Un revolucionario pesimismo

Rodolfo Díaz Fonseca
11 diciembre 2020

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Es ampliamente conocida la anécdota del vaso medio vacío y medio lleno. Los pesimistas prefieren el primer aspecto, mientras que los optimistas se inclinan por el segundo. Sin embargo, lo mejor es optar por un sano realismo que ayude a valorar, discernir y mejorar la situación.

No es negativo poseer una equilibrada dosis de pesimismo o de escepticismo, puesto que en ocasiones se privilegia excesivamente la mirada benevolente y optimista, al grado de perder el piso y flotar en el amorfo paraíso de un mundo feliz.

El filósofo español Carlos Javier González Serrano escribió un artículo titulado “Instrucciones para ser un buen pesimista”, en el que señaló: “El más dulzón optimismo no solo edulcora la realidad, sino que la falsea, sentándose a esperar confiado en una bondadosa Providencia”.

Por el contrario, aseveró que el pesimista sensato no cae en la inacción: “El pesimista no dice que tenemos que sufrir, sino que debemos estar preparados para sufrir. En este sentido, el pesimista es un revolucionario: no quiere dejar el mundo como es, pero tampoco crea falsas expectativas... y lejos de lo que suele decirse, el pesimista sí cree en la felicidad, mas no como un don o un regalo, sino como una plena y consciente conquista que solo se alcanza a través de un denodado esfuerzo.

Añadió: “El pesimista tiene siempre en cuenta la desgracia, propia y ajena, y por eso todo pesimismo es, a la vez, un humanismo, pues se hace cargo de lo que ocurre a su alrededor para intentar, si no paliar, sí al menos impedir su expansión. El pesimista cree en -y crea- empatía, al saberse partícipe de un mal común: como escribía Baltasar Gracián, “gran presagio de miserias es el haber nacido”.

¿Peco de optimista? ¿Mantengo un equilibrado y revolucionario pesimismo?