Y sucedió: la dignidad vale 10 curules. La partidocracia en el festín de enero

Alejandro Sicairos
19 enero 2022

Sin mayor trámite, porque en estos tiempos la abusiva dominación política para nada necesita de consensos sociales, ayer ocurrió lo que se veía venir en otra estampa grotesca del parlamentarismo sinaloense: el pincel con la tinta negra de la ambición tribal prevaleció sobre la viñeta alegre que hace cinco años plasmaron los sinaloenses al ponerle controles a la utilización del Congreso del Estado con la mentalidad chambista de muchos diputados con tan malos resultados.

No se midieron en la ansiedad por restablecer el pernicioso statu quo legislativo ni calcularon las consecuencias que ello tiene para finanzas públicas devastadas y la decaída capacidad contributiva de la población que no soportan mayores cargas de estructuras burocráticas que en nada benefician a los gobernados. Sí imaginaron los bolsillos llenos de más diputados y desestimaron la difícil subsistencia social en medio de tantas dificultades juntas.

Y así, sin nadita de pena, la 64 Legislatura dejó sin efectos el decreto del 2 de mayo de 2017 que dispuso reducir a 30 el número de integrantes del Congreso del Estado, en lugar de los 40 que conforman la Cámara. Es decir, fueron rescatadas esas 10 diputaciones que les quitó la reforma constitucional de hace casi cinco años, pagando el altísimo costo de hacerlo sin pedir el consentimiento de los ciudadanos.

Ganaron las bancadas legislativas que, al verse desplazadas de las curules por efectos de la voluntad popular, urdieron unánimemente con avenencias sospechosas otorgarse por la vía de la fuerza lo que la ciudadanía les niega con los votos. El pastel legislativo quedó intacto, aunque maloliente, en espera del siguiente reparto que será entre los mismos y excluyendo del banquete a los sinaloenses.

El desenlace alevosamente preparado le refrenda al pueblo que sus representantes en la 64 Legislatura tutelan apetitos de poder distintos a las ilusiones colectivas. Aquel sufragio razonado que en junio los impulsó a llenar las vacantes del Congreso del Estado trasmutó a daga autoritaria que es clavada en la espina dorsal de la democracia con la vieja moraleja de “empodera a diputados y te borrarán de la toma de decisiones”.

Las “perlas” justificantes del dislate son para inscribirse con letras doradas en el muro de honor del Salón de Plenos: “de haberse llevado a cabo la reducción de diputaciones, hubiese provocado que el Congreso del Estado pierda representatividad por lo que respecta a los habitantes del estado, toda vez que mientras menos legisladores se tengan, menor será la capacidad de atención por cada legislador a sus representados”. O “las 75 mil 674 personas que representa cada diputado pasarían a ser más, haciendo más difícil la labor de cada representante popular en abarcar y atender las necesidades de sus representados”.

Una más del dictamen: “reducir el número de diputaciones locales de 40 a 30 implica que la voluntad ciudadana, garantizada precisamente en que cada voto cuente con el mismo valor, se vería afectada en relación a las diputadas y los diputados electos por el Principio de Representación Proporcional, al eliminar espacios que pudieran ser asignados de acuerdo a la totalidad de sufragios obtenidos por un partido político en una elección, independientemente de las curules alcanzadas de acuerdo a los resultados en los Distritos Electorales Uninominales”.

Ninguna de estos subterfugios es sostenible en el debate de lo legítimo y son solamente rodeos para llegar a donde mismo: el mayoriteo aberrante que bien pudieron matizar con la aprobación ciudadana. A nadie le extrañaría la reluciente “aplanadora” en pro de los 40 escaños si igual ímpetu legislativo al exhibido para tutelar los intereses de las bancadas se le metiera a abanderar las causas sociales. Moderar las cualidades despóticas de alcaldes de Morena, exigir que el medicamento de calidad esté disponible para todos los enfermos de la pandemia y llevar a prisión a corruptos contumaces, por ejemplo.

Sin embargo, frente a la inaudita celeridad para poner a salvo las 10 curules en riesgo de eliminarse resalta más la pesadez de la estructura legislativa tratándose de asuntos de urgente y obvia resolución. Si por lo pronto convergieron las codicias de todos los partidos con presencia en el Congreso, esto virará veloz hacia la reyerta característica de camarillas y siglas de acendrada costumbre por verles la cara a los ciudadanos.

Es que el producto final de esta acción exprés del Congreso tiene un agradable sabor para los partidos políticos como beneficiarios, pero en la masa social hay el dejo amargo porque la anularon como factor determinante de cualquier democracia participativa. No existe la posibilidad del equívoco en lo que Sinaloa ve: con premeditación, la 64 Legislatura esperó al límite de los tiempos para abordar el adelgazamiento de su configuración humana y capitalizó la prisa en el madruguete que consumó el bacanal de enero.

La Legislatura que diligente,

Repuso las diez curules,

Le recordó el cuento a la gente,

De los cuarenta gandules.

Y mientras tanto en algún planeta desconocido para los diputados de Sinaloa, el Presidente Andrés Manuel López Obrador habla de la austeridad republicana, abate el aparato público con nóminas vergonzosas, llama al Instituto Nacional Electoral a adelgazar su obesa estructura operativa y viaja en la aviación comercial para no cargarles a los mexicanos itinerarios ostentosos. ¿Pero qué importan 10 diputados más mantenidos por los sinaloenses?