Expresiones de la ciudad

Julio Bernal
09 noviembre 2015

"Un festival que mueve a la nostalgia"

Uta, oiga, qué prendido andaba yo con los rollos del Che Guevara y con toda la apología musical que en mis tiempos más jóvenes circulaban por allí. Digamos, aunque suene cursi, que yo era un chavo fresón cuando entré al bachillerato. Estaba tan piñado, que me negué rotundamente a ingresar a la prepa Central de la Universidad Autónoma de Sinaloa, así que dentro de las posibilidades familiares me inscribí en la Preparatoria Cervantes.
Todavía me sonaban algunos ritmos de música que viví como secundariano, los de Queen y Kiss, por ejemplo, aunque no muy clavado en la Biblia porque desde chiquillo me pasaban más los sonidos suaves, sin faltar desde luego la música tradicional mexicana. Y no sé por qué ondas tenía un gusto inaudito por las canciones de Cri Cri, cosa que incontables veces provocó la burla de mis compañeros, tan rockerillos ellos, tan modernos, tan prestos para la bailada en las discos de los fines de semana. De algún modo tenían razón, pues ni yo mismo podía imaginarme moviendo el cuerpo al compás de El ratón vaquero.
Quiero decirle, oiga, que todos los de mi grupo esperábamos con ansia la llegada de los viernes, pues casi siempre nos aguardaba un reventón medio planeado: que ir a la disco de moda, que agarrar cura en alguna pizzería, que irnos a nadar al Country. En fin, fueron meses de lo más acá, súper alivianados, tan decentes como las circunstancias nos lo permitían, porque, usted sabe, no faltaba uno que otro quiebre para darle sabor a las andadas. Éramos plebes. Qué se le podía hacer.

Ah, pero que un día empieza a soltar su rollo el profe de sociología, Francisco Herrera, por todos conocido como El hombre lobo. Era –que en paz descanse—un bato como salido de la Selva Lacandona, una suerte de esbozo mal trazado del sub comandante Marcos, con tintes guerrilleros, muy dado a nombrar la "Revolución" cada vez que abría la boca. No niego que me llamó la atención. Y como el infeliz se dio cuenta que me había tragado el anzuelo, que me va trayendo un disco con canciones y poemas dedicados al Che Guevara, personaje que yo en ese entonces desconocía completamente.
Y pues ahí me tenía, oiga, dale que dale con aquello de que "vengo cantando una samba con redoble libertario, mataron al guerrillero Che Comandante Guevara". Y feliz El hombre lobo, pues ya había cazado a su caperuza. Mis compañeros de farras no lo podían creer, cómo fue que había caído en sus garras, yo, tan acá, tan vestidito a la moda. Pero ya ni llorar era bueno: el país me necesitaba para la Revolución.
Ya nada me importó, ni las discos, ni la ropita de boutique; y los fines de semana ya no fueron para nadar en el Country, sino para irme a volantear, para subirme a los camiones pidiendo cooperación para la causa revolucionaria, para los mítines relámpagos en cualesquier calle, en cualesquier poblado, comiendo sardinas, alguna pieza de pan y un refresco de cola. Y más ennegrecido que nunca por las pintas bajo los rayos del sol, poniendo leyendas que se me han quedado grabadas para siempre: "El miedo no anda en burro: registro el PMT", "No hay PRI que dure cien años ni pueblo que lo aguante", "Salario mínimo al presidente para que vea lo que se siente".
En realidad fue una época maravillosa que me ayudó a ver desde otra perspectiva al mundo, porque yo creía que todo estaba bien, ignoraba las tristes condiciones en que vivían y viven muchos hogares mexicanos. Era, al fin, un ignorante con ropa de marca, apático, estúpido y egoísta.
Y al calor de estos ideales ingresé a la Universidad Autónoma de Sinaloa hacia mediados de los años 80, iniciando una etapa en la que conocí personajes extraordinarios de la vida cultural de Sinaloa y en la que pude sentir más de cerca un canto que yo nunca había oído en la radio. Ni maldita la falta que le hacía.
Fue por aquel entonces cuando conocí y me hice amigo de la entrañable Amparito Ochoa. Y de su mano supe de Eugenia León, de Tania Libertad, de Óscar Chávez, de Los Folkoristas, de Gabino Palomares; de la existencia de dos compositores e intérpretes cubanos que habrían de quedarse en mi archivero musical por siempre: Pablo Milanés y Silvio Rodríguez.
La vocación por este canto no se ha perdido en la memoria histórica de la Universidad Autónoma de Sinaloa, verificable en la programación de la XVI edición del Festival Universitario de la Cultura, según acaba de hacerlo público el rector de la institución, Víctor Antonio Corrales Burgueño.
El próximo jueves, Eugenia León abre el Festival y el domingo 15 se presenta Pablo Milanés. Un par que vale. Y que mueve hilos de nostalgia.

Al periodista Javier Valdez seguro también se le agitan los recuerdos al saber que viene Alex Lora a Culiacán, el 13 de mayo. Por allí, en alguna parte entre el público durante el concierto del Tri, Javier estará gritando: ¡Que viva el roooock!
Y pues a ponerse listos. Este jueves arranca el décimo sexto Festival. Y justo ese día yo estaré anunciando la programación en mi columna Primera llamada. Y si hay algo que usted quiera dar a conocer, escriba a mi correo electrónico: jbernal@uas.uasnet.mx