Vender la plaza Machado Toledo, el último cacique

Alejandro Sicairos
28 abril 2017

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Tal vez por la enorme fortuna que acumula, o quizá porque políticos como Fernando Pucheta sienten nostalgia de la larga y negra noche que fue aquel sexenio, pero el caso es que al ex Gobernador Antonio Toledo Corro se le permite y se le perdona todo, desde homenajes que ofenden la memoria social hasta usar íconos históricos para sus alardes de capataz en plena posmodernidad.

Si él quiso apoderarse de la plaza Machado y bailar sobre el decoro de esta y de los monumentos históricos que la rodean, es porque se lo permitió el Gobierno Municipal que persigue como criminales a los que beben cerveza en el malecón de Mazatlán y al mismo tiempo trivializa un sitio que es culturalmente sagrado.

Dueño de un gran imperio en el sur, con un señorío que abarca desde Elota hasta Escuinapa, Toledo Corro construyó desde el Gobierno (1980-86) un consorcio económico fincado en su rancho Las Cabras y el acaparamiento de 2 mil 284 hectáreas del otrora plan cocotero, tierras que le vendió en 2009 al Fondo Nacional de Turismo para que le levantara ahí el Centro Integralmente Planeado de Teacapán.

En 1980, cuando Toledo Corro proclamó la hora del sur, lo que en realidad decretó fue la apoteosis del toledismo por muchas décadas. Patrón y patriarca de políticos que se salpican al tratar de reivindicarlo en la corta memoria social, dedica sus últimos años a eternizar sus imperios y lavar aquella historia de narcopolítica, autoritarismo e ilegalidades que escribió como Gobernador.

A esa labor de poner a Toledo en paz con su pasado se ha sumado el Alcalde de Mazatlán al autorizar y defender la boda que una nieta del ex Gobernador realizó en la plazuela Machado y parte del centro histórico. Es la naturaleza de Pucheta: sin respetarse a sí mismo resulta ocioso pedirle que respete a los mazatlecos y los símbolos heráldicos de ellos.

A los gobernadores de Sinaloa se les hizo costumbre rendirle culto al llamado "Tigre de Escuinapa" en esa rara propensión por reivindicar en el recuerdo colectivo las trayectorias políticas que de otra forma serían abominadas, copia pirata del filme "Una noche en el museo", donde héroes y villanos cobran vida y se dan la mano para justificar sus glorias y tropelías.

Mario López Valdez, por ejemplo, no solo le instaló nuevos pedestales a Toledo al obligar al Gobierno de Navolato a erigirle una estatua en la plazuela principal, sino también le entregó negocios como la franquicia de beisbol de Venados de Mazatlán.

Viéndolo así, qué de raro tiene que Toledo Corro, muy al estilo del político acaudalado a quien nadie le cuestiona el origen de su fortuna, y acostumbrado a mandar con el látigo del autoritarismo en mano, someta a gobernantes y leyes, a la manera de los hacendados del siglo dieciocho que todo lo hacían suyo a la buena o por la mala.

Es la era Pucheta, señores. Y bien podríamos despertar mañana viendo una estatua de Toledo en medio de los monos bichis, o montado sobre la alegoría del venadito o recostado sobre el monumento a la familia, obra del maestro Antonio López Sáenz.

 

Re-verso

A la larga es buena idea,

Una efigie en cada esquina,

Por sí la gente desea,

Evacuar en ellas la orina.

 

Ya entrados

Otra jalada que nos heredó Malova fue la de ponerle el nombre de Juan S. Millán al polideportivo del Parque Revolución y no se ve cuándo corrija alguien tal aberración y use el recinto para homenajear a una auténtica figura del deporte sinaloense. Sergio Torres sí pudo, por ejemplo, quitarle el nombre de Francisco Labastida a una vialidad del Tres Ríos.