EL OCTAVO DÍA: La mesa de ‘Don Quijote’

Juan José Rodríguez
03 julio 2016

"El escritor Juan José Rodríguez analiza frases de 'El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha'"

La primera frase de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha es de sobra conocida y enigmática… “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”. Es una frase inicial que ya necesita un comentario medio erudito, a pesar de su simpleza.

 

Algunos Cervantistas (que los hay en todo el mundo y releen y comentan el libro con precisión casi teológica) afirman que Cervantes se refiere con sarcasmo a la ciudad de Argamasilla, identificada porque, más adelante y sin que venga el caso, se menciona un panteón donde se encuentran sepultados varios académicos.

 

Y por si fuera poco, en esa pequeña ciudad fue donde Cervantes fue encarcelado alguna vez durante su errante vida por los caminos de España. (La otra ocasión, en la que duró más tiempo, en Sevilla fue cuando escribió la primera parte del Quijote).

 

La segunda frase, que nos puede sonar rara a los ojos de hoy, reboza en información de su vida diaria en unas cuantas pinceladas goyescas; “una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes”, nos da a entender que no era una persona muy pudiente porque comía especialmente carne de res y el salpicón era un platillo que se hacía con carne de desecho.

 

En ese momento, el carnero era más caro que la res y no existían las técnicas de hoy de la ganadería. Era tan preciado que los refranes daban cuenta de ello: “De la mar el mero y de la tierra el carnero”; “de enero a enero, carnero”; “carnero, comer de caballero”, etc.

 

Al decir olla, más que referirse al objeto, se refería a un platillo, así como llamamos cazuela a un preparado de carne con verduras: “la olla sin verdura, no tiene gracia ni hartura”, dan cuenta los refranes populares. No debían faltarle los garbanzos y las patatas y echarle un embuchado o pedazo de liebre. 

 

“Ni olla sin tocino, ni boda sin tamborino”. Hasta hay refranes con consejos de no hervirla mucho o no dejar de darle vueltas: “Olla que mucho hierve, sabor pierde”. “Olla, ¿por que no cociste - dueña, por que no me meciste”. Hay un poema de Lope de Vega que hasta exige ponerle “dos varas de longaniza y un golpe de hierbabuena”.

 

Había una “olla de tres tumbos”: se servía primero un plato con puro caldo sobre migas de pan. Luego una con caldo y verduras y al final uno ya con la ración de carne. Así se cumplían con los tres tiempo de una buena mesa y se disimulaban las carencias.

 

La olla más sabrosa era la llamada “olla podrida”, que era llamada así no por el mal estado, sino porque toda la carne echada ahí se desbarataba con el lento cocimiento. No deja de tener ese nombre porque se usaba todo lo que había sobrado la semana pasada de diferentes platos y, en una época sin refrigeración, más valía hervirla bien para matar las bacterias.

 

De ahí pasó al francés como “potpourri”, pote podrido,  concepto que llegó al medio musical para referirse a toda composición con un poquito de todo.

 

La lujosa y bien ponderada paella es un plato similar, nada más que aquí se junta todo y se hacer hervir con arroz y azafrán. 

 

Una vez un catalán nos hizo una a mí y a mis amigos, según él con la receta original, y el muy tacaño nos dio un camarón por persona, bajo el argumento de que así era la receta original de esa noble comida de pobres.

 

Las “comidas de pobres” a veces son las más sabrosas, como el gazpacho y la sopa de cebolla francesa. Según se cuenta, cuando los Reyes de España andaban de visita por alguna pueblo pedían que les sirvieran la olla podrida de las casas por las que pasaban, ya que era un deleite tan sabroso que nunca les servían sus cocineros reales por ser del vulgo.

 

Los “duelos y quebrantos” son un plato bastante indigesto, con chorizo, huevos revueltos y tocino, que han hecho decir al escritor Julio Camba que el Quijote no enloqueció por los tantos libros que leyó, sino porque comía casi pura carne y eso es algo que enloquece a cualquiera.

 

Incluso afirma que, más adelante, cuando el personaje recupera momentáneamente la razón, coincide con una visita a una posada donde les dan de comer una trucha recién sacada del río y freída con piñones.

 

Los personajes del Quijote se la pasan comiendo y eructando y cuando no, se andan quejando de las bastantes hambres que enfrentan por los polvorientos caminos de España.

 

Hay hasta una parte en la que Don Quijote corrige a Sancho y le dice que la palabra correcta es “eructar” y no “regüeldar”, como malamente afirma su escudero.

 

Esto último nos confirma que no se la pasaba mal Don Quijote.