Una vía de dos sentidos

23 marzo 2018

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Joel Díaz Fonseca

jdiaz@noroeste.com

 

Desde que empezamos a razonar se nos van inculcando valores y principios que debieran marcarnos de por vida, al menos es lo que se supone.

 

Así, empezamos a recorrer el camino de nuestra vida, orientándonos por esos principios y valores que nos inculcaron desde pequeños, pero el camino está también lleno de tentaciones que pueden hacer que nos desviemos buscando atajos que acorten el trayecto, o el disfrute de cosas que sabemos que no vamos a encontrar por aquel camino de sacrificios y renuncias a muchas cosas.

 

Los seres humanos estamos dotados de libre albedrío, la capacidad de tomar nuestras propias decisiones. En el camino se nos presentan, en todo momento, disyuntivas: Elegir entre el bien o el mal; entre respetar las leyes y normas o navegar en la anarquía; entre llevar una vida sana, o vivir de tal manera que nuestro organismo esté siempre a punto de estallar.

 

Como advirtió el poeta Amado Nervo, somos los arquitectos de nuestro propio destino. Las malas decisiones que tomamos tienen siempre consecuencias y tenemos que aceptarlas, porque nadie nos obliga a ello.

 

Leemos ahora en los diarios que el presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, dimitió del cargo tras la acusación de que recibió sobornos de la empresa brasileña Odebrecht.

 

A finales de 2016 el Departamento de Justicia de Estados Unidos dio a conocer que tras una larga investigación se habían reunido pruebas de que la constructora brasileña Odebrecht había sobornado a mandatarios y funcionarios de al menos 12 naciones, México entre ellas.

 

Los países indiciados, además del nuestro, son Angola, Argentina, Colombia, Ecuador, el propio Estados Unidos, Guatemala, Mozambique, Panamá, Perú, República Dominicana y Venezuela.

 

Sobornar es corromper a alguien (en dinero o en especie) para conseguir algo ilícito y hasta inmoral. Me llamó la atención que en una de las descripciones del caso Odebrecht en internet se habla de sobornos y “coimas”. Coima, según los diccionarios de americanismos, es una mujer que cohabita con un hombre sin estar casados.

 

Curiosa interpretación, pero para nada alejada de la realidad. Cuando un funcionario público, del nivel que sea, exige un soborno o se deja sobornar de la forma que sea, no solo está violando la ley y traicionando la confianza depositada en él, está haciendo a un lado sus principios, “poniéndole los cuernos” a su conciencia.

 

Kuczynski enfrentó la disyuntiva de rechazar o aceptar el soborno que le ofrecieron, optó por lo segundo. Y tal vez habría continuado por esa vía si no hubieran salido a la luz pública las irregularidades cometidas, no solo por él, sino por varios mandatarios y funcionarios de otras naciones.

 

Su renuncia a la presidencia pone sobre el tapete de las discusiones la actitud que han asumido los otros mandatarios que, como él, también cedieron a la tentación de los millonarios sobornos de la constructora brasileña, pero siguen aferrados al cargo que han deshonrado.

 

Como hace todo mandatario al asumir el cargo, Kuczynski prometió cumplir y hacer cumplir la constitución de su país y aceptó de antemano que la sociedad le reclamara si se apartaba de ese propósito.

 

Lo mismo hicieron los mandatarios de otras naciones, acusados igualmente de haber aceptado los sobornos de Odebrecht, pero parecen no sentir vergüenza de haber traicionado a sus gobernados, de haber violado la ley. No se ve en ellos ningún remordimiento.

 

Cuando transitamos por una autopista y nos percatamos de que nos pasamos del sitio al que íbamos, buscamos un cruce de retorno para volver al punto que extraviamos. Aunque muy espaciados, siempre hay puntos de retorno. Ocurre igual en la autopista de nuestra vida, si nos equivocamos, si tomamos decisiones erróneas, siempre tenemos la oportunidad de tomar un retorno para volver al camino correcto.

 

Lamentablemente los seres humanos muy pronto nos acostumbramos a las situaciones contrarias a aquellas que eran nuestro propósito.

 

Como dicen en el rancho (me disculpo de antemano por el símil), somos como el perro que come huevos, aunque le quemen el hocico volverá una y otra vez al gallinero en busca de más blanquillos. Recaemos y volvemos a recaer en conductas equivocadas, hasta el punto de creer que lo que hacemos es lo correcto.

 

Es lo que ocurre con nuestros gobernantes, piensan que robar, dejarse sobornar, violar los derechos de los ciudadanos, entre muchas otras arbitrariedades, son el servicio público, y la mayoría nunca busca el punto de retorno.