Cobra vida el espíritu de la creación pictórica con Delfos

Héctor Guardado
16 marzo 2019

"La compañía estrena el espectáculo Pintura que se mueve, en el Museo de Arte de Mazatlán"

MAZATLÁN._ La vitalidad de una obra pictórica está en la forma en que los espectadores le dan vida a través de las infinitas interpretaciones que propicia la propuesta de un creador, la mirada incisiva que penetra sobre todo en la sensibilidad y la emotividad de lo que rodea a Víctor Ruiz, codirector de Delfos lo llevó a introducirse de una manera elocuente a las obras de ocho pintores icónicos de la cultura occidental.

Vibrando con el movimiento en la gran pecera creativa en que se convirtió el patio del Museo de Arte de Mazatlán, el coreógrafo utilizó la danza para crear una metáfora emotiva sobre las atmósferas, las sensaciones y la esencia de artistas monumentales como Remedios Varo, Edvard Munch, William Turner, Leonardo DaVinci, Frida Kahlo, Salvador Dali, Toulouse Lautrec y Vincent Van Gogh.

Fue un viaje envuelto en el velo de los sueños, la oscuridad del patio, las perfecta dosificación de iluminación para crear una atmósfera onírica, creó el ensueño, el encuentro fantástico con la creación de la danza que esa noche se unió a los elementos que el público reconoce en cada una de las obras de los artistas visuales.

La noche inició con uno de los más populares pintores del planeta, Salvador Dali, que le puso imágenes a los sueños del ser humano con su propuesta surrealista. Para el coreógrafo la volatilidad de los sueños se representó con seis globos inflados con helio que seguían obedientes y sumisos a su guía, un bailarín de largas piernas y delgada figura, en sí el sólo es una figura surrealista.

Su deambular por el espacio iluminado con precisión para no romper la atmósfera de quimera que envolvió a los poco más de 100 personas que asistieron al estreno de la más reciente obra de Delfos. Pintura que se mueve fue una revelación de equilibrio entre cuerpos y movimiento describiendo, hablando con sutileza, con imágenes bellas, ambas cualidades cercanas a la poesía que en este caso se vio, se materializo en un espacio.

Las semillas de girasol de Van Gogh

Con semillas de girasol, los bailarines dibujaron espirales en el piso, que rodearon a un sujeto envuelto en una camisa de fuerza que al desdoblarse y abrirse para liberarlo lanzaba, desprendía semillas de girasol que enriquecían la composición de espirales que los bailarines habían formado a su alrededor, una bella evocación de una de las emblemáticas pintura de Vincent Van Gogh.

Pícaro, seductor y divertido, Toulouse Lautrec

Fue una visión reveladora, seductora, juguetona que arrancó una sonrisa a los espectadores extasiados por el rojo carmesí de un manto de holanes que evocaron el tutú de los volantes de las faldas con las que se baila el can can.

La atmósfera se cargó con la alegría juguetona de la “Chansón” francesa, creando ese ambiente bohemio de principio de siglo en el Molino Rojo, el refugio que contenía el ambiente y a sus personajes de los bajos fondos de París de principios del Siglo 20 retratados por el pintor francés Toulouse Lautrec.

Cinco pares de piernas juguetonas, eróticas, las risas traviesas, provocadoras, cómplices, gozosas de los placeres sexuales contagiaron a los espectadores. De entre los holanes y las piernas salió la personificación del inolvidable pintor francés que disfrutó de ese ambiente durante su juventud y lo retrató en sus inolvidables carteles.

Una medusa de algodón

Los personajes oníricos de Remedios Varo, la pintora española que se refugió en México huyendo de las amenazas del dictador Francisco Franco, se materializaron en el patio del Museo. El frágil y exquisito mundo esotérico que puebla sus cuadros pudo ser palpado por los ojos de los espectadores, una medusa que en lugar de víboras su pelo era una enorme masa de algodón se comunicó con un grupo de siete esferas plateadas que la obedecieron dóciles y sumisas.

La poética de esta pintora quedó titilando en el aire cuando desapareció la imágenes, una expresión de asombro se dejó escuchar en el aire, la delicada gorgona de las esferas había desaparecido.

El hombre de Vitruvio

DaVinci creó una imagen universal, El hombre de Vitruvio, que define la armonía y el equilibrio del cuerpo del ser humano, las proporciones perfectas están ahí.

Víctor Ruiz lleva más lejos esa visión, primero pone a una mujer a representar este icono de la humanidad, y la rodea de libros en una metáfora visual que patentiza que es el conocimiento la parte más importante de esas proporciones perfectas, de esa armonía.

Fue una imagen sobrecogedora, cargada de la esperanza que necesita el ser humano del Siglo 21, que ve al hombre como el que está destruyendo su entorno, frente a esa imagen idílica de DaVinci que pone en el centro del Universo al ser humano, en un estado casi de inmaculada perfección.

También se representaron las imágenes de ensueño y de idealización del pintor inglés William Turner.

El mundo de Frida Kahlo se representó desestructurando el cuerpo de un hombre a través de los espejos, con una imagen de sufrimiento que recordó a Jesús en el calvario, el canto de Chavela Vargas y espejos resquebrajándose fueron los sonidos que redondearon al atmósfera de esta propuesta.

El famoso cuadro del pintor noruego Edvard Munch, El grito, fue la imagen que inspiró el poema visual que representó a este pintor existencialista.

En una experiencia religiosa se convirtió el espectáculo-performance Pintura que se mueve, creada por el coreógrafo Víctor Ruiz, que constató una vez más el enorme talento del que es dueño, la interpretación estuvo a cargo de los miembros del grupo de danza contemporánea Delfos, que iluminan con su arte al puerto de Mazatlán.