Expresiones de la ciudad

Julio Bernal
07 noviembre 2015

"Algo sobre la Galería Frida Kahlo"

Pareciera que en Culiacán la diversión nunca ha faltado. Durante la década de los 40, la raza tuvo la oportunidad de pasarla bien de muy variadas formas. Fueron años en que por aquí estuvieron Pedro Vargas, María Luisa Landín, Miguel Aceves Mejía, Tin Tan, María Antonieta Pons y la Tongolele. Pedro Infante se daba el lujo de venir a inaugurar tiendas, o se daba tiempo de venir a saludar a amigos y a familiares piloteando su avioneta.
En el campo de las bellas artes, mucho dio de qué hablar la generosidad de la Asociación de Amigos de la Música, formalizada el viernes 10 de enero de 1947. Pero había más en el terreno de las artes escénicas. Quien conozca al viejo Ibáñez, de nombre Guillermo, en los 40 andaba haciendo sus pininos al formar el Grupo Alegría de Teatro Guiñol. Y fue también en esta década cuando llegó a Culiacán la carpa de doña Socorro Astol, una de las pioneras del teatro en Sinaloa.
Por supuesto que había espacios para todos los gustos. Fue la gran época del cine, de las grandes estrellas como María Félix, Jorge Negrete, Sara García, Pedro Armendáriz, Gloria Marín y Cantinflas, por mencionar algunos nombres. No por menos, en los 40 se da la mayor producción de lo que se dio en llamar la edad de oro del cine mexicano.
Pero hablando de gustos con sesgo de arrabal, cantinas y cabarets no se quedaban a la zaga. Había un cabaret con cierta fama -medio de mala muerte- llamado El Farolito, propiedad de Elvira Penne. Uta, oiga, a cada rato aparecían en la prensa los escándalos que allí se suscitaban, desde golpes entre borrachos, tiroteos o duelos entre trabajadoras horizontales, por no decir prostitutas.
Y por supuesto que hasta esos tiempos -y mucho más atrás, si se profundiza- está la labor que en la difusión de las artes realizaba la entonces Universidad de Sinaloa. Llegado a este punto, quisiera detenerme en el rubro de las artes plásticas, porque, hasta donde he visto, en ningún otro espacio se le daba lugar a este tipo de exposiciones.
Allí está el hecho registrado por la revista Letras de Sinaloa en julio de 1948, donde hace una reseña de la visita a Culiacán del pintor colombiano Óscar Pantoja, que aunque de origen extranjero, formaba parte del grupo Jóvenes Pintores y Grabadores de México, asociación que acordó, muy al estilo revolucionario, llevar el arte de la pintura a todas las regiones del país.
Está asentado en Letras de Sinaloa: "Un resumen de la obra de Óscar Pantoja, es el mural que pinta actualmente en la Universidad de Sinaloa. Este mural es una síntesis de lo que aprendió en México, el cúmulo de experiencias de cuatro años de trotar por nuestra República siempre en busca de esa verdad sobre el hombre mexicano, que él admira y estima". Ese mural ya no existe en la ahora Universidad Autónoma de Sinaloa, borrado o destruido quién sabe desde cuándo. Pero sirva el dato para reforzar lo dicho líneas atrás, en cuanto al papel que ha jugado la UAS en el devenir de la difusión de las artes, de las artes plásticas, que es el punto que me interesa.
Hacia 1997, la Galería de Arte Frida Kahlo reabrió sus puertas; lo digo así, porque como tal funcionó por mucho tiempo al centro de la Plazuela Rosales, hasta que la administración municipal de Humberto Gómez Campaña decidió devolverle el kiosco a ese lugar. Aquello, más que una galería, era un esfuerzo por mantener un espacio para las artes plásticas. No sería pues, hasta 1997, cuando en realidad se acondicionó para tal fin el caserón que por años permaneció abandonado, sito en la esquina de Ángel Flores y Teófilo Noris. Y la UAS desde entonces tuvo un lugar digno para la difusión de las artes plásticas.
Los primeros meses ahora me parecen entrañables. Eran días en que la atención al público se daba mediante el servicio de edecanes, entre ellas una joven de morena hermosura y sumamente simpática, siempre con una sonrisa para los visitantes, siempre preocupada por estar al tanto de la información que tenía que dar a quienes acudían, sobre todo al principio, a conocer la remodelación del edificio. Marisol, su nombre.
No sé dónde ande ahora Marisol, pero donde quiera que se encuentre, conmigo habrá de recordar aquellos días que a veces se convertían en hastío, espantosamente calurosos, sin una maldita hoja que se moviera del árbol de tamarindo que allí todavía se encuentra. Ni siquiera estaba en planes la apertura de El Cafetín. Eso vendría después.
Claro que la galería fue también atendida por otras edecanes, pero fue Marisol el sello principal de la atención. Se tomó tan en serio su papel, que se aprendió de pe a pa la vida y obra de Frida Kahlo, de modo que no había visitante que se diera por mal pagado cuando le entraba el gusanito de conocer algo sobre esta mujer que hizo época y escuela en el campo de la pintura.
Pero no sólo eso: Marisol estudió a detalle la historia del edificio de la galería, desde quiénes fueron sus primeros dueños, a qué manos pasó la propiedad, quiénes nacieron allí y quién fue su último morador. Vaya, hasta buscó -inventó, casi- algunas anécdotas suscitadas al interior de la referida casona.
Y no sólo tomó en serio su papel de guía, sino que además se apersonó de Frida Kahlo. Y es que cierto día a alguien se le ocurrió hacer un reportaje de la galería, pero con todo y la personificación de la Kahlo. Ni tarda ni perezosa, Marisol dijo esta boca es mía y a la mañana siguiente ya estaba vestida de tehuana, ampliadas sus cejas con maquillaje y lista para la cámara. Así era Marisol.
La recuerdo ahora, justo cuando me vienen instantáneas de aquellos primeros meses de la Galería de Arte Frida Kahlo, un digno espacio para la difusión de las artes plásticas. Estoy seguro que con Carlos Maciel, mejor conocido como Kijano en el mundo de las artes plásticas, a cargo de Difusión Cultural de la UAS, algo bueno habrá de sucederle a ese espléndido espacio universitario.
Y ya sabe: si quiere opinar, si quiere decirme algo, hágamelo saber a mi correo electrónico: jbernal@uas.uasnet.mx