Terapia con agua helada: mitos, realidades y fundamento fisiológico. El caso de Wim Hof
Con la llegada de las olas de calor cada vez más intensas en regiones como Sinaloa, y en el contexto del calentamiento global que agudiza las temperaturas extremas, no es de extrañar que muchas personas busquen alivio en métodos tan simples y directos como el contacto con agua fría. Lo que en principio puede parecer una solución refrescante y momentánea, ha adquirido en los últimos años una dimensión terapéutica y científica más profunda, especialmente con el auge de técnicas como la inmersión en agua helada. Este enfoque, que combina elementos de la medicina tradicional con nuevas corrientes del bienestar y el biohacking, ha sido impulsado por figuras como Wim Hof, un atleta neerlandés que ha popularizado la exposición voluntaria al frío como una vía para mejorar la salud física y mental.
Wim Hof, también conocido como “The Iceman”, ha desarrollado un método que integra respiración controlada, meditación y exposición progresiva al frío, con la promesa de beneficios como el fortalecimiento del sistema inmunológico, la reducción del estrés, y una mayor capacidad de concentración y control corporal. Si bien estas afirmaciones han generado tanto entusiasmo como escepticismo, diversos estudios científicos han comenzado a evaluar de manera rigurosa los efectos fisiológicos de la inmersión en agua helada y la práctica del llamado Método Wim Hof.
Desde el punto de vista biológico, la exposición al agua fría desencadena una serie de respuestas adaptativas complejas. En primer lugar, la vasoconstricción periférica reduce el flujo sanguíneo en la piel y extremidades, preservando la temperatura central del cuerpo. Esta reacción, que puede resultar incómoda inicialmente, tiene efectos secundarios positivos como la disminución de la inflamación local y la aceleración de procesos de recuperación muscular. En segundo lugar, el estímulo del sistema nervioso simpático provoca un aumento en la liberación de catecolaminas como la adrenalina y la noradrenalina, lo que se traduce en un estado de alerta aumentado, una leve euforia, y una reducción subjetiva del dolor. Estos efectos han sido validados por estudios como el de Knechtle et al. (2020), que señala mejoras en la recuperación post-ejercicio, regulación del estrés y aumento del bienestar psicológico tras la exposición a baños fríos.
Uno de los aspectos más llamativos de esta práctica es su relación con el metabolismo energético. La exposición frecuente al frío activa el tejido adiposo marrón (grasa parda), responsable de la termogénesis sin escalofríos. Este tejido, que tiene la capacidad de generar calor mediante la oxidación de ácidos grasos, es particularmente interesante desde el punto de vista metabólico. Un estudio de van der Lans et al. (2013) demostró que la exposición al frío durante diez días aumentó significativamente la actividad de la grasa parda en adultos, mejorando además la sensibilidad a la insulina, lo cual sugiere un posible rol en la prevención del síndrome metabólico.
Otro ámbito de estudio ha sido el efecto inmunológico. En un experimento clave, Kox et al. (2014) demostraron que individuos entrenados con el Método Wim Hof, al ser expuestos a endotoxinas bacterianas, mostraban una reducción en la producción de citoquinas proinflamatorias y una respuesta inmune más equilibrada en comparación con un grupo de control. Este hallazgo sugiere que el entrenamiento con frío podría modular favorablemente la respuesta del sistema inmune ante estímulos agresores, lo que ha despertado el interés en el potencial terapéutico de esta técnica frente a enfermedades inflamatorias y autoinmunes.
Sin embargo, no todo son beneficios. La terapia con agua helada conlleva riesgos reales que no deben subestimarse. Entre los efectos adversos más comunes se encuentra la hipotermia, especialmente si la exposición es prolongada o se realiza sin supervisión adecuada. Las personas con enfermedades cardiovasculares, como hipertensión o arritmias, están en mayor riesgo, ya que el choque térmico puede desencadenar espasmos coronarios o eventos cardíacos graves. También se han reportado casos de síncope reflejo (desmayo) al entrar bruscamente en agua muy fría, lo que representa un peligro particular si la inmersión ocurre en ríos, lagos o bañeras profundas. Además, algunas personas pueden experimentar ansiedad, hiperventilación y un incremento agudo de la presión arterial durante las primeras exposiciones.
Desde un enfoque más clínico, es fundamental que este tipo de terapia se adapte a las condiciones individuales. Aunque personas sanas pueden beneficiarse de una exposición breve y controlada, no debe recomendarse de manera universal ni como sustituto de tratamientos médicos. La falta de regulación y la proliferación de prácticas sin respaldo técnico aumentan el riesgo de incidentes. Por ello, cualquier protocolo de crioterapia debería ser aplicado con criterios de seguridad, incluyendo la duración de la exposición, la temperatura del agua y la evaluación previa del estado de salud del practicante.
La inmersión en agua helada representa una práctica con fundamentos fisiológicos sólidos y efectos potencialmente positivos sobre el sistema nervioso, inmunológico y metabólico. Gracias a la divulgación de figuras como Wim Hof, la terapia con frío ha pasado de ser una curiosidad a convertirse en objeto de estudio serio en la medicina moderna. Sin embargo, aún existe una brecha entre la popularidad de la técnica y la robustez de la evidencia científica. Para avanzar hacia su aplicación segura y efectiva, se requiere más investigación clínica y una divulgación responsable que no exagere sus beneficios ni oculte sus riesgos. En tiempos de calor extremo y cambio climático, el agua fría puede ser mucho más que un alivio inmediato: también puede ser una herramienta terapéutica, siempre y cuando se utilice con conocimiento y precaución.