Te nombré en el silencio

Rodolfo Díaz Fonseca
13 agosto 2022

El capítulo 1 del libro del Génesis, en la Biblia, sostiene que la Palabra de Dios es fecunda y poderosa, al grado que puede hacer brotar todo lo que existe con una sola palabra que salga de su boca: Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz (Gn 1,3).

En la Carta a Los Hebreos, también se afirma: “En efecto, la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu, los huesos y los tuétanos, haciendo un discernimiento de los deseos y los pensamientos más íntimos (4, 12).

Sin embargo, los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) transmiten una parábola en la que el sembrador depositó las semillas en los surcos, pero los frutos fueron diferentes de acuerdo a la preparación y disposición del terreno donde cayeron. En la interpretación de la parábola se explica que, aunque la palabra de Dios sea poderosa, cada quien tiene la capacidad de acogerla con disposición o negarse a escuchar su mensaje.

La palabra humana también es un instrumento de comunicación muy poderoso, pero existen muchos ruidos, barreras, obstáculos, vacíos e interferencias que no permiten la consolidación de su poder, por lo que la palabra se evapora en el aire o se condensa en el empíreo.

Algo semejante es lo que se aprecia en el documental Te nombré en el silencio, nominado a dos premios Ariel, dirigido por José María Espinosa de los Monteros y producida por su hermano Juan Pablo, ambos hijos de Victoria Tatto, directora de las Compañías Artísticas del ISIC.

El documental recrea la historia del grupo Las Rastreadoras de El Fuerte, quienes buscan sus familiares desaparecidos encabezados por la protagonista, Mirna Nereyda.

¿Resuena mi voz en el silencio?