Diógenes de Sinope
Una figura austera, de extrema sobriedad, recorría las calles de Atenas, armado con una lámpara a plena luz del día, mientras decía; “busco a un hombre de verdad”. Esta anecdótica narración nos trae la imagen de Diógenes de Sinope y su incansable búsqueda de la virtud, más allá de las banalidades creadas y apreciadas por el hombre.
Había nacido en Sinope, dentro del territorio actual de Turquía, en el año 323 a. C. su padre fue un banquero en aquella ciudad, el cual falsifico las monedas circulantes en ella, contando con la complicidad de su hijo Diógenes, por lo cual ambos fueron expulsados de su ciudad. Habiendo llegado a Atenas conoció a Antístenes un antiguo discípulo de Sócrates, del cual, según relata Platón había presenciado su ejecución.
Es Diógenes de Laercio, un historiador nacido en el siglo quinto de nuestra era, quien nos ha legado la mayor parte de los datos concernientes a su ilustre homónimo.
En su obra “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, narra su forma de vida, considerándola la de “un hombre extraño”, el cual, según narra, vivía teniendo como morada el interior de un tonel y su comportamiento podría considerarse como el de un vagabundo; Diógenes consideraba a la pobreza como la máxima virtud.
Su nuevo maestro, Antístenes, es considerado como el creador de un movimiento de carácter filosófico, el cual miraba de manera despectiva a los valores creados por la convivencia social, a los cuales el hombre se entrega con afán, considerándolos como un mal del cual se debe liberar, para encontrarse consigo mismo, en la plenitud del ser humano.
La doctrina enseñada por Antístenes y que inspiraba a su movimiento del cual Diógenes de de Sinope fue un exponente recibió el nombre de cinismo, de la palabra griega kyon, cuyo significado es perro, lo cual mostraba un desprecio a los “valores” creados por el hombre como; la riqueza, los honores humanos, el fingimiento, la artificiosidad y la misma ciencia del hombre, considerándolos como un lastre que impedía alcanzar la felicidad.
Siguiendo las enseñanzas de Antístenes, Diógenes vivió en una profunda austeridad y desprecio a los placeres, considerando esto como una locura humana.
Cuenta una anécdota, que cierto día vio a un niño bebiendo agua recogida en la cavidad de sus manos, ante esto Diógenes tiro su jarro, diciendo: “este niño me enseño que aún tengo cosas superfluas de las cuales debo desprenderme”.
En cuanto a su muerte hay varias versione, envueltas en el mito, una de ellas cuenta su muerte a causa de un cólico por haber comido un pulpo vivo; según otra versión, murió a causa de una caída después de haber sido mordido en el talón por un perro al cual le estaba dando de comer pulpo y finalmente, otra versión dice que murió por su propia voluntad, conteniendo la respiración.
Según una leyenda él había dicho; “cuando muera échenme a los perros, ya que estoy acostumbrado a su compañía”. Los corintios le erigieron una memoria en un grabado, con la figura de un perro descansando.