El florecer de la lengua, Myriam Moscona

14 noviembre 2015

"La ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 2012 presenta en la Feria del Libro de Mazatlán su novela "Tela de Sevoya""

Fernando Alarriba

"¿Meksiko? Meksiko era para mozotros, en la karta, solo un payis ke de la banda izkyedra le enkolgava una lingua larga kon el nombre de la Basha Kalifornia!".
¿Qué es la lengua sino un inmenso depósito de las huellas de la historia? ¿Qué tierras, qué nombres se apagarán cuando el mundo sea dibujado por última vez por aquellos que hablan de la infancia como "chiquez" y al acto de leer le nombran "meldar"?
Myriam Moscona, ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 2012, decidió emprender en el año 2006 una travesía que aclarara y reconstruyera su origen, que diera voz a las ausencias que sufrió desde pequeña, y sobre todo, que le permitiera revelar el inconmensurable mar de historias enraizadas en el ladino, esa lengua que aún se escucha en las zonas rurales como ansina, juites o güerco; voz transhumante que a su salida de España se anidó en países como Rumania, Francia, Italia, Turquía o Grecia, lengua que en su epopoya ha desafiado con dulzura al tiempo y que está al borde de la extinción, según los registros de la Unesco.
El rostro de Myriam se ilumina al recordar, como una travesura, el nacimiento de la que es su primera novela, Tela de Sevoya, a la que dedicó seis años.
"Yo tuve la suerte de recibir la Beca Guggenheim, hace seis años, en el 2006, y con el dinero de la Guggenheim me fui a Bulgaria... porque mi proyecto de la beca era escribir un libro de poesía en ladino, en judeoespañol. Con la lana del premio me di el lujo de invitar además a una amiga; nos fuimos las dos a Bulgaria y yo tenía muy claro que quería encontrarme con los últimos hablantes del ladino, del judeoespañol, que no es más que un español arcaico que se llevaron los judíos de España tras la expulsión a finales del Siglo 15, ya no hay niños que hablen en esta lengua".
En este, el viaje más entrañable que ha realizado en su vida, la poeta rompió una idea que había sostenido con firmeza, "jamás escribiré una novela".
Ir en busca de la casa de sus padres, escuchar de nueva cuenta la lengua que le había enseñado su abuela, uno de los ejes más fuertes y bellos de la novela; indagar sobre esa lengua, inventar biografías, remover su propia memoria y cambiar su perspectiva sobre la identidad, al sopesar lo que 500 años, ó 32 generaciones, pudieron vivir en su paso por toda Europa y su travesía hasta América, desembocaron en una obra que muestra que la fuerza vital de la literatura es insumisa, ajena a moldes y expectativas, aun si estas vienen de los propios autores.

Viaje a la semilla
Myriam Moscona se define como una persona dispersa. Afirma que el único hoyo en el que ha cavado por años es la literatura.
El desplazamiento, interno y externo, es esencial para ella: no sentirse atada, correr de un lado a otro, hacer poesía visual, escribir poemas o narrativa, son la sabia de su fuerza creativa y la llave de esta novela.
"El meollo del hombre es tela de sevoya". Este refrán ladino habla de la fragilidad humana y es el génesis de Tela de Sevoya, obra construida desde la voz de una niña, telar en el que cada trazo tiene un significado especial: Distancia de foco designa la memoria, Molino de viento habla de ensoñaciones, Cánticas son pequeños poemas en ladino, Pisa papeles, las notas informativas acerca de ésta lengua, La cuarta pared testimonios y voces de otros y Del diario de viaje, apuntes de su vista a Bulgaria.
Myriam reconoce que en este éxodo no ha estado sola, señala con franqueza sus influencias: Roland Barthes, Walter Benjamin, David Grossman, Sandor Márai, Rainer Maria Rilke y sobre todo, Marcel Proust, con su colosal obra En busca del tiempo pedido, ha sido un faro para nadar en el océano de la memoria, atravesar sus espejismos, dialogar con sus fantasmas, todo apuntalado a la enseñanza de su gran maestra, la poesía.
"La poesía te enseña a escuchar las palabras, a ver cuánto te duran en la boca, a ver cómo se oyen entre sí y a mí me importa mucho eso, mucho. Yo puedo estar horas revisando un parrafito, porque oigo que algo no se oye bien y a veces ni siquiera detecto qué es y lo vuelvo a pasar y lo vuelvo a pasar; es más, mi forma de trabajar es extraña porque la mayoría de los novelistas creo que trabajan con una versión que sueltan y después la corrigen, yo al contrario, no puedo avanzar a lo siguiente si algo no está bien. Si algo no me ha quedado al menos en una primera versión limpia".

