Expresiones de la ciudad

Julio Bernal
14 noviembre 2015

"El señor Manuel Tanamachi"

La última vez nos tomamos una copa de algo. Ya ha transcurrido mucho tiempo desde entonces. No sé más de él. Ni siquiera por teléfono. Y cosa rara: tampoco por las redes sociales. Hice el intento de llamarle el fin de semana que se acaba de ir. Y nada. Silencio por el otro lado. Ni una pisquita de al rato te hablo. Como que ya no es su número. O algo así.
Con Manuel Tanamachi he compartido copas de todos los tonos y grados. Pero sobre todo hemos compartido música. Alguna vez me dijo que sí, para qué te haces, contigo supe de Amparo Ochoa, de Lucha Villa, de Lucha Reyes. Le puse más atención a los boleros arrabaleros de Agustín Lara. Y descubrí el impresionante espectáculo que es el canto de Astrid Hadad.
No podía ser menos. Pasa que (la mayoría lo sabe) Tanamachi es músico. Guitarrista, para ser preciso. Y supo de escenarios a nivel de lo clásico. Pero un día lo traicionó un brazo, un tendón, o cómo diablos se llame la cosa que le puso fin a sus incursiones como concertista. Pero desde los primeros días me llamó la atención su gusto por lo popular.
O mejor dicho: el muchacho no era sangrón, esto es, no era como otros que yo me sé, que de la puntita de la lengua no sale otra cosa que Villalobos y la madre que lo parió, por poner un ejemplo. No, oiga. El que yo les digo, en las noches de bohemia le daba con todo a las cuerdas de su guitarra, acompañando al más o al menos desafinado, que bien podía ser una folclórica de Mejía Godoy, o de plano una cantinera de Chalino Sánchez.
Santo Cristo, cómo hicimos bulla. Incluso una vez, antes de que Sheyla no se la diera de artista de Televisa, nos acompañó a una serenata que le dimos (me cuento, fíjese) a Lupita Contreras, antes novia y ahora esposa de Vladimir Ramírez. Curiosa anécdota, porque aquella vez íbamos en un esperpento de camioneta, que a una cuadra dijo ya no, me paro porque me paro. Y allá andábamos la Sheyla y el Tanamachi y yo, empujando el adefesio.
También me acuerdo del grupo que tenía Heriberto Soberanes, con la dulce Isela Arredondo como voz principal. Y le hacía falta un músico. Y llevé a Tanamachi para audición. Cómo nos reímos de lo que pasó esa vez en casa de Soberanes, porque el señor, a la hora de la prueba, no puso a Manuel sólo a tocar, sino que le dijo: canta. Y cantó. Pero en un tono de Mi voz se va pa' China, oiga. No me alcanza. Y no le alcanzó. Salimos muertos de la risa.
Pero sobre todo hicimos conciertos, muchos conciertos. Yo entonces me las daba de productor de espectáculos. Alguna vez Tanamachi, junto con otros músicos, integró un grupo que se llamaba Ecos de Amor y Libertad, con Edith Tamayo en la voz (ahora ella vive en Europa, casada y dedicada al canto). Creo que allí empezó todo, amistad incluida.
Y a partir de esa época, hacia la segunda mitad de los 80, iniciamos largo viaje de aventuras musicales, siempre Tanamachi como guitarrista principal y director artístico. Y con nosotros desfilaron cantantes como Verónica Dávila, Yadira Tadeo (la abogada de armas tomar), María Inés (hija de Amparo Ochoa) y Orenda Gerardo (que sigue dando de qué hablar en los escenarios).
Quizá el espectáculo más redondo que hicimos juntos fue Blanco Diván de Tul, alrededor de lo más popular de Agustín Lara. Este sí que fue un reto mayor, porque no sólo era contar con las voces adecuadas, sino además armar un grupo con tono de antiguo: piano, violines, bajo, sax, guitarra, percusiones. Y que la escenografía. Y que los conductores. Y que los bailarines del cabaret. Y que la danzante exótica. Aquello salió genial.
Podría seguir con este tipo de anécdotas. Pero es más la nostalgia por un amigo que hoy por hoy está fuera de mis prefacios. Y sin embargo la amistad continúa. Eso lo sé porque no es la primera vez que pasa. Además nos hicimos viejos. Y él se casó. Y ahora tiene hijos. Y trabaja hasta por allá, rumbo a la cola del diablo. Ahora es un Señor. Y supe por los medios que falleció su padre, don Manuel, otro músico de vieja cepa. Y eso enreda las cosas familiares.

Soy malo para condolencias personales. Nunca sé qué decir en momentos tales. Lo peor del asunto, es que me enteré del deceso varios días después. Ni siquiera pude apersonarme en los funerales. Pero desde aquí le envío mis respetos a Manuel Tanamachi. Y le digo que en mi casa hay media copa pendiente para compartir con él. Y la vida misma. Y punto.

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