El Octavo Día: Nombres de personaje y nombres de guerra
"El escritor en su columna habla sobre nombres de personajes en novelas"
¿De dónde sacan sus nombres para sus personajes los escritores? Juan Rulfo nos ha estremecido desde que dijo que él los tomaba de los panteones de Jalisco.
Garcia Márquez, haciéndole segunda, dice que él, más modernamente, usaba el directorio telefónico, libro hoy condenado a desaparecer.
Yo no le creo a Rulfo del todo porque los nombres de su novela Pedro Páramo son de una gran carga semántica, demasiado intensa para venir del fünebre azar.
Vamos con “Juan Preciado”, un apellido muy común en esa región. Por eso Rulfo se lo puso. Es como llamarse Juan Pérez, mismo nombre de don Juan Rulfo, por cierto. (Juan Nepomuceno Pérez Rulfo Vizcaíno). El personaje se apellida Preciado, nadie lo quiere y por eso se va a Comala a la muerte de su madre.
El patriarca se llama “Pedro Páramo”: piedra y páramo. La madre, víctima de un ortodoxo patriarcado, se llama “Dolores Preciado”. Su vida fue puros dolores desde que se unió a este señor feudal de inicios del Siglo 20.
Abundio, el otro hijo natural de “Pedro”, se llama así porque todos abundan. “Susana San Juan”, un apellido de un santo para “una mujer que no era de este mundo”. El más forzado es el de “Eduviges Dyada”. Busco en el diccionario y también tiene una carga cultural; ese apellido no es para nada común en los altos o llanos de Jalisco, ni siquiera en el territorio nacional.
Diada es la pareja formada por dos seres o principios muy estrechamente vinculados entre sí, eemplo: la díada capitolina la constituyen Zeus y Hera. Esa mujer es un fantasma que le da la bienvenida al pueblo desierto.
Pero sí hay otros personajes recolectados en los cementerios. “Robinson Crusoe” surgió de un nombre que Daniel Defoe copió de una tumba en la que estuvo escondido un día entero, huyendo de una persecución política.
También el “Grinch” navideño de Charles Dickens se encarnó gracias a una visita a un panteón. El nombre procede de una lápida, que Dickens vio durante una visita a Edimburgo.
La tumba era de un tal Ebenezer Lennox Scroggie, que trabajaba como comerciante de maíz; Dickens leyó mal y confundió “mealman”, comerciante de comida, por “mean man”, hombre avaro.
El nombre de “Marley”, el otro avaro de la historia, surge porque de joven, Dickens vivía cerca de las instalaciones de un comerciante, a cuya entrada un cartel rezaba “Goodge and Marney”. Es posible que tomara de ahí el nombre del antiguo socio de Scrooge, que aparece con la quijada sujeta por un trapo, al modo de los muertos de antaño.
America Latina no estuvo excenta de seudónimos. Felix Garcia Sarmiento es el mucho más real del poeta nicaragüense Rubén Darío.
De los pocos premios Nobel que hemos tenido en lengua española, dos son chilenos y no firmaban con su nombre real.
Uno se llamaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y la otra Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Si se pronuncian seguidos esos once nombres y apellidos, sale un equipo de fútbol entero.
Nunca he leído con gusto a Azorín, gran prosista de lengua española, porque su pseudónimo siempre me ha parecido más apto para un payaso.
Para hacer una novela, basta un hombre, un paisaje y una pasión, decía Miguel Delibes, otro escritor español igual de aburrido que Azorín. Todos los novelistas españoles son más pesados que un plato de fabada a la medianoche.
Nombre y seudónimo son estilos y destinos.
El más prolífico en máscaras fue Manuel Gutierrez Nájera, usando nombres de pluma como “El Cura de Jalatlaco”, “El Duque Job”, “Puck”, “Junius”, “Recamier”, “Mr. Can-Can”, “Nemo”, “Omega”, “Tick Tack”, los cuales utilizaba para publicar distintas versiones de un mismo trabajo, cambiando la firma.
Cosa imposible para un servidor, quien cierra aquí esta página para desearles un feliz Año Nuevo.