La Escalera, librería de pueblo escondida en un rincón de Culiacán
La librería que años atrás organizaba eventos culturales, clubes de lectura, presentaciones de libros y lectura de poesía en el corazón de Culiacán, hoy ha sido relegada a las orillas de la ciudad privada de participación en espacios culturales
Conocidas popularmente como librerías de pueblo, se han vuelto escasas en Culiacán, el poco recurso y la difusión casi nula de parte de los gobiernos, ha hecho que los espacios artísticos y culturales que crecían en torno a estas librerías, poco a poco vayan quedando en el olvido.
Estas librerías se caracterizan por ofrecer libros académicos de segunda mano a bajo costo, libros que ya no se editan y son difíciles de conseguir, ediciones especiales e incluso, libros firmados por el autor.
Es el caso de la librería La Escalera, la que por mas de dos décadas ha ofrecido libros de historia, sociología, psicología, y teórica política a estudiantes de preparatoria y universidad a muy bajo costo.
Por casi un lustro formó parte del tianguis de los libros, el cual se ubicaba en la plazuela Álvaro Obregón, en el corazón de Culiacán.
Espacio que fue recinto de diversas actividades artísticas y culturales, mismas que los libreros organizaban a fin de fomentar el gusto por la lectura.
Presentaciones de libros, recital de poemas, clubes de lectura y eventos artísticos reunían a cientos de espectadores, jóvenes, niños, adultos, e incluso familias enteras, era un oasis cultural en medio de una ciudad que aveces, o casi siempre, destinan los recursos y esfuerzos a “lo que sí deja” actividades económicas, de construcción y modernización, dejando para después el fomento a la cultura y el rescate de espacios públicos.
¿Cómo inició la librería La Escalera?
Retrocedemos a los años 80, en el puerto de Mazatlán donde Julio Escalera (de ahí el nombre de la librería) se dedicaba a la venta de enciclopedias, de esas que se vendían de casa en casa y en abonos.
Visitaba pueblos aledaños de los municipios vecinos de Mazatlán, pueblos de difícil acceso donde no había librerías y la lectura o consulta de libros científicos terminaba siendo un placer que pocos podían darse.
Con el pasar del tiempo y al ver la necesidad e incertidumbre de los estudiantes de universidad por conseguir libros teóricos y a bajo costo, Julio Escalera vio la oportunidad de vender enciclopedias y libros académicos en la facultad de ciencias sociales de la UAS.
A los maestros les hacia un favor, así los alumnos no batallaban en adquirir los libros que ya de por sí eran caros y difíciles de conseguir, Julio los llevaba de segunda mano y a bajo costo.
Así empezó a trabajar en un punto fijo, en los pasillos de la universidad. Por invitación de un amigo se mudó a la capital del estado, a Culiacán, donde encontró un mercado ansioso y con hambre de leer.
Con ingresos más estables y una relación solida con Carmen Eslava, llegaron los hijos. Tonantzin Guzmán la segunda hija del matrimonio, creció rodeada de libros y voluminosas enciclopedias, su casa con olor a libros viejos daba la mas cordial bienvenida a amigos y conocidos.
Su primer acercamiento con las novelas clásicas fue en sus primeros años de vida, etapa en la que aprendió a manejar a la perfección los nombres de editoriales y autores, siendo ese el oficio de sus padres, dos libreros empecinados en fomentar la lectura.
Tonantzin relata cómo inició la librería familiar La Escalera, una librería de pueblo apegada al principio de sólo vender libros científicos y académicos que abonaran al desarrollo intelectual de los lectores.
“Nosotros iniciamos vendiendo libros de ciencias sociales y humanidades ese era nuestro sello, nosotros vendíamos libros de difícil alcance de editoriales como Siglo XXI, Fondo de cultura, Porrúa, Amoroso, Ariel, editoriales buenísimas en traducción pero carísimas”, explicó.
Sin embargo, la llegada de librerías nacionales y el impacto del internet hicieron que las ventas bajaran, las librerías de pueblo dejaron de ser la primera opción para encontrar los clásicos como El Quijote de la Mancha, El Lazarillo de Tormes o los grandes teóricos de las ciencias sociales como Rousseau, Freud, Carlos Marx, Tocqueville o Weber, pues ahora los estudiantes podían fotocopiar los libros, imprimirlos o leerlos en digital.
“Desafortunadamente con las nuevas tecnologías los estudiantes ya no buscan el libro físico o también porque es difícil conseguirlos”, afirmó.
Por tal razón, el negocio que durante muchos años se había mantenido exclusivamente con libros académicos, tuvo que innovar e incluir libros del gusto popular, cuentos, superación personal, e incluso, recetarios.
“Para sobrevivencia de la librería, decidimos desde ya cinco años incluir en nuestro repertorio de títulos que antes era puro sociales, meter libros popular como After, Coelho, García Márquez, nosotros antes no los manejamos, fue por necesidad”, explicó.
Tianguis del libro
Al crecer y mostrar gran interés por los libros, Tonantzin quedó a cargo de una extensión de la librería, misma con la que participó en el tianguis del libro de catedral. En muchas ocasiones le toco organizar los eventos culturales que ahí se realizaban, era un desfile de artistas, en ocasiones iban poetas, aveces bailarines, aveces escritores, otras veces cuenta cuentos.
En los casi cinco años que duró el tianguis del libro, recibieron tres intentos de desalojó, pero los libreros se organizaron, reunieron firmas y organizaron un evento cultural en protesta al desalojo, en el que incluso, el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II participó en la manifestación en apoyo al fomento a la lectura.
“Hubo muchas ocasiones en que nos intentaron sacar y con apoyo del pueblo y de Paco Ignacio Taibo, él vino y dio la cara para que nos dejaran trabajar, hicimos un colectivo de firmas y opiniones y con eso logramos estar cuatro años”, afirmó.
Finalmente cuando la pandemia llegó y bajo el pretexto de evitar aglomeraciones y el transito de personas en el centro de la ciudad, Tonantzin fue notificada de que el tianguis de los libros sería removido.
“Pero la pandemia empezó y comenzamos con el aislamiento en casa y el municipio aprovecho que no había gente afuera y otros compañeros que nos apoyaban enfermaron”, lamentó.
De esta manera La Escalera fue desalojada de la plazuela Álvaro Obregón, el espacio que antes fue recinto de la cultura y el arte, quedó desolado.
“Ahí quedó, tuve que liquidar y despedir a mi empleado que venía de fuera, estaba estudiando en la escuela de artes ya tenía tres años con nosotros, y pues el muchacho se tuvo que ir a su pueblo, otros compañeros veladores también, se acabó la chamba para todos”, agregó.
Reubicados sobre la avenida Pascual Orozco en la colonia Nuevo Culiacán, se resisten a cerrar sus puertas y desprenderse de los miles de libros que han ido atesorando a lo largo de los años.
“Tenemos un montón de libros de 25 años trabajando, de colección, alguna que otra enciclopedia, libros importantes de historia”, relató.
Desde entonces y a duras penas, la librería La Escalera hace esfuerzos enormes por mantenerse en el mercado, Tonantinz afirma que la brecha de la competencia con las librerías de talla nacional es enorme, sin embargo, hay clientes fieles que prefieren consumir en librerías de pueblo, donde algunas veces se encuentran tesoros literarios.
“Es muy frustrante ser librero es un trabajo humilde y humanitario porque una, no me voy a volver rica con esto, pero así como mi padre trabajando arduamente puedes sacar adelante una familia y a la vez apoyar a otras familias tanto de escasos recursos que están buscando un libro para su licenciatura los estás apoyando de cierta manera”, concluyó.