Francisco Guerra, el adelantado

10 noviembre 2015

"Un sinaloense que que hizo una valiosa aportación a la cultura sinaloense"

Carlos Ruiz Acosta/Noroeste Especial


No fue un representante de España durante la conquista de América, se trata de Francisco Guerra Miguel (Ahome 1940-Mazatlán 2008), un adelantado a su tiempo cuya huella perdura en quienes le aprendimos, fundamentos diferentes a la educación formal en la primera etapa de la juventud, considerando que sucedió en una provincia con una sola ventana al exterior en la frontera de Nogales. Era la década de 1960.
En su juventud, Guerra destacó en el futbol conquistando con la selección estatal, el campeonato nacional en 1961 y varios campeonatos para la Universidad de Sinaloa.
Estudió la carrera de derecho en la misma universidad y dos años de ciencias diplomáticas en la UNAM, y en diversos grados, los idiomas inglés, francés, italiano, alemán y hebreo, incubados desde su infancia por el ejemplo de hombre culto, poliglota y cosmopolita representado por su tío Alfonso Guerra, diplomático de carrera quien fue el primer embajador de México en la naciente República Federal de Alemania.
¿Cómo clasificar a Francisco Guerra?, tenia una mente excepcional, pero al no quedar reflejada en su trayectoria, se complica hacerlo a la luz de la clasificación convencional. Entonces, lo haré de acuerdo a mi experiencia compartida con amigos comunes, para recuperar del olvido parte de su valiosa aportación a una cultura antisolemne, festiva y casi iconoclasta.
Culiacán, una ciudad a ratos conservadora y excluyente, lo consideró un outsider y fue denostado por aquellos incapaces de sostenerle una conversación de tres minutos. Guerra desafió al estatus social exhibiendo las limitaciones del lugar, en el cual no tuvo cabida por el hecho de ser diferente.
Conocido como Paco, tuvo otro apodo a su medida: Fracois la Guerre. De personalidad exuberante y perspicaz, representaba para mi generación veinteañera a Francisco de Quevedo y a Alfonso Reyes, pero con la gracia de Vittorio Gassman. Eso lo convirtió en un educador sin licencia, dispuesto a volcar lo que sabia a la menor provocación, así se tratara de oyentes norteados.
A la muerte de Carlos Fuentes, escribí que había sido para mi el maestro del cual tomé la cultura mexicana como argumento para dialogar entre iguales en cualquier país. Ahora puedo decir que Francisco Guerra fue el antecesor de Fuentes, con el mérito de haberlo hecho sin más recurso que la imaginación.
Lo empecé a tratar cuando tenía 18 años. En aquella época de vagancia y tedio interminable, Guerra me inició, para mi asombro descubierto muchos años después, en la poesía de Federico García Lorca, Miguel Hernández y Pablo Neruda; en la novela de Herman Hesse, de Saint-Exupéry y Franz Kafka; en la filosofía de Nietzsche y Sartre; en la sicología de Erich Fromm y en las teorías de Sigmund Freud; en el rock, escuchado en la radio de Oklahoma City; en el jazz de Dave Brubeck y en la música clásica, incluida la explicación de la técnica del pizzicato.
Era común escucharlo declamar partes del Canto General o del Romancero gitano como escucharlo disertar sobre Así habló Zaratustra o discutir sobre el Miedo a la libertad. Su descripción lírica de las muchachas de Culiacán en tardes estivales, no ha sido superada, todavía, por ninguna otra.
Me amplió el horizonte de los idiomas con la manifiesta intención de convertirlos en ventaja, hoy llamada competitiva. Guerra tenia la facultad de pasar de la erudición al juego y repetir el ciclo. Podía iniciar explicando el concepto de la Weltanschauung, seguir con Light my fire de Jim Morrison, mientras manejaba su automóvil sin sacar la cabeza y reiniciar con metáforas de El Principito.
Todo esto serían semillas que junto con otras, germinarían cuando me fui a estudiar a la Ciudad de México, adonde llegué para dialogar sin inhibiciones con personajes que iban de Rodulfo Brito Foucher a Eduardo Mata, de Alberto Ruz Lhuillier a Ernest Mandel, de Richard Neutra a Werner Herzog.
Con el tiempo nos vimos esporádicamente. Se estableció en Mazatlán por 36 años, donde trabajó primero en el Ministerio Público para después fundar el despacho jurídico nombrado premonitoriamente: La Concordia. Las causas del cambio de ciudad, las explica él mismo: "Me fui a ocultar al puerto, a guarecerme de la violencia amiga; a huir de aquellos y de mi y del temor reverencial. Atrás quedó el olor a barro, a barrial, a barrio….".
Nunca supe cuando cambió a la religión judía e hice caso omiso a la estrella de David que mostraba con orgullo.
Ahora sé de su compromiso con la liturgia, el ayuno y las celebraciones semanales del Shabat rezadas en hebreo. Si medimos el significado del cambio religioso en el contexto social, reconoceremos la convicción requerida para vivir con los preceptos morales del judaísmo en territorio de la cruz.
A casi cuatro años de su fallecimiento, continuo apreciando el enorme valor que tuvo para mi generación el habernos motivado a descubrir el conocimiento universal con un método infinitamente superior al del aula: el método lúdico creado por él. Lo hacia jugando con ironía y sarcasmo sano, cambiando de idioma, de escena imaginaria y de referencias conceptuales, aunque estuviéramos en una ciudad cuadrada de luces mortecinas. Ese aprendizaje guió mis primeros pasos en el cultivo de la lectura como fortaleza de vida.
Francisco Guerra Miguel vivió en búsqueda de una quimera situada en otra dimensión; al hacerlo, modificó el destino de muchas personas al abrirles la mente a todo aquello negado por la tradición o por el dogma. Esa fue su mayor aportación a la cultura sinaloense, razón suficiente para recordarlo con gratitud en esta época dominada por la degradación de la estética y la banalidad del espectáculo.
Comentarios: carlos@arquitektonica.com

SU VIDA EN MAZATLÁN
Francisco Guerra Miguel se estableció en Mazatlán por 36 años, donde trabajó primero en el Ministerio Público para después fundar el despacho jurídico nombrado premonitoriamente: La Concordia.