Sheinbaum a un año de gobierno: delincuencia organizada, ¿popularidad mata evaluación?

Ernesto López Portillo
07 octubre 2025

La Presidenta Sheinbaum celebra su primer año de gobierno con altos niveles de aprobación. Pero el festejo nubla la mirada respecto a la evaluación de su desempeño, especialmente en materia de delincuencia organizada.

Si en abril pasado 61 por ciento de la ciudadanía la reprobaba en este rubro, hoy lo hace 74 por ciento, apenas un punto por encima de su popularidad, que es de 73 por ciento. Es decir, prácticamente la misma proporción que aprueba al Gobierno lo desaprueba en su manejo ante el crimen organizado. Sólo 20 por ciento considera que está haciendo un buen trabajo en este tema. Además, la inseguridad sigue siendo el principal problema del País.

Cada inicio de sexenio escuchamos la misma frase: “es muy temprano para evaluar”. Pero cuando se pide no cuestionar al Gobierno en su etapa inicial se debilita la rendición de cuentas -lo llamé en mi texto pasado la fase del aplauso, antes de las dudas y la decepción-. Más aún cuando las encuestas muestran una disociación abierta entre la percepción favorable hacia la persona que gobierna y la evaluación negativa de sus resultados.

No es nuevo. López Obrador terminó su sexenio con 68 por ciento de aprobación, mientras 63 por ciento evaluó que la seguridad seguía igual o peor.

Al presentar estos datos ante diversas audiencias, la sorpresa se repite una y otra vez. Salvo excepciones, casi nadie tiene claro que la aprobación general y la reprobación específica puedan coexistir. Las reacciones parecen expresar una suerte de disonancia cognitiva: ¿cómo se aprueba a la persona que encabeza el gobierno y se reprueba el desempeño del mismo?

Hace unos días, en el Programa de Seguridad Ciudadana de la Ibero CDMX grabamos uno de nuestros cafecitos serenos, preguntándonos qué moviliza y qué desmoviliza a la sociedad frente a la larga crisis de inseguridad en México. Pronto subiremos la charla a nuestro canal, pero vale rescatar un momento clave. Mientras dos especialistas desde el acompañamiento psicosocial y la sociología hablaban de cómo aprendemos a convivir con la violencia y el miedo, un tercer invitado, experto en estudios de opinión, planteó otra clave: existe un estado de ánimo positivo mayoritario debido a la reducción de otra forma de violencia: la violencia de la desigualdad; lo tenemos medido, remató.

Para eso lo invitamos: para confrontar miradas desde mundos distintos. La conversación reveló realidades que parecen coexistir, sin tocarse. Yo mismo comenté que, en una misma jornada laboral, puedo escuchar testimonios sobre atrocidades sin precedentes cometidas por el crimen organizado, y horas después, el optimismo desbordado de quien vive uno de sus mejores momentos económicos. Mismo país, mismo momento y dos mundos lejanos cual más, a la vez.

De ahí surge la pregunta: ¿en qué país vivimos? ¿En el de la popularidad o en el de la evaluación del desempeño? Quienes analizan encuestas insisten en que ambos existen a la vez y no hay contradicción: las personas responden desde resortes racionales y emocionales distintos cuando aprueban al gobierno y lo reprueban en temas específicos. Mucho para interpretar.

Pero la pregunta que más me importa para este reflexión es otra: ¿qué aprende el poder público cuando la mayoría puede desaprobar su gestión en el principal problema nacional mientras mantiene intacta -o incluso refuerza- su popularidad? Estamos frente a gobiernos populares en contextos de crisis de seguridad y atrocidades sin límite. La cuestión, así mirada, no es qué piensa la ciudadanía, sino qué están aprendiendo quienes gobiernan.