Las tostadas de pata de doña Elsa
¿Alguien sabe dónde se ubicaba la Cenaduría Elsa cuando se encontraba por la Rosales? Mis recuerdos son muy vagos, pero estoy segurísimo que estaba más allá del local del Partido Mexicano de los Trabajadores, cuyo número era el 245 oriente y del cual no queda ni la fachada, porque tiraron el edificio y lo convirtieron en estacionamiento. La Cenaduría Elsa estaba a unas cuantas casas del PMT de mis quereres, donde me daba sendos lujos culinarios de acuerdo a los alardes de la billetera.
Además de la ausencia del PMT y de la Cenaduría Elsa, tampoco sobrevivieron el COBAC (Colegio de Bachilleres de Culiacán) y El Diario de Sinaloa; de esa época, nomás queda la Preparatoria Cervantes.
No cabe duda que la calle Antonio Rosales fue y sigue siendo baluarte de la historia de nuestra ciudad, como bien se hace sentir en las páginas del libro “Las viejas calles de Culiacán”, del ínclito cronista Francisco Verdugo Fálquez. La Rosales llegó a ser conocida como “La calle de los pianos y para mí, con el perdón de quien pudiera sentirse ofendido, en términos de nostalgia, mis recuerdos podrían referirla también como “La calle de las tostadas de pata”, porque era lo que más pedía en aquella Cenaduría Elsa “rosalina”, porque me encantaban, me parecían francamente deliciosas.
Para bien de mis añoranzas culinarias, la Cenaduría Elsa aún se encuentra de pie, pero en la colonia Las Quintas (desde hace 34 años), justo por Lago de Cuitzeo No. 1215, a un costado de Los Arcos.
Pero, siendo franco: quiero decir (y digo) que hace al menos una semana yo ignoraba si todavía existía, porque hace años que no iba, quizás porque no son mis rumbos. Pero me hice el propósito, encendí el auto y enfilé las llantas hacia Las Quintas; y debo decirle que tuve que pelar muy bien el ojo para volver a localizar el negocio, debido a que ya no cuenta con el letrero de la razón social. Pero a como sea, llegué y me posicioné en una mesa solitaria, donde me atendió Lupita Hernández.
Y de pronto ya tenía frente a mí aquella espectacular tostada de pata, carnosa y coquetona, con su lechuga picadita, su pepino, su aguacate y el topping de crema fresca. Y a mí regresaron aquellos días de bachiller en la Preparatoria Cervantes, las rivalidades con el COBAC, la época de gloria del PMT y sus consignas geniales, como “Salario mínimo al Presidente para que vea lo que se siente”.
Y es que no sólo un edificio nos remite a la historia, a los recuerdos, sino también la comida, porque los alimentos son parte de nuestro pasado y de nuestro presente, nos dan identidad y en definitiva conforman nuestra cultura, a como me la pongan, como esas tostadas de pata de la Cenaduría Elsa.
Pero lo que nunca imaginé, lo que jamás me pasó por la cabeza fue conocer de viva presencia a la única y original Elsa, a la mismísima doña Elsa Sáinz Vargas, ya con 86 viejos años sobre su andar en esta vida, mediante la que nos logró prodigar su amor por la cocina, como las tostadas de pata que les digo, pero también con el pozole y el asado de res, primero en una mesita sobre la Obregón, a la altura de la colonia Gabriel Leyva, cuando ella apenas era una adolescente viuda, de donde se fue a la calle Rosales y nos atendió durante 11 años, para después pasarse a Las Quintas y al “olvido”.
Y digo al “olvido” porque desde hace tiempo doña Elsa padece demencia senil, por lo que sólo me limité a tomar su mano y a honrarla de corazón, mientras