LAS ALAS DE TITIKA: Te abrazo

María Julia Hidalgo
31 diciembre 2020

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Se dio cuenta de que puede vencer a cuanta bestia la mire de frente, pero no olvida que lo hace por esos abrazos que la han vestido durante su vida. Esa envoltura pachoncita, mimetizada, sentida, agradada que la rescatan de tiempos virulentos cuando ser positivo nunca había sido tan negativo. Cuando intentar convencer de lo evidente sólo confirma la utopía; cuando el negro y el blanco sigue sin dar los matices; cuando la familia se desmorona y reafirma ser sólo accidentes biológicos; cuando multitudes siguen sin dar compañía; cuando dos seres reunidos memora las primeras navidades; cuando sonreír en soledad confirma la buena cosecha… en eso estaba apenas vio la foto; ese momento grabado días antes de la convulsa pandemia. Al fin, sólo mujer de viento y palabras, tomando café de madrugada, recordando que su destino 2020 era recorrer Islandia, conocer la tierra de Björk y ver auroras boreales, mas la realidad la aterrizó en un sitio serrano y la puso de frente al lobo; ese feroz que había vencido al toro y tragado toda su furia.

 “Nosotros ya no somos los mismos”, repite el colega; en cambio el maestro insiste que pese a pestes y nubarrones el Quijote siempre verá molinos de viento y las Titikas siempre emprenderán vuelos alados. Mas como ella vive en un medio tornasol donde el mundo de las posibilidades se multiplica al infinito, en el lugar más agreste ha conocido a una niñita de once años y ésta le dijo que era su día más feliz porque conoció a una escritora de carne y hueso —en persona quiso decir la criatura—. Ella se puso con piel de gallina cuando la escuchó que había leído 49 libros y que el de ella sería su número 50 —los mismos años que está por cumplir—. No da crédito que en ese lugar alejado del mundo —que no Islandia— alguien le haya pedido un libro por encargo y haya conocido a un colega escritor con quien intercambió venturosas historias. “Todo puede suceder en el sitio menos esperado, aun el mundo se esté cayendo a pedazos”, le dijo a su nueva lectora de 11 años.  

Veía la foto y sabía que el abrazo también es recuerdo, memoria, nostalgia. Ahora la rescataba de ese momento en el que su mano le apretaba fuertemente la suya sin saber que en horas sería la de un moribundo. Todos los previos abrazos ahora eran los brazos que la sostenían pues los de él ya no lo harían más. Ingrata era si olvidaba todo el sostén durante medio siglo. Cerró los ojos y sólo veía su sonrisa y su alegría, su incondicionalidad, su amor con posibilidades infinitas. Él le enseñó su primera poesía y le confió esa caía del árbol que le costó tremenda golpiza; ella, a su vez, le confió los deseos de sus viajes adolescentes, para los que él le recomendó: “no lleves cámara, no pierdas tiempo, ni momentos, abre bien los ojos y graba todo en tu corazón”. Así lo hizo, siempre viaja ligero y la torre Eiffel es la silueta que jamás olvida. 

Recordó la noche en la que el mundo entero tenía los ojos puestos al cielo esperando apreciar un fenómeno de aproximación que tarda siglos de repetirse. Ella sólo espera el momento en el que la lejanía nos permita de nuevo la calidez del abrazo físico, no ese con puñal que desgarra sin aviso, que suelta, que avienta, sino ese apretado, confiado, sin reserva, sin temores. Ese espontáneo que se da y se recibe sin miramiento, ese que al conjuntar dos cuerpos une corazones y permite escuchar los latidos de la vida.

 Paz y buenaventura para el nuevo año. Feliz 2021

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