Sobre el Premio Villaurrutia

Así como la historia deja sus sedimentos en la lengua, cada autor lleva consigo una carga de voces. Myriam recuerda emocionada sus inicios como periodista en un Festival de Poesía realizado en Morelia en l981, en éste se encontraban titanes literarios que tuvo la fortuna de entrevistar, entre los que destacaban cuatro futuros Premios Nobel: Tomas Tranströmer, Günter Grass, Seamus Heaney y Wole Soyinka; además de el inmenso Jorge Luis Borges, Allen Ginsberg y Vasko Popa, entre otros.
Moscona reconoce que ganar el máximo galardón de las letras nacionales, otorgado por el gremio de escritores, es especial, ya que algunos de los ganadores de otras ediciones la han formado.
"Sí te tumba... me dio una mezcla de alegría, nerviosismo y pues ahora lo que tengo que hacer es vivir estos días como vienen y después uno tiene que olvidarlo y bajar la cabeza y ponerse a escribir. Porque tampoco voy a vivir con los brazos en alto de que es el Premio Villaurrutia".

La lengua llama

Durante la presentación, acompañada por los escritores mazatlecos Juan José Rodríguez y Ana Belén López, Myriam Moscona enfatizó que con la muerte de cada lengua muere toda una visión del mundo. Sin embargo, gracias a Tela de Sevoya, es posible percatarse que la palabra, la literatura, nos otorgan un sentido de pertenencia que supera toda clase de distancia; ni el tiempo, ni el espacio, ni las razas o los credos pueden superar la fuerza de la sangre que la lengua guarda.
"Después de mi viaje a Bulgaria yo fui al norte de Grecia, a Salónica, la ciudad en la que tal vez había mayor número de judíos serfardís después de la Segunda Guerra Mundial. Era tan grande la población que uno escuchaba ese español en las calles. Yo estaba en la calle, abriendo un mapa, porque soy muy desorientada, con mi amiga tratando de localizar un lugar, y llegó una mujer y me dijo algo en griego; yo no sé por qué no le contesté en inglés, que es la lengua franca, le dije en español 'No hablo griego' y me dijo '¡Hablas español hijita!' (Moscona lo dijo en ladino) se levantó la manga de la camisa y me mostró el número del campo de concentración que tenía tatuado en su brazo, y enseguida entramos en una intimidad inmediata...".

Una cuenta pendiente

Myriam Moscona, quien también recibió en 1989 el máximo galardón al género lírico en México, el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes por su obra Las Visitantes, tiene una cuenta pendiente con el proyecto de la Beca Guggenheim que inicialmente la motivó a ir a Bulgaria, la creación de un poemario en ladino.
"Yo llevaba un diario de viajes y seguía pensando que tenía que cumplir con mi proyecto de la beca y que iba a llegar a México a escribir poesía, y de hecho ese libro allí está y se llama Ansina, fue creciendo un poco paralelamente a la escritura de este libro (Tela de Sevoya), me tomó un tiempo darme cuenta que estaba haciendo otra cosa y como yo había dicho que jamás iba a hacer una novela pues sí me resistí, hasta que, de pronto me di cuenta de que eso que estaba haciendo iba hacia otro lado".
Ansina es sólo la punta del iceberg que Moscona ha vislumbrado como una posible saga de su viaje hacia las raíces de su identidad, y a segura que lo que Tela de Sevoya despertó en ella sigue vivo y llamándola con fuerza.
"Fue para mí tal la fascinación de entrar en esto que no lo quiero soltar. No sé si me va a salir, pero yo la verdad quiero seguir haciendo no sé si una trilogía o menos que eso, y por otro lado estoy haciendo Ansina, estoy traduciendo algo, haciendo poesía visual; por lo visto yo me aburro de hacer lo mismo siempre... aquello que para algunos críticos puede verse como una inconsistencia porque un día haces poesía visual, otros día escribes poesía, el otro día haces narrativa… me tiene sin cuidado, yo lo necesito hacer, y lo voy a seguir haciendo".