El padre, el hijo y el ‘vocho’: don Arturo y el amor eterno a su retoño

Jesús Verdugo
15 junio 2025

El carpintero de la avenida Juan Carrasco, en Culiacán, conserva desde hace más de 20 años el Volkswagen amarillo que conducía su hijo, quien falleció; y aunque le han ofrecido comprárselo, él no vende su tesoro

CULIACÁN._ Fechas borrosas en su memoria, él solo recuerda que su hijo murió en situaciones dolorosas para cualquier padre.

Don Arturo Molina tampoco recuerda alguna actitud extraña en su hijo, pero aquella mañana que le avisaron que su retoño estaba sin vida, se le partió el corazón y el alma; ese dolor de hombre duro que no se demuestra pero sí deja heridas abiertas.

“Él estaba colgado con una pierna arriba de una silla, cosa que a mí se me hizo muy raro”, relata.

Era su orgullo, el varón que todo padre presume; físico matemático en el INEGI, recién casado y con un futuro prometedor.

Eran los años 2000 y su hijo conducía ese Volkswagen amarillo de segunda mano, pero fiel y confiable.

Algunos problemas maritales propios de la vida son el único tropezón que se recuerda.

La vida se cortó y el dolor aparcó en su familia para siempre. El duelo era duro, las fotografías se convirtieron en tesoros y ese vocho amarillo quedó guardado por más de 20 años en el garage familiar; una manera de proteger la memoria y congelar ese recuerdo intacto, una forma de no olvidar a quien ya no está.

Hace algunos años, don Arturo desempolvó el vocho, le resanó la pintura, le devolvió la vida al motor y lo conserva como su hijo lo dejó antes de partir. Su mirada se torna vidriosa al mirar al pasado, al pensar en que su hijo cumpliría 52 años y reniega una conclusión que suena más a analgésico que a resignación.

“La vida nos marca que primero nos vamos nosotros y cuando es al revés es muy duro”, dijo.

Luego suelta un suspiro lento y rasposo, de esos que cortan el aire y supuran nostalgia.

Recuerda que el vocho fue comprado a una mujer de Bachigualato. Y paralelamente el hijo de aquella mujer busca recuperar una parte de su madre y ha intentado comprar nuevamente el carro a don Arturo.

“El hijo de la señora anda detrás de él, dice que era de su mamá, pues y quiere recuperarlo, pero yo no puedo venderlo”, afirma.

Es en la avenida Juan Carrasco donde debajo de la sombra de un frondoso árbol de neem reposa el Volkswagen amarillo, cubierto del sol y la lluvia y vigilado por no menos de cinco perros que ladran afanosamente desde la casa de don Arturo.

Él, que se mantiene trabajando en su carpintería y lo conduce esporádicamente sin dejar de pensar en su hijo querido.

Don Arturo Molina bromea sobre su codiciado tesoro, ya que nunca faltan las ofertas para comprarlo. Recordar que un vocho es para muchos una pieza de colección, pero el valor de la memoria de su hijo no se puede calcular en pesos.

“Me lo ha querido comprar no creas, me corretean y me preguntan que si lo vendo ¿cuánto ofreces? les pregunto, y me han ofrecido hasta 90 mil, pero yo no lo vendo”, recalca.

La historia de don Arturo es un testimonio viviente del amor de padre, ese sentimiento incomprendido e infravalorado históricamente; difícil de entender para muchos y de expresar para casi todos.

La dureza de la masculinidad mexicana encierra hoscamente un poderoso lazo fraternal que poco se explora pero que existe en todas las familias y cuando el dolor ataca se padece y se llora en silencio.