El estudiante de la familia

Juan José Rodríguez
22 mayo 2022

Hoy por fortuna tenemos opciones para la educación muy amplias, con sus altas y bajas, críticas y reconocimientos.

Pero, no hace menos de 50 años o menos, era más complicado para una familia humilde económicamente salir adelante a través del estudio.

Recuerdo en mi infancia, de la que provengo dentro la cultura del trabajo, que me tocó conocer a muchas familias dedicadas a la construcción y demás oficios manuales.

Y es que quien dice construcción, también dice carpintería, herrería o transporte de materiales, a veces todo junto o con diferentes grados de profesionalización.

Una vasta gama de oficios ahí confluyen y se entrelazan. Y se entra en relación lo mismo con arquitectos de compañías constructoras o el más humilde fabricante de mosaicos que los moldea a mano.

Quiero hablar de que en ese magma social conocí a familias de albañiles, artesanos o pescadores, donde destacaba a veces un hijo que era mencionado con un apodo que hoy celebra su día.

“El estudiante”.

Sí, uno podía conocer un señor albañil, con dos hijos ayudantes y otro más ocasional y de repente uno se enteraba de que existía otro hermano más que era estudiante. Sólo uno.

La palabra se decía con cierto respeto y reconocimiento.

O igual un señor con un camión de volteo, con dos hijos armados con palas a lo que de repente, un fin de semana o trabajo especial, se integraba el que era estudiante.

De entrada se estaba reconociendo que dicho muchacho, presente o ausente en la obra, era talentoso para el estudio. “Voy a mandarle un giro a mi hermano el estudiante”.

No se decía ahí, pero incluso se sobrentendía que ese joven era la esperanza para la familia.

Lo curioso es que a veces ese miembro de la prole que era estudiante lograba ese mérito por omisión o por haber nacido intermedio, con hermanos mayores ya trabajando o con una posición un poco más desahogada que les permitía al los padres pagarles esos estudios y ser ayudado por los hermanos.

Así que dicho estudiante asumía el compromiso de dedicarse a estudiar, para ser alguien en la vida, más allá de sus otros familiares, con resignación y denuedo.

Mi respetos para esas familias trabajadoras, enganchadas en la sobrevivencia, que lograban encajar en su núcleo familiar un espacio para que alguien saliera por un mejor camino.

Y muchos de ellos, no lo hicieron pensando en beneficiarse a futuro con el título o la posición lograda por el hermano estudiante.

Con que alguno de ellos tuviese un mejor nivel de vida y su descendencia se sentían pagados de sus sacrificios. Pero era grato cuando ese hermano, que tenía su título, su casita y su carrito, emprendía una acción a favor del otro que se quedaba en los oficios fabriles, sin seguridad social o futuro.

No olvidemos eso hoy que tenemos acceso a la educación y universidad pública.

En muchos países de Latinoamérica, sólo a las clases medias altas y las oligarquías pueden acceder a una carrera técnica o profesional. México y Cuba son los que tienen las universidades más gratuitas y con calidad.

Si usted que nos lee es aún estudiante, agradezca ese privilegio y haga su parte cuando le corresponda. Sea digno de ese noble privilegio.