La época dorada del Chics El Dorado

Julio Bernal
17 agosto 2021

¡Chula, chula, chula, este fin de semana te voy a visitar para echar tortillas de harina!, le dijo Alberto Vega a Perla Chavira; pero ese “fin de semana” jamás llegó porque a él lo asesinaron brutalmente hacia la madrugada de un viernes de 1992, en la sala de su casa, allí donde en 1986 estuve entre los invitados en una fiesta de despedida en honor de Óscar Liera, quien estaba próximo a viajar a China y Alberto no quiso perder la ocasión de celebrar el hecho, pues era su amigo y su director de teatro.

Supe del plan de las tortillas en la voz del actor y director Rodolfo Arriaga, esposo de Perla Chavira, quien tantas veces compartió el escenario con Alberto Vega en la obra Cúcara y Mácara, de Liera.

Amaba el modo como Alberto Vega representaba al ‘cardenal’. Amaba su actuación y también lo admiraba como persona, de modo que no perdía la oportunidad de saludarlo cuando me lo hallaba en el Chics leyendo el periódico. Me contó Fito Arriaga que Alberto no nada más iba al Chics a tomar café y a enterarse de las noticias, sino que también los domingos se aparecía en el restaurante a la hora del bufet, tomando hasta tres descansos de estómago para arremeter de nuevo con las entradas, los postres y los guisos. “¡Fita, Fita, Fita, tengo que aprovechar”, dice Arriaga que le decía.

Era la época dorada del restaurante Chics El Dorado, el sitio por excelencia para las citas, donde bebías café tipo permanencia voluntaria: te podías tomar una barrica, pero sólo te cobraban uno.

Claro que había otras sucursales en Culiacán, como la del malecón (o Chics Plaza del Río), la predilecta de los maestros de la UAS, quizá porque les quedaba de paso a Ciudad Universitaria; o el Chics Plaza Fiesta, al que fui por primera vez junto con Martha Salazar cuando recién lo inauguraron, invitados por Norma Ley, hija de Juan Manuel Ley, la tremenda mujer que me impactó por su guapura y señorío, con quien solía hablar a diario en el gym al que íbamos, en la colonia Guadalupe.

Pero lo mío era el Chics El Dorado, que era también el preferido del Tatuas -me dijo Arriaga-, porque luego de los ensayos, allí iban a cenar junto con Óscar Liera; y desde allí planeaban, hacían proyectos y hasta reclamaban: cierta noche el actor Sergio López fue a la mesa de Melchor Inzunza, y con el periodiquito “La Verdad” en mano, le hizo patente su desacuerdo con las críticas al dramaturgo.

Ese Chics era el punto de cita para los periodistas, que después emigrarían a El Tabachín, del Hotel Executivo. Pero también se daban cita los artistas, intelectuales y bohemios: allí solía ver a Guillermo ‘el viejo’ Ibáñez, a don Cipriano Obezo Camargo; allí le hice una rueda de prensa a Amparo Ochoa.

Pero lo mío de mis nostalgias, el hecho que me provoca añorar aquella época dorada, son las reuniones casi diarias que sostenía con mi pandilla, con mis amigos cercanos; o con más precisión: con la bolita amante de la juerga, porque en ese Chics nos reuníamos a cafesear y a intercambiar ideas, pero también a planear la bohemia: al recuerdo acuden los nombres del guitarrista Manuel Tanamachi, de los intelectuales Martín Amaral y Ulises Cisneros, del contador Mario Campos, del pensador Vladimir Ramírez, de los ávidos y auténticos lectores Juan José Lomelí y Rafael Barraza.

Hoy ya no queda de pie ningún Chics en Culiacán. Aquél de mis andadas hace mucho que desapareció, lugar donde ahora existe un restaurante de sushi y comida china. Es muy real lo que me acaba de decir Ramón Perea: ya no hay un sitio así para el café, el ocio y la creatividad. Y punto.