Vivir desarraigados

Rodolfo Díaz Fonseca
18 septiembre 2021

Las raíces son fundamentales para el crecimiento y desarrollo de un árbol; gracias a ellas se nutre y permanece erguido y estable. Su reproducción no estaría asegurada si las raíces no cumplieran fielmente su cometido.

Lo que sucede con los árboles tiene cumplimiento también con el ser humano, como recordó el Papa Francisco al charlar con los jóvenes de Eslovenia: “¿Y cuáles son sus raíces? Los padres y sobre todo los abuelos. Presten atención, los abuelos. Ellos les han preparado el terreno. Rieguen las raíces, vayan a ver a sus abuelos, les hará bien; háganles preguntas, dediquen tiempo a escuchar sus historias”.

Alertó sobre el actual peligro de olvidar las raíces reales: “Hoy se corre el peligro de crecer desarraigados, porque tendemos a correr, a hacerlo todo de prisa. Lo que vemos en internet nos puede llegar rápidamente a casa, basta un clic y personas y cosas aparecen en la pantalla. Y luego resulta que se vuelven más familiares que los rostros de quienes nos han engendrado. Llenos de mensajes virtuales, corremos el riesgo de perder las raíces reales”.

El desarraigo no consiste solamente en romper con las coordenadas geográficas donde se nació; es decir, no depende de la nostalgia del lugar, tierra, paisaje o espacio, sino también del hogar o familia donde se creció.

Antoine de Saint-Exúpery, en “Carta a un rehén”, lamentó: “Los lazos afectivos que unen al hombre de hoy con los seres y las cosas, son tan poco sensibles, tan poco densos, que no se siente la ausencia como antes”.

Por eso, agregó: “Lo esencial es que en alguna parte permanezca aquello de lo cual se ha vivido. Y las costumbres. Y la fiesta de la familia. Y la casa de los recuerdos. Lo esencial es vivir para el regreso”.

¿Vivo desarraigado?