Sinaloa y el lejano verde de la esperanza. Conocer errores y apatías de la pandemia

Alejandro Sicairos
20 julio 2021

Porque Sinaloa es una mancha roja, de alerta, de máxima prioridad sanitaria en el territorio nacional, ese color del semáforo epidemiológico al que nos dijeron que no llegaríamos de nuevo e inclusive hoy que estamos allí insisten en que no es tan grave, se necesita conocer por qué regresamos al punto en que las negligencias, de los ciudadanos y del gobierno, se están pagando con pérdida de vidas humanas de niños y jóvenes. ¿Quién pondrá el primer esfuerzo de investigación que al menos exhiba los errores para no volverlos a repetir?

Debiéramos evitar que la cotidianidad colectiva remarque esa especie de acuarela triste en la que nos vamos acostumbrando a seguir las carrozas mortuorias debido a que decidimos dejar de estar al frente de los esfuerzos por la existencia. Buscamos las esquelas de los caídos por la pandemia como manera de percibir la cercanía de la desgracia propia, cuando lo que urge instalar es la reclamación unánime de que el Estado garantice el derecho de existir, la garantía a permanecer.

Es de vital importancia detectar la cadena de apatías que convierten a la tierra de los 11 ríos en el gemido doloroso y generalizado de deudos de los que fallecen, los que ven entrar a hospitales a los hijos junto a sus padres, los que al ir a la intubación van al laberinto letal sin retorno. Bajo ninguna circunstancia podemos actuar impávidos al ver a los contagiados que ingresan a los hospitales solamente en espera de la noticia trágica, porque hemos perdido la fe en un sistema de salud pública derrotado por la pandemia de coronavirus.

No lo justifiquemos diciendo que igual sucede en todo el mundo, que el deceso derivó de padecimientos crónicos que el paciente padecía, que llegó muy tarde a recibir atención médica o que a falta de dinero para comprar los caros medicamentos la única opción para la familia fue dejarlo morir. Cuando nos anulamos como sociedad demandante de la salud que merecemos admitimos conformes el destino reservado para los escépticos.

Sinaloa cuenta con instituciones cuya obligación es fiscalizar el manejo de la pandemia de Covid-19 desde el primer caso que se presentó a finales de febrero de 2020 hasta el retorno a la situación actual, donde la indolencia pública se convierte en el cadalso al que marchamos los pasivos, creyendo que al no haber más por hacer hay que agradecer la extremaunción ofrecida al condenado. Y dejamos de estremecernos por la mala noticia de aquellos que sepultan o incineran a unos de los suyos, pues nos formamos en la fila de las tragedias por repartir.

¿Hizo lo correcto la Secretaría de Salud de Sinaloa? ¿Resultó un error el hecho de seguir al pie de la letra la estrategia federal sin crear un protocolo propio adaptado a la realidad estatal, con los especialistas de la salud que tenemos? ¿Invierten la Federación y el Estado todos los recursos públicos que se requieren para salir adelante en la crisis sanitaria, o consideran que es dinero desperdiciado el que se destina a vencer la complejidad endémica? ¿Fueron atendidos los contagiados del Covid-19 con todo el esfuerzo disponible para salvarles las vidas?

Hoy casi no preguntamos porque la interrogación se nos acaba inquiriendo cómo estamos nosotros y los integrantes del grupo familiar más cercano. Sin embargo, se aproxima el momento de que queramos saber la verdad, aquella que sea develada con la indagación profunda que le quite a la actuación gubernamental el humo de las velas de los velorios que es cortina de opacidad, las lágrimas de los deudos que enturbian el derecho a saber y el traumático cansancio del personal médico que no deja ánimo para ventilar las desidias a que fue obligado por el fallido modelo de salud pública.

Es momento de tomar decisiones para llevar a los gobernantes a hacerle frente a la pandemia, a que asuman por cada infectado en estado grave un caso a sanar, a regresarlo con salud a la sociedad lejos de la práctica oficial de condenarlo automáticamente a las pérdidas humanas y agregarlo a la estadística vergonzante que ahora, ¿no decían que no?, nos arrebata a niñas y niños, adolescentes y jóvenes, para colocar a Sinaloa como única entidad federativa con indicador endémico en color rojo. El conformismo es lo que justifica el disparate de la salud pública derrotada.

Vayamos pues por la sanción a funcionarios y políticos que dejaron correr el flagelo al sitio de la infamia en que estamos. Del partido que sean, de la jerarquía que ocupen, de la evasiva que empuñen. Insistir en la creación de un grupo de expertos para integrar la Comisión de la Verdad que, si nadie quiere el propósito del castigo, que el objetivo sea al menos estructurar sistemas de salud eficientes frente a desafíos futuros.

Por los que el SARS-CoV-2 nos quitó sin siquiera permitir la despedida, por esos 6 mil 500 fallecidos que hieren la conciencia social al no saber si podíamos o no salvarlos, por los más de mil sinaloenses en edad infantil o de adolescencia que peligran debido a la tercera ola de la enfermedad, por la descontrolada nueva embestida que sí podíamos evitar. Por aferrarnos con todas las fuerzas al escenario de menos contagios y decesos con el regreso a “normalidades” que jamás volverán a ser como eran antes.

De qué sirven esos modos,

De la esperanza perdida,

Y renunciamos a la vida,

Creyéndonos muertos todos.

Mientras los gobiernos de otros estados y países recomiendan a sus habitantes posponer viajes a Sinaloa para evitar los contagios por Covid-19, los presidentes municipales locales se toman demasiado tiempo en decidir si regresan o no al confinamiento generalizado para cortar la tendencia de propagación. No se hagan bolas: aprovechando el período vacacional de verano implementen la única medida que puede sacar al gobierno y los ciudadanos de la crisis de salud en la que cada día los sinaloenses despertamos peor.