DESDE LA CALLE La empatía con las víctimas de la violencia

Iliana Padilla Reyes
19 mayo 2018

"A un año del asesinato de Javier Valdez, esta semana se llevó a cabo una jornada de protesta en diferentes ciudades para recordar su vida, obra y también hacer un llamado a las autoridades contra la impunidad, señala Iliana del Rocío Padilla Reyes en su columna"

A un año del asesinato de Javier Valdez, esta semana se llevó a cabo una jornada de protesta en diferentes ciudades para recordar su vida, obra y también hacer un llamado a las autoridades contra la impunidad. Los eventos fueron organizados por el semanario RíoDoce y la Comisión ciudadana de seguimiento al caso de Javier Valdez, pero en ellos participaron un conjunto de personas que prestaron tiempo, recursos materiales y talento para organizar e impartir talleres, presentar libros, un documental, llevar a cabo exposiciones y otras manifestaciones artísticas y culturales.

Desde semanas atrás se estuvo convocando a la participación y la respuesta fue positiva. Algunos, de manera altruista, dedicaron días en la organización, otros aportaron boletos de avión, comidas, hospedaje, aparatos de sonido, horas de su tiempo cargando sillas, colgando afiches, cantando, actuando, danzando, impartiendo talleres, hablando en el escenario y/o ante la prensa. Y al final de la jornada, todos los participantes marchamos y gritamos en una sola voz: ¡Javier Valdez vive!

Fue una marcha muy colorida por la diversidad de los asistentes, y triste por la falta de Javier. Inició en la Catedral de Culiacán, con las palabras de Carmen Aristegui, y terminó con un evento en la Fiscalía de Sinaloa, entre manos levantadas mostrando el dedo mayor, con la Valdezseñal, y gritos que exigían justicia.

En medio de la marcha, al pasar por el mercado Garmendia, alguien llamó mi atención. Una mujer de unos 60 años que no participaba en la movilización bajó de la banqueta y comenzó a gritar con mucho coraje: ¡Por mi hijo que tiene cuatro años desaparecido, por él deberían de marchar! Me miró a los ojos y puso el puño en alto. Al escuchar sus palabras pude sentir su rabia, seguí caminando entre la gente, sosteniendo mi letrero, pero algo pensativa. Debí pararme, hablar con ella, pero reaccioné demasiado tarde: volteé para atrás y ya se había ido.

La experiencia con la mujer con el puño en alto me hizo pensar en el dolor que experimentan muchos en Sinaloa, y en México; hombres y mujeres que no se sienten identificados con los movimientos sociales y optan por la apatía. Algunos no conocen que tienen otras opciones que el silencio, y otros si saben de los grupos que movilizan a las víctimas, pero tienen miedo o no comparten sus intereses. Me hubiera gustado decirle a esa mujer que en la marcha había grupos de madres que buscan desde hace mucho tiempo a sus hijos, a las que Javier siempre apoyó, y que con gratitud ahora se unían a la manifestación. Pero también sé que es difícil comprender que el grito de uno puede ser el grito de todos; que el grito de Griselda Triana, esposa de Javier, puede ser la voz de todos nosotros, y viceversa.

Aunque la marcha fue diversa y auténtica, no podemos decir que fue multitudinaria, como casi ninguna lo ha sido en Sinaloa; quizás sólo la del Chapo ha movido a tantas personas. Algunas voces han diagnosticado en los sinaloenses una gran falta de empatía con las causas de las víctimas a pesar que de manera directa o indirecta todos somos víctimas de la violencia. Pero, ¿qué nos falta para ser empáticos con las causas de los demás?

Aunque no hay un consenso entre los especialistas que estudian la empatía como una reacción social, se han desarrollado ciertos acuerdos sobre los procesos emocionales y se cree que están implicados en la cognición social, es decir, la empatía radica en la forma en que los sujetos perciben a los demás y en lo que se piensa sobre ellos. Algunos de los componentes que se identifican son la familiaridad, la similitud, la experiencia previa y la notabilidad.

Así, quizás la clave para identificarnos con otros, y su sufrimiento, está en la información que tenemos sobre los demás. ¿Qué tanto nos identificamos con las víctimas de la violencia?, ¿los vemos como parte de nuestra comunidad o como sujetos ajenos?, ¿pensamos que nuestro sufrimiento es particular o lo compartimos con otros?

Esto nos debería llevar a la reflexión a todos, en particular a quienes presentamos información ante medios masivos, a las autoridades, y también a quienes educamos jóvenes y niños.

Acerquémonos a las víctimas, escuchemos con atención sus historias. Tomemos el ejemplo y la invitación de Javier Valdez.

 

Twitter: @iliana_pr