La poeta

María Julia Hidalgo
10 octubre 2025

Sola en la mesa, terminaba de comer unos calamares fritos acompañados de una copa de vino tinto; sus labios tenían el rojo tenue de su labial donde se incrustaban minúsculas migas de empanizado. Seductora con sus cabellos negros y chinos, sus ojos rasgados y de un negro profundo miraban traviesos a su alrededor. Bien plantada, sola en una mesa, rodeada de comensales parlanchines, ella disfrutaba sin congoja y con toda gracia su coqueta presencia.

De vez en vez miraba su celular y sonreía; a saber si tomaba fotos a los tipos de la mesa de enfrente, o sólo miraba fotos que le compartían, o leía chistes jocosos que le enviaban las amigas. Yo la veía de lejos y recordaba cada una de las palabras que había dicho en la entrevista donde habló de la complicidad que existió entre ella y su padre, de la vez que éste le dijo que el tipo con el que andaba no le convenía porque la había ido a acusar: “su hija anda en malos pasos porque toma mucho mezcal”.

Al decir eso soltó la carcajada pues el tipo no sabía que justo ella tomaba los mezcales con su padre. Yo la veía desde mi mesa y pensaba en esa mujer de tierra, de música y color que era ella. Una poeta, una diseñadora de joyas, una tejedora, una orgullosa de sus raíces, una mujer que cocina para sus amigas... ahora era una huérfana de padre y de madre habitando todo su universo.

No lo pensé más, le di un trago a mi copa, me levanté, fui a su mesa y le dije: Natalia, vengo a saludarte porque me recordaste a mi padre. Tú no me conoces, pero yo te conocí la vez que hablaste del tuyo —le conté y soltó la risa—. Pero donde sentí que ya éramos íntimas fue cuando leí tus libros El dorso del cangrejo y El baño —fui por mi copa y me senté en su mesa—. Hablamos de los tipos de la mesa de enfrente —ellos ni por enterados—, continuamos con sabores, costumbres y comidas... Intercambiamos recuerdos entrañables de los padres. Hablamos de la tierra y de la vida citadina. De los cambios que nos ha traído el concreto, de cómo nos hemos reducido y encerrado en los espacios que habitamos... de cómo hace falta un mundo sin letrinas para regresar a hacer del baño en los patios traseros de las casas y conocernos los unos a los otros, como lo hicieron, ella y todos en su pueblo, en su infancia.

Quienes crecimos echando grito en la calle, no hacemos distingo y, en menos de un tronido, entramos en el diálogo más íntimo con toda naturalidad.

Hoy, 7 de octubre, esa mujer-poeta, Natalia Toledo de Paz, fue ovacionada de pie en la sala Manuel M. Ponce para recibir la Medalla Bellas Artes de Literatura en Lenguas Indígenas, 2025.

Con la sencillez que la caracteriza, pronunció un emotivo discurso que culminó diciendo: “Dedico esta medalla a mi constelación huarache, a las mujeres que con sus arrullos y su leche me enseñaron a trenzar las palabras que habitan mi corazón”.

Allí me enteré, también, que desde niña fue muy buena comerciante; que su abuela la mandaba a vender empanadas a la plaza; que a los ocho años, sus padres la sacaron de su pueblo, Juchitán, y la trajeron a estudiar a la Ciudad de México; que sufrió mucho pues la arrancaron de su casa donde hasta ahora está su ombligo enterrado.

Este martes de otoño, Natalia portaba su colorido traje de tehuana. Su cabello sostenía un tocado de flores naturales —que igual secundaron muchas de las asistentes—. Y así, entre flores naturales y bordadas, fue abrazada con amorosa algarabía.

La banda de música oaxaqueña esperaba en el patio del Palacio. Un reconocimiento alegre, musical y colorido para una mexicana que orgullosa ha visibilizado la cultura de su comunidad.

“Siempre volver, volver y volver a la niña que fui...”. “Para mí la poesía es como el lodo en los pies después de la lluvia” ¡Enhorabuena!, Natalia Toledo.