¡Aquí nació Gabo!

06 noviembre 2015

"En la finca número 619 de la calle Monseñor Espejo, de Aracataca, surgió el imaginario macondiano"

Nelly Sánchez/Enviada

ARACATACA._ Caía un aguacero torrencial fuera de estación cuando la tía Francisca Simodosea salió a la calle con prisa y dando amplias zancadas para llevar la noticia: "¡Varón!, ¡varón!, ¡traigan ron que se ahoga!".
Era el 6 de marzo de 1927, hace 80 años y 11 meses, cuando nació el autor que ha regalado al mundo un caudal literario y la mejor historia de la lengua española, después de El Quijote, de Cervantes, Cien años de soledad.
En el número 619 de la calle Monseñor Espejo surgió el imaginario macondiano, por el corredor de las begonias, bajo el candente Sol y cerca de las acacias rojas, caminan el Coronel Aureliano, Úrsula, José Arcadio, Rebeca, Amaranta y toda una estirpe condenada que vive bajo una maldición incestuosa.
Pintada de blanco y bajo un tejabán de barro, es la finca más famosa de Aracataca, la más visitada por los turistas, en donde los límites entre la realidad y la ficción se desvanecen.
Quien lo sabe a la perfección es Rubiela Reyes, guía de la hoy Casa Museo Gabriel García Márquez, que pertenece al gobierno y es considerada Patrimonio Nacional.
"Es real que existía un cuarto de los santos", dice la cataquera, "era el cuarto donde sus tías y su abuela velaban a todos los santos que parecían del tamaño de una persona o estampitas de santos que le colocaban velas o velones".

Un poco de historia
Aracataca era un pequeño pueblo que prosperaba gracias a la llegada de la United Fruit Company, cuando el coronel Nicolás Márquez, veterano de la Guerra de los Mil Días (1899-1902), llegó en 1910, como recaudador de impuestos. Venía de Riohacha y lo acompañaban su esposa Tranquilina Iguarán y sus tres hijos: Juan de Dios, Margarita y Luisa Santiaga.
La casa que los albergó, de madera, barro y techo de paja, se fue construyendo primero junto al alar izquierdo y luego hacia atrás, donde levantó el cuarto de su mujer, uno para huéspedes, un almacén, comedor y cocina.
Cuando Luisa Santiaga se casó con el telegrafista Gabriel Eligio García, casi en contra de su voluntad, el Coronel se rindió a sus amores imbatibles y les ofreció su casa cuando supo que nacería su primer hijo. Y fue en la habitación de los abuelos donde Gabito vio por primera vez la luz.
Creció bajo la sombra de un frondoso castaño y dio sus primeros pasos sobre los pisos de tierra, y fue ahí donde se gestó el universo literario que ha asombrado al mundo.
Cuentan los vecinos que como la familia era guajira y sedentaria, a las 18:00 horas las tías encerraban al pequeño escritor para contarle las hazañas y las anécdotas del abuelo durante la guerra y el mismo Coronel le contaba cuentos de miedo.
"Gabito creció en una casa de mujeres llena de historias de fantasmas sin cabeza, leyendas sobrenaturales y episodios de la Guerra Civil. Sus abuelos y una supersticiosa mujer con un talento especial para contar historias, lo criaron para calmar una disputa familiar causada por el matrimonio de sus padres, quienes se fueron a trabajar a Barranquilla", cuenta Reyes, "creció como un niño común y corriente que tenía sus amiguitos para jugar trompo, bolita de uña, patear balón y volarse los patios a robar mango".

Realidad o ficción
De la casa original quedan unas puertas carcomidas por la humedad, unos pisos oscurecidos y unas paredes desgastadas por el paso del tiempo.
Pero nadie se escapa de imaginar cómo sería el cuarto de los santos donde dormía Gabo con su tía Francisca, su hermana Margarita y su prima Sara; acercarse al cuarto de los baúles y el de San Alejo, tocar las paredes de las que Margarita, Rebeca, en Cien años de soledad, comía tierra y cal con tanta melancolía.
Los pasillos en los que la tía Elvira, o Amaranta, tejió su mortaja y donde pedía que escribieran cartas para llevarlas a sus familiares muertos, está vacío. El corredor de begonias, donde se sentaban la abuela y las hijas para hablar de ánimas, brujas, la llorona y la guerra, hoy tiene la compañía de un árbol pivijay de más de 30 metros de altura y dos palmeras que dan coco de agua.
Al fondo está otra casita que perteneció a tres indios wuayu Meme, Apolinar Moscote y Alirio, sirvientes que el Coronel compró por trescientos pesos en Riohacha.

Monumento nacional
En 1954, el panameño Juan Iriarte compró la casa a Luisa Santiaga y su hermano Juan de Dios, cuatro años después de que Gabo acompañara a su madre a Aracataca para venderla. Y en 1985 la adquirió la alcaldía de Aracataca.
El 13 de marzo de 1996, el Gobierno de Colombia la declaró Monumento Nacional y en estos momentos está en un proceso de restauración. Y aunque nadie sabe con precisión cuándo estará terminada, al año la visitan más de mil colombianos y extranjeros en busca de la cuna del Nobel de Literatura 1982.
Gabriel García Márquez se fue de Aracataca el 2 de marzo de 1937, dos días antes de que muriera el abuelo Coronel y cuatro antes de cumplir 10 años. Se lo llevaron a Sucre, después se fue a Barranquilla y luego a recorrer el mundo con la magia de sus letras.
La última vez que volvió a entrar a su casa natal fue en 1983, un año después de haber ganado el Nobel y aunque regresó a su pueblo el 30 de mayo de 2007, la fiesta macondiana que le hicieron de bienvenida, le impidió recorrerla.
En este pueblo olvidado y al mismo tiempo el más famoso de Colombia, está su cuna, la finca donde vio por primera vez la luz una mañana lluviosa.

Cronología de una casa famosa
* 1912: La casa era de techo de paja y la compra el Coronel Nicolás Márquez.
* 1917: El Coronel construye su oficina, habitaciones, cocina, comedor y almacén.
* 1950: Luisa Santiaga Márquez y Gabriel García Márquez regresan a Aracataca con el interés de vender la finca.
* 1954: El panameño Juan Iriarte la compra.
* 1985: La adquiere la alcaldía de Aracataca.
* 13 de marzo de 1996: El Gobierno de Colombia la declara Monumento Nacional.
* 2006: Inicia un proceso de restauración.

RESGUARDO Libros, fotografías, recortes de periódicos, pinturas y la primera máquina de escribir de Gabito que se exhibían en su casa, hoy son resguardadas en la Casa del Telegrafista, donde trabajó Gabriel Eligio, papá del Nobel.