¿Y si hubieran sido tus hijas?

Omar Lizárraga Morales
12 mayo 2025

El pasado 6 de mayo, en la comunidad de La Cieneguilla, municipio de Badiraguato, ocurrió un hecho devastador: dos niñas fueron asesinadas y varios miembros de su familia resultaron heridos.

Las versiones sobre lo sucedido son contradictorias. Según los informes oficiales del Ejército Mexicano, la familia quedó atrapada en un fuego cruzado entre militares y civiles armados. Sin embargo, los familiares de las víctimas aseguran que no fue así. Denuncian que no hubo enfrentamiento, que fue un ataque directo: los soldados -dicen- dispararon sin previo aviso contra la camioneta en la que viajaban.

Desde ese día, no he podido dejar de pensar que pudieron haber sido mis hijas. Las dos niñas, Leydi y Alexa, tenían 7 y 11 años: las mismas edades que mis pequeñas. Yo no las conocía, no sabía sus nombres hasta que los vi en los titulares. Iban rumbo a la escuela. Tal vez conversaban sobre su tarea, tal vez reían, quizás se contaban secretos de niñas. Y de pronto, la violencia les arrebató todo.

Cuando miro a mis hijas dormir, con el cabello desordenado y los brazos abrazando un peluche, me parte el alma imaginar a esas otras dos, que ya no volverán a casa. Que no correrán por el patio, ni ocuparán su pupitre, ni abrazarán jamás a su madre.

Este texto nace desde el temblor del alma. Tiene dos propósitos: uno, nombrar el dolor, visibilizar la tragedia de familias atrapadas en una guerra que no pidieron. El otro, es una súplica a ti, lector: no te acostumbres. No mires hacia otro lado. No normalices lo intolerable.

A mí me duele. Me desgarra no poder hacer nada por esas niñas. No puedo devolverles la vida. No puedo abrazar a sus padres ni consolar a esa madre que, de ahora en adelante, tendrá que aprender a respirar con el corazón hecho trizas. No puedo darle ánimo a ese padre que no tendrá razones para levantarse de la cama en la mañana.

Confieso que en los últimos meses he tenido miedo. No tanto por lo que me pudiera pasar a mí, sino miedo de recibir una llamada a media tarde. Miedo de leer los nombres de mis hijas en una noticia que nunca debió existir. Miedo de quedarme con sus juguetes intactos, de enfrentarme a sus camas desiertas y tendidas, de vivir con el hueco de su ausencia.

Ese miedo del que te roba el sueño. Porque no hay desesperación más honda que la de un padre que, por más amor que dé, no puede proteger del mundo a sus hijas.

Y entonces, la pregunta que titula este escrito no es sólo por empatía, lo es también por indignación. Porque ya pasó. Porque ya faltan dos. Porque ya hay una familia que vive en una pesadilla sin fin.

Miro las fotos de Leydi y Alexa en los diarios y no veo a dos desconocidas. Veo a mis hijas. Veo su dulzura, su inocencia, su alegría. Esta vez fueron ellas, pero mañana puede ser cualquier otra. Pueden ser las tuyas. Pueden ser las mías.

Quisiera no volver a escribir otra columna así. No quiero aprender más nombres por una tragedia. No quiero ver cómo se siguen sembrando cruces diminutas y féretros blancos en esta tierra. Quiero ver a mis hijas crecer. Quiero verlas libres, felices, vivas. Y deseo lo mismo para las tuyas, para las de todos.

Por eso va esta columna: para no olvidar, para que tú tampoco lo hagas. Para que nunca más alguien tenga que hacerse esta pregunta con el alma rota: ¿Y si hubieran sido tus hijas?

Es cuanto...