A sus 101 años, don Polín vive enamorado de mamá ‘Ita’, de 96 años, en Escuinapa; llevan juntos ocho décadas

Carolina Tiznado
28 agosto 2021

Cuando hablan de sus nietos sus rostros se iluminan, porque también les ha tocado criarlos, al igual que lo hicieron con sus hijos

ESCUINAPA._ Papá “In” y mamá “Ita” han vivido juntos muchas historias, pero la más maravillosa ha sido conocer a su descendencia, que suma decenas de nietos, bisnietos y tataranietos, a quienes les piden les llamen papás, pues no se quieren ver como “viejos”.

Apolinar Rojas Martínez y Francisca Raygoza Fausto suman juntos casi 200 años de vida.

Don “Polín”, como le conocen, cumplió en julio 101 años, mientras que su esposa tiene 96 años.

Hace 78 años decidieron formar su familia, una familia dirigida prácticamente por don Polín, quien no duda en señalar que fue mamá “Ita” quien se lo robó, después de que disfrutaran decenas de bailes, que es donde se conocieron.

“El matrimonio ha sido a todo dar, nunca nos hemos dejado, he sido esclavo de la mujer, ella me robó”, dice mientras ríe a carcajadas.

Con 101 años, papá “In” quiere contar muchas cosas cuando alguien se acerca a platicar, conserva su mente lúcida, aunque el sistema auditivo le falla y su vista se ha perdido debido al glaucoma.

Ni su esposa ni él padecen enfermedades crónico degenerativas, como diabetes e hipertensión, por lo que de vez en cuando se echan algunas cervezas y se paran a bailar.

Don “Polín” habla de su familia y de sus vivencias, acapara la atención mientras su esposa lo observa y solo lo interrumpe cuando se trata de hablar de sus hijos, del nombre de cada uno de los 12 que tuvieron, dos han muerto, uno de 7 años y una hija de 52 años.

El Covid-19 es una enfermedad más que le toca vivir, expresa, antes fue la viruela, tenía 12 años, pero veía cómo el duelo parecía haber llegado para quedarse en el municipio, hasta que aparecieron las vacunas.

En su familia no había tenido ninguna pérdida, pero sabían del dolor que se vivía, porque murieron amigos, vecinos, por los que estuvieron listos para recibir la vacuna.

“En mi familia nadie murió, pero había muchos muertos por viruela, entonces nos vacunaron, así dejó de morirse la gente, nos pusieron una inyección por aquí (muestra el brazo) se me hace que ya no tengo la seña, la vacuna era voluntaria”, explica.

Con el Covid-19 le tocó también pensar en la vacuna y acudió junto con su esposa para protegerse, es la única manera de combatir estas enfermedades, precisa.

Se dice un apasionado de los libros, gracias a su agilidad mental, pero ahora los disfruta en audio, ya que su vista se ha gastado.

Sí tuvo sueños que no cumplió, reconoce, ser maestro fue el principal, apenas cursó dos o tres años de primaria, pero era tal su habilidad y su deseo de aprender que “devoraba” libros, era un deseo que transmitía, por lo que el profesor José Matilde Nevares le ofreció ser maestro, enseñar, pero fue una decisión que su padre rechazó, pues le decía que debía dedicarse al campo.

Y decidió tomar su propio rumbo al tener una familia, con 12 hijos no quería que nada les faltara, por lo que tenía cuatro trabajos, en actividades principales, recuerda.

Trabajaba en la empacadora, de cargador, de chofer de las salineras y arreglaba objetos diversos, llegaba a casa y se ponía a hacer ejercicio con una cuerda, pues solo hay una manera de que el cuerpo funcione bien, señala, es comer saludable y ejercitarse no solo de cuerpo, sino de mente.

Por eso en sus comidas poca sal, poca azúcar, refresco medido, pero a la cerveza no le dice no, sobre todo cuando se trata de compartir con su esposa e hijos.

Recuerda que leer le permitió defenderse cuando una vez enfermó y no le querían atender, probablemente era la presión, pero al no recibir la atención, recordó cuáles eran sus derechos y los hizo valer.

“A mí me gustaba mucho leer, mucho, ese día aplique lo que digo siempre: ‘la mente domina a la enfermedad’, si te quedas pensando no sales, ese día el doctor no me quería atender y le dije mis derechos, ese día también dejé de comer algunas cosas, me hacían daño, no tenía caso”, señala.

Leer le permitió hacer solo sus trámites de pensión y apoyar a otros compañeros, leer hizo que una de sus hijas a la que no le daban esperanzas de vida, tuviera una alternativa para salir adelante del problema médico, ese que justamente había leído unos días antes y que conservaba en un libro.

Esa fue su filosofía con sus hijos, su herencia, primero que para avanzar tenían que prepararse, para conocer del mundo tenían que leer y para tener una vida longeva mejorar su alimentación, dejando de lado algunas cosas.

Algunos cumplieron y son profesores, otros no fueron lo que deseaba profesionalmente, pero han sido excelentes hijos, señala, a los que también enseñó a ser honrados, pues una ‘mancha’ por algo que hagas mal, no se quita jamás, precisa.

Don Polín relata las historias, pero en pausas de la plática también le dice a su hija, una y otra vez, que saque el acta de nacimiento que prueba sus 101 años de edad, cumplidos el 11 de julio pasado, porque mentiroso no quiere que le digan.

Aunque habla con amor de sus hijos, con el dolor de la perdida de dos de ellos, su rostro se ilumina cuando habla de sus nietos, esos que aun por tradición llegan a casa los domingos.

Esos que les tocó criarlos, porque los papás trabajaban y aquellos que son su orgullo, por lo que han destacado en el mundo y aunque alaba los buenos que son.

Es en su nieto Solange donde se proyecta, pues es un hombre dedicado a la ciencia, a dar ponencias sobre el estado de la tierra, es quien está en Praga trabajando para instituciones privadas y públicas, en él se cumplen los sueños que el niño Polín tuvo.

Lo reconoce y no lo oculta, pues cuando llega de viaje hay largas pláticas sobre ciencia y también hay vinos y chocolates que le trae de los lugares por donde viaja.

Los nietos, bisnietos y tataranietos representan para mamá Ita y él, un orgullo, porque pueden verse en ellos y también cumplir sus sueños, formaron el árbol que dio extensos frutos, de los que aún disfrutan, dice.

Es un orgullo haber conocido a los nietos, a todos, casi siempre vienen los domingos, nos gusta tener la casa llena”, señala, mientras su esposa asiente y solo dice “Es un gusto tenerlos”.