Cuando los camioneros se la rifaban de galanes

Julio Bernal
27 abril 2021

Las rutas ya no son las mismas, sin embargo, impera el recuerdo de muchas de ellas, como el Lima, el Peni, el Petróleos-Quintas, el Coloso, el Recursos, el San Miguel, el Estación o el Mandarina, cuya existencia dibujó toda una época

Con uñas y dientes iba agarrado de la puerta de aquel microbús Libertad mientras el aire revoloteaba sobre mi espalda, porque no había logrado ir más allá del filo del primer escalón debido a que el camioncito parecía lata de sardinas y en su interior no cabía ya ni siquiera un alfiler. Iba sostenido con una sola mano, pues con la otra llevaba peligrosamente asido el mamotreto de Álgebra, de Baldor, que tanto era un suplicio para entenderlo, como para empuñarlo. De tan gordo.

Era tiempo de lluvias y la calle Guerrero estaba hecha un arroyo; y justo cuando el microbús pasó por allí, un rebote súbito me arrancó el libro y por allá lo vi flotar, con todo y el árabe de la portada.

Porque la vida es así, no circulo más por la ciudad en transporte urbano, pero guardo sin embargo imágenes nítidas de su acontecer en épocas pretéritas, como cuando los choferes de camiones eran codiciados galanes para las jovencitas, que cuando eran cortejadas por algunos de ellos, las veías a su costado o en el asiento de primera fila como divinas y orgullosas garzas, recorriendo viajes de ida y vuelta, como el de la ruta Seminario, que prácticamente atravesaba Culiacán de cabo a rabo, desde la populosa colonia Lázaro Cárdenas, hasta la llamada 6 de Enero, pasando por lugares como el Club de Leones, el Seguro Social, la Mueblería Rincón, la Casa Grande y por supuesto el Seminario.

La estridencia de la música era uno de sus rasgos y allá iba uno brincando debido a los baches, mientras Los Yonic’s te cantaban: “Palabras tristes (ah ah ah) que en mi mente vivirán (ah ah ah)”...

Eran camiones ataviados y coloridos según el gusto del dueño del volante, sobre todo el área de la cabina, en las que lucían cortinillas plegadas y con flequillos, fotos familiares y de santos de su devoción; y ya no se diga del frente exterior, copado de luces intermitentes y multicolores que podían competirle al árbol navideño más iluminado; aparte, sumadas unas cornetillas como para avisar: aquí voy; más las leyendas pintadas en la defensa: “Tencha, ya sabes que eres la consentida”.

Bajo la observancia de la lupa actual podría sonar desproporcionado el hecho de que, mayormente los varones (fueran en un Cucas, en un Circunvalación o en un Burócrata), sacaran la cajita de cerillos con la Venus de Milo impresa y encendieran sus cigarrillos, que podían ser Faros, Alas, Fiesta o Raleigh -así fueran de pie, sujetos del tubo que pendía del techo- y fumaran despreocupadamente.

Claro que algunos camioneros también ponían lo suyo para hacer más densa la fumarola, pero con más elegancia, pues nada impedía que sobre el tablero llevaran un cenicerito de alacrán o de conchitas marinas, acto al que podían añadirse los “garbanzos”, como llamaban a los acompañantes.

Los años cayeron y las rutas ya no son las mismas, sin embargo impera el recuerdo de muchas de ellas, como el Lima, el Peni, el Petróleos-Quintas, el Coloso, el Recursos, el San Miguel, el Estación o el Mandarina, cuya existencia dibujó toda una época que llegó o moldear preferencias musicales, así como a encumbrar a los choferes a un nivel de estrellas con arraigo en la vox populi, superando incluso el tilde de “cafres del volante”, porque eran ellos los de los arrancones, o los que propinaban tremendos acelerones cuando los usuarios apenas si había puesto medio pie sobre la escalerilla.

En este momento de nostalgias por el Culiacán que se ya fue, de pensar en El Rayito, pues era el camión que yo solía abordar, doy espacio para agradecer a Rolando Ibarra Hernández por refrescar mi memoria y por compartir imágenes del transporte urbano de antaño. Verdaderas joyas. Y punto.

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