‘Corazón desazón’: el regreso al buen teatro

Julio Bernal
15 junio 2021

No basta con añorar. Si la vida no se vive, uno se podría quedar en medio de ensoñaciones dentro de la burbuja de la nostalgia. Digo yo que tenemos la obligación de vivir la vida, este hecho formidable que la pandemia nos ha venido limitando y que he visto activarse como luz intermitente, como esta vez que atendí la invitación de Rodolfo Arriaga Robles para asistir a la última presentación de “Corazón desazón”, una obra que él dirige, autoría de Saúl Enríquez y montada con el Tatuas.

El evento no tuvo lugar en gran sala de teatro, sino en un refugio para el arte que se ubica en el número 234 oriente de la calle Antonio Rosales, allí donde algún tiempo funcionó el Otelo’s Café.

El Otelo´s Café, quiero que sepa, fue uno de los proyectos del Tatuas mediante el cual sus integrantes no sólo daban lugar a la bohemia, sino que era a la vez el escenario de sus presentaciones y taller de teatro. El Otelo’s Café ya no existe, pero permanece como un espacio íntimo para los montajes del grupo, como la obra que acabo de ver y que me colmó el corazón de emociones, tanto por el reencuentro en vivo con mis compañeros artistas, como por la calidad de la obra, la buena dirección de Arriaga y la excelente acometida del cuerpo actoral, casi femenino.

Tenía más de año y medio que no acudía a un evento cultural de cuerpo presente y fui absolutamente sorprendido tras el melodrama que presencié, que fue tan vivaz como descarnado.

Se trató de una historia chispeante y a la vez trágica en la que se dejó traslucir el sentimiento íntimo femenino, bien logrado por Saúl Enríquez, alejado de clichés facilones, con marcados dejos de profundidad, casi como si la dramaturgia hubiera sido escrita por una mujer, salpicada de recurrencias discontinuas de la filosofía que provee la equiparación de la cocina con la vida, que de manera insistente hacían recordar la novela Como agua para chocolate, de Laura Esquivel Valdés.

Fue una ingeniosa historia habitada por tres mujeres (y un destino, casi se antojó decir) que llegan a enamorarse de un mismo hombre (Genaro Sahagún), pero sin que ninguna vincule cuentas de la situación hasta el final de la obra. Todo se desarrolla en la fonda de Flavia (Marcela Beltrán), donde la ayudante se llama Carmina (Miriam Valdez) y mesera es la coqueta Martha (Marichú Romero).

Cada una guarda su propio drama de vida en relación con el amor, la soledad y el pensamiento mágico, incluida la del propio Mariano (Genaro Sahagún), que el público va conociendo a como se va desenredando la madeja, que tanto provocan tensión como sonrisas, ya por frases o desplantes.

Quiero decir que Corazón desazón es una obra que dura casi hora y media, pero que se disfruta como si los minutos no existieran, con un ritmo muy marcado, casi de prisa, a veces triste y muy seguido jocoso, ritmo que no se pierde en ningún momento, ni siquiera tras las continuas intervenciones de la “informante” (Marichú Romero), quien repetidas veces abandona su estatus de ‘mesera’ para hacerse cargo de las acotaciones. Además, la propuesta de montar la obra con sesgos de intimidad, es formidable, tanto, que no sé si funcionara en una sala teatral grande.

He venido siendo testigo de relevos generacionales en el terreno de la actuación y celebro enormemente el crecimiento de las actrices anteriormente mencionadas, así como de Genaro. Pero, además, debo decir: desde hace tiempo admiro el trabajo en escena de Marcela Beltrán. Y punto.