelismo histórico manifiesto.

Allí están los hechos. No los ven quienes no los quieren ver. ¿Quién se atreve a desmentirlos?

Ante la importancia de las estratégicas y claves elecciones intermedias del próximo 6 de junio, nuestras columnas durante mayo y la del 2 de junio, se enfocarán en los escenarios y riesgos de esa trascendente jornada electoral (a reserva, claro, de que surja algo de mayor relevancia). Aquí nos estaremos leyendo.