La edad oscura del caserón que alberga a El Colegio de Sinaloa

Julio Bernal
12 octubre 2021

¿A qué se dedicaría la señora Virgen Benigna y Gaspar Zazueta, quien en su época vivió en los “suburbios” de Culiacán? No lo imagino, sólo sé que en 1862 fue avalada como propietaria de un predio sobre el que declaró que era dueña desde hacía 50 años, esto es, desde 1812, y yo no tengo cabeza para trazar ni siquiera un ápice sobre sus quehaceres, pesares y pensares, como saber si se casó y tuvo hijos, si era descendiente directa de españoles, o si vivía en medio de dolida pobreza.

¿Y de quién fue esa finca antes de Virgen Benigna? ¿La heredó, o levantó allí su hogar por razones de necesidad? ¡Quién sabe! Sólo supe que para 1870 ya había allí un cuartito y una puerta de acceso.

Todo esto me viene, tanto los datos como lo demás, luego de toparme con una excelente entrega del programa “Diálogos en El Colegio de Sinaloa”, alojado en el canal de YouTube de este organismo, en el que participó la historiadora Amanda Liliana Osuna Rendón con el tema “Vivienda y convivencia en Culiacán, 1920-1970”, centrado específicamente en el devenir sobre la línea del tiempo del inmueble que hoy aloja a El Colegio de Sinaloa... Sí, le atinó: en el predio que era de Virgen Benigna y Gaspar Zazueta, cuyo apellido, según mis apreciaciones, se ha perdido con los años.

Claro que dudé sobre si Virgen Benigna era sólo el nombre de una mujer, y Gaspar Zazueta el de un hombre; pero no voy a poner en tela de juicio la segura ardua investigación de la historiadora Osuna.

Mejor que eso: quiero decir, y digo, que La Tercena (hoy Antonio Rosales) era una calle de carruajes y diligencias, que olía a lámparas de petróleo, a tortillas recién hechas y a café negro de talega; y más aún: con un paisaje de abundantes copechis alumbrando las oscuridades nocturnas; e incluso con tremendos lodazales, porque en la época de Virgen Benigna aquello no estaba ni siquiera empedrado y aún no se erigía la plazuela Rosales, porque fue hecha hasta 1880 el quiosco en 1885.

Me refiero a esta rúa porque en ella está ubicada la finca en cuestión, que en 1873 pasó a manos de Francisca y Guadalupe Elenes, cuando ya se distinguía como una propiedad sencilla, con una pieza de techo de teja, un par de ventanas y una puerta que daba a la ajetreada calle de La Tercena. En 1874 se la vendieron a Francisco Andrade y en 1875 fue de doña Bárbara Cañedo, por testamento.

26 años vivió doña Bárbara allí, pues en 1901 la vendió a Rómulo Rico, un chihuahuense que vino a estudiar al Colegio Civil Rosales, graduándose como ingeniero en 1881 y donde ocupó varios cargos, entre ellos el de prefecto, que le valió para expulsar al alumno Rafael Buelna Tenorio, en 1909.

Con Rómulo Rico dio inicio una nueva época para la finca que hoy sostiene a El Colegio de Sinaloa, porque fue con él cuando se diseñó y construyó el inmueble que ahora conocemos, aunque se ignora el nombre del arquitecto. Quiero añadir que en el mismo año en que expulsó a Rafael Buelna del Colegio Civil Rosales, el ingeniero compró una fracción de terreno a Basilia López, dando a la casa su tercer patio y su salida a la Donato Guerra. Fue en 1931 cuando la propiedad pasó a manos del licenciado Francisco B. Gutiérrez Zazueta, finca que fue la vida de su familia hasta el año 1982.

¿Quién compró la casa en 1982? El Gobierno de Sinaloa. ¿Quién era el mandatario? Antonio Toledo Corro. ¿Cuándo se fundó El Colegio de Sinaloa? El 30 de noviembre de 1991. Entonces, que alguien me explique qué pasó con la finca durante 9 años. Es como su edad oscura de la historia. Y punto.