Sinaloa: bellas artes y artes de guerra
Cultura contra violencia, ¿cuál ganará?

Alejandro Sicairos
23 octubre 2025

A octubre, un mes de persistente labor ciudadana para la construcción de paz, le correspondió también la terca acción criminal que coloca a Sinaloa en intervalos de indecisión sobre si conviene la rendición frente al predominio de la violencia por encima de la lucha gubernamental para combatirla, o seguirle apostando a la misma estrategia de las fuerzas militares y policiales para la pacificación cuyos resultados difícilmente levantan ánimos y esperanzas.

Con base a dos ejes de análisis, uno que tiene que ver con el recrudecimiento de la narcoguerra en la capital del estado a través de sucesos simultáneos como los de la tarde del martes que le agregaron mayor miedo al ya existente en la ciudad, y el segundo relacionado con la terrible incidencia de desapariciones forzadas en Mazatlán siendo víctimas algunos turistas, resulta la activación de algunas alarmas que no deberían pasar desapercibidas para el Gobierno y la sociedad.

Un elemento adicional de valoración es que al menos durante el mes anterior y el actual se han aplicado como antídoto contra la violencia de alto impacto una serie de actividades de índole civilizadora y pacificadora entre las que destacan la cartelera que le apostó a las artes en la celebración del 494 aniversario de la fundación de Culiacán, el Festival Cultural de Sinaloa, el Encuentro Ciudadano sobre Seguridad y Justicia en México, los esfuerzos cívicos que mantienen organizaciones como Construyendo Paz, el Colectivo Juan Panadero y las intervenciones Picnic de la Paz, Raíces de Paz y Voces de Paz.

Pero infortunadamente los ataques de la delincuencia a servidores públicos e instituciones de Gobierno, altos mandos y elementos rasos del Ejército, Guardia Nacional y Policía abatidos en enfrentamientos con sicarios del narcotráfico, además de la sostenida incidencia de desapariciones forzadas y el despojo de vehículos a mano armada que igual alcanza a políticos que a ciudadanos comunes, acentúan la inquietud social respecto a la voluntad y capacidad de instituciones y autoridades para concluir con la narcoguerra en Sinaloa.

Y aún entre los tenaces esfuerzos pacificadores y los feroces choques entre narcos resulta factible deducir lo que la gente siente y de allí emana el estado de cosas con escasa variabilidad desde el 9 de septiembre de 2024 a la fecha: hay el estancamiento de la violencia con períodos de menor comisión de delitos y bucles de salvajismo que operan en echar abajo cualquier sensación de seguridad. El informe compacto diría que los efímeros asomos de tranquilidad resultan arrasados por los permanentes reportes de la belicosidad del narco.

Una muestra de la violencia que obstruye la percepción de seguridad lo fue la semana del 12 al 18 de octubre que patentizó el persistente actuar trágico que somete a la gente al miedo. Por ejemplo, sean o no ataques directos aquellos en los que se vio comprometida la vida del alcalde de Elota, Richard Millán, y la seguridad del palacio municipal de Navolato por la balacera frente al inmueble, de todas formas inducen la sensación de desamparo porque se trata de funcionarios e instituciones que es de suponerse poseen mayor resguardo que el ciudadano consuetudinario, dado por militares y policías.

O bien, la movilización en las calles y la difusión en redes sociales del caso de desaparición forzada donde la víctima es Carlos Emilio, un joven turista procedente de Durango del cual nada se sabe después de que entró al baño de un centro nocturno de Mazatlán, coadyuva a que la onda expansiva del miedo traspase las fronteras de Sinaloa, así como permea al contexto nacional e internacional la desaparición también en Mazatlán de la madre rastreadora María de los Ángeles Valenzuela, el 14 de octubre.

Anótese para medir los ánimos ciudadanos en Sinaloa la baja que sufrió el Ejército Mexicano al caer en cumplimiento del deber un soldado con la jerarquía de Mayor del Cuerpo de Fuerzas Especiales, en una emboscada tendida por civiles armados en la zona de Tepuche, municipio de Culiacán que dejó a otros dos militares heridos. Y la muerte de un elemento de la Guardia Nacional durante el ataque perpetrado por un grupo delictivo en la región de “El Peñón”, Escuinapa.

Es así como los estremecimientos y afanes por la paz son repetitivos en cada arremetida cruenta de las guerras internas en el Cártel de Sinaloa, igual que el reciclado de los lapsos de tranquilidad que ofrece la pax narca. Es que tampoco se trata de un Sinaloa que lleve décadas transitando por sendas pacíficas y que al andar hoy por las veredas agrestes de la narcoviolencia ignore los peligros y cómo enfrentarlos.

Eso sí, nunca como ahora la capacidad de asombro de los sinaloenses resulta retada y superada por métodos criminales de infinita crueldad, a los cuales por cierto no acudieron los padres de los hijos que hoy se enfrentan sin tregua ni cuartel por el control del CDS.

Nada optimista el otoño.

Mal inicia con señales huecas,

Pues si de paz trae un retoño,

Éste nace con las hojas secas.

Cuando llegó la tenebrosa oscuridad que el 21 de octubre revivió la zozobra colectiva que nos tatuaron los Culiacanazos, los soldados y los elementos de Marina, Guardia Nacional y Policía Estatal atendían un evento de violencia que dejó a dos personas sin vida en las inmediaciones de la Feria Ganadera y de pronto se vieron obligados a abandonar ese frente de batalla para acudir a atender otro foco de peligro por la balacera en una plaza comercial del norte de la ciudad donde un menor y dos mujeres fueron alcanzadas por balas perdidas. Y como la esperanza sigue viva porque es la última que muere nos interrogamos a nosotros mismos si con el invierno llegará al menos la insegura “normalidad” a la que nos habíamos acostumbrado antes de la narcoguerra.