Expresiones de la Ciudad
06 noviembre 2015
"Expresiones de la Ciudad"
Los otros y la mujerAhora sí que me cayó el veinte: todas las mujeres están locas. Y desde que el veinte sonó en mi alcancía, las veo de otro modo, las respeto, pero sobre todo las admiro, pues no es cualquier cosa, se necesita una buena dosis de locura para sobrevivir como ellas lo hacen, aspecto que las hace valientes, jamás débiles como apunta la tradición; y sin que suene a ofensa, son todas una perras que en más de los casos actúan en lo individual, y cada una desde su madriguera le da de mordidas a la vida en este mundo patriarcal que les define hasta el modo de respirar.
Mienten con todos sus dientes los hombres que digan y las féminas que crean que se nace siendo mujer. Para nada. Eso que conocemos por civilización es quien lo establece, de modo que es una creación histórica, es una definición social y cultural que le dice cómo debe comportarse, qué actitudes debe asumir, cuáles deberán ser sus capacidades intelectuales y hasta las físicas.
Las mujeres necesitan locura y perrez para sobrevivir en este mundo de desigualdad, pues para ser mujeres en concordancia con lo que se entiende por feminidad en los tiempos que corren, que son machistas, requieren a los otros, que son los hombres, los hijos, la familia, la casa, los compañeros, las amigas, las autoridades, la causa, el trabajo, las instituciones.
Uno de los ámbitos donde se mueven, donde están recluidas, donde la opresión patriarcal les dicen que deben de estar, es el ámbito privado de la casa y la familia, donde no sólo realizan jornadas domésticas sin remuneración, sino que también están obligadas a llevar a cabo instintos de amor, de abnegación, de dedicación. Y ay de las mujeres que trabajan, pues están sometidas a una doble jornada que no se reconoce, por lo que trabajan más que sus esposos, cuando los tienen, que sus padres, sus hermanos, sus hijos varones, sus amigos, sus novios y sus jefes.
Y por amor disponen su vida para los otros, nunca para ellas. Son mujeres cautivas de todo y en todo. Las madres de familia están cautivas de y en la maternidad y la conyugalidad, las monjas están cautivas del tabú que es su sexualidad, las prostitutas están cautivas de su sexualidad escindida como erotismo para el placer de otros, las presas están cautivas del delito y el mal, las locas están cautivas de su locura genérica.
Para la mujer la casa es un lugar de trabajo, de la realización plena, del amor, de la enfermedad, del cuidado de los demás, de la soledad, de su reclusión y de la muerte.
La casa es su espacio vital exclusivo. Pero en cambio al hombre le es ajena, no la percibe como ella, pues es la mujer quien debe preocuparse y resolver la problemática del hogar y de lo doméstico, de la familia y de los familiares. Y luego la cultura patriarcal le dice que todo ello es natural, que si no lo hace, entonces no es mujer.
La sociedad, las instituciones del Estado y aun la Iglesia, por supuestísimo que no toleran que las mujeres no cumplan con sus tareas, con los comportamientos que le son propios, con las costumbres que se repiten incesantemente. La mujer debe comportarse como mujer, debe pensar como mujer y debe hacer todas las cosas asignadas para las mujeres.
Incluso su adentro subjetivo no le pertenece: es de los otros. Su interior no se construye sobre algo propio, pues el contenido siempre corresponde a los otros. Los otros, siempre, en primer término. El verbo aprendido y eterno para ellas es esperar: su esencia social es la espera y su actitud vital en esa espera es la esperanza. El tiempo de las mujeres es la espera, en el sentido de que lo trascendente de sus propias vidas siempre les es otorgado por lo ajeno: los hombres, los hijos, el matrimonio, la familia.
Pero si esperan de sí mismas, es porque esperan cumplir con el deber de la repetición, de no cambiar, de no apartarse de sus funciones y atributos naturales. Esperan recorrer un camino conocido por la memoria del cuerpo: el ciclo de vida de las otras mujeres. De este modo, la vida de las mujeres y su tiempo, en que el futuro ya es conocido, en que no es incógnita a develar por medio de la creación, carece de futuro histórico. Por eso se asimila que están adscritas a la naturaleza.
La mujer siempre pide para los demás. Pide por su esposo y por los hijos, por la existencia de uno y por la felicidad de los otros. Pero no pide para ella. Y no lo hace, porque ella no existe como ser autónomo, sino sólo mediante los otros. Pero si pide para ella, lo que pide es cumplir con sus deberes, de hija, de esposa, de madre.
Las mujeres que son madres, son reproductoras de la cultura, las mujeres que aculturan a los hijos, a la familia en sí. Ellas son las primeras pedagogas de quienes comienzan a vivir, por lo que puede decirse que son intelectuales y son funcionarias del Estado en la sociedad civil.
Por todo esto y por mucho más, digo que las mujeres están locas, locas de esfuerzos para sobrevivir en un mundo que no se hizo para ellas, sino de compañía y uso de ellos. Digo que son unas perras porque se necesita mucha valentía y mucha entereza, muchos dientes para que no se les escape la vida.
No cabe duda: me ha marcado una sola lectura, la obra de Marcela Lagarde y de los Ríos, titulada Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, edición UNAM, 2003, 883 páginas.
Terminé de leerla y fui a la cocina. Algo quise decirle a mi madre sobre ella, pero la vi feliz, asumida en su papel de madre protectora, abnegada, quitando las semillas al trozo de sandía que me iba a ofrecer. Hay generaciones con contenidos ideológicos infranqueables.
Y me quedé pensando si las mujeres, en general, se sentarían alguna vez a esperar a que los hombres cuiden del hogar, eduquen a los hijos, frieguen la loza, barran el piso, vayan de compras, planchen la ropa de la familia.
Hombres que vivan para los otros, en este caso, para las otras, cuyo contenido de sus vidas no sea autónomo, sino que esté determinado por el exterior, por los demás, o por las demás. ¿Habría resultados positivos, o las mujeres que se lo crean se consumirían en la espera, convertidas en esqueletos?
Dígamelo usted, amiga lectora. Y punto.