El Octavo Día

Juan José Rodríguez
25 septiembre 2016

"Libros de texto y bustos históricos"

Qué complicada es la polémica de los libros de texto. Recuerdo que en mis tiempos el de sexto año tenía un niño y una niña desnudos y ninguno de nosotros se asustaba o excitaba con eso.  Nos hacía gracia, pero de tan claro el asunto, a nadie nos inquietó. Estaba más sexy Yayita, la novia de Condorito.

Lo más atrevido que existía en la televisión eran las películas de Mauricio Garcés, que las daban el sábado por la noche, luego de la rigurosa película de Pedro Infante. Hoy estamos en Babilonia y el control parental es la voz que clama en el desierto.

Guardo un especial afecto por mis textos escolares, a pesar de que me caracterizaba por traerlos rotos e intervenidos. Garabateaba en ellos todo lo que se me ocurría. Aún lo hago.

No sólo rayaba y "mejoraba" los libros en la primaria, sino que creaba una historia larga completa y compleja que le narraba después a mis compañeros. Eran lo que hoy se llaman "intervenciones" o "multiplicidad de contenidos artísticos".

El libro de sexto año de español era mi obra maestra, ya que logré configurarlo en la historia de "La tercera guerra mundial". Lo siento, tuve una infancia muy bélica gracias a la tele, donde "Los tigres voladores" combatían constantemente a los japoneses y hasta la Mujer Maravilla dominaba a los nazis.

Convertí todos los dibujos de pájaros, abejas y demás animales en poderosas naves espaciales y máquinas de guerra. A la ilustración del texto de "El licenciado Vidriera" lo adapté para que fuera la muerte del rey enemigo, ya que lo ilustraban durmiendo en un pajar. 

La "Carta a una señorita de 15 años", de Stefan Zweig, la hice el acto de rendición, debido que mostraba una hoja manuscrita y un tintero con pluma de ganso. En las últimas paginas venía el texto de "El diario a diario", de Julio Cortázar, y lo hice personificar la noticia de la derrota que se da conocer. 

Como al final del libro venía la letra del Himno Nacional -con marca de agua de la campana de Dolores, Hidalgo- yo cerraba mi performance con la oportuna frase de "y cantan todos El Himno Nacional", ganándome el aplauso de mi público por ese alarde de ingenio. ¡Maravilla de ocio de dibujante creativo en las áridas horas de la aborrecida escuela!

Esos libros de sexto año eran una maravilla, aunque tenían la letra muy pequeña e ilustraciones algo bizarras. 

Otro parte de nuestra educación la complementaron unas figuras de plástico que aparecían en conocida marca de frituras, especialmente en el mes de septiembre. Fuera de eso, en mi educación primaria no tuvimos más apoyo audiovisual. No se usaban aún las maquetas y lo más  sofisticado eran los periódicos murales, donde jamás vi un trabajo mío debido a mí horrible letra, consecuencia de tres fracturas que tuve en el brazo. Mi creatividad por eso se fue a caminos destructivos.

Pero déjenme hablar de los bustos, esas piezas escultóricas de urgencia que se volvían juguetes y les hacíamos perder la seriedad al manipularlos junto a las figuras del Santo o el Chapulín Colorado de "Las baratas".

En Mazatlan llegaron en septiembre de 1975, coincidiendo con la fechas patrias. También coincidieron con una caída que tuve en la primaria y que me tuvo en el hospital cinco días con el brazo enyesado.

No sabía yo nada aún de la existencia de esos bustos, pero una señora que estaba en el hospital junto a nosotros y cuidando a un niño fracturado de la cadera atesoraba más de una docena, militarmente alineados en un rincón en la cabecera de su hijo, lo cual revelaba que ya tenían varios días antes que nosotros ahí recluidos. 

Aparte, dicha señora se las había arreglado para conseguir tres pequeños pedazos de papel verde, blanco y rojo, y ponerlos, unidos a un palito de paleta, en lo alto de un envase de colirio que completaba la escena.

El papel verde y rojo los obtuvo de la envoltura de unos chicles Adams "tamaño americano" que en ese tiempo venían envueltos en papel, cosa que deberían de volver a hacer.

A pesar del limitado raciocinio de mi infancia, gracias al aburrimiento de esos días recuerdo haberme preguntado qué tan grande había sido la ociosidad de esa señora para ponerse a armar esa banderita tricolor y alegrar, un poco, el sitio donde los niños convalecíamos o esperábamos nuestra respectiva operacion.

Esto fue en el llamado "Seguro Viejo". Yo al menos tenía la ventana a mi lado y podía ver el mar y los barcos camaroneros que salían a la zafra y la enfermera me invitaba a contarlos, cosa que desde entonces me parecía un pasatiempo muy tonto, ¿cuál era la necesidad y el beneficio de contarlos? ¿matemáticas de oquis?  Para ser un hospital, era un sitio demasiado parecido a la escuela, con todo y señoras regañonas. ¿Por qué no metían una televisión para que viéramos "Las aventuras de Juliacinto", que iban a pasar el jueves por la tarde, según leí en el Teleguía antes de mi accidente?

Quedó cincelado en mi mente que, por culpa de esa contingencia, no vi esa película que luego aprecié varias veces en los canales de la ex Televisa hasta sabérmela de memoria. Esa fue nuestra educación.

Jorge Ibargüengoitia decía que la única aportación original de México a las artes plásticas fueron la cabezas gigantes de los héroes patrios repartidas como hongos por todo el país... También hay que añadir a los bustos cívicos olorosos a nachos con chile jalapeño y queso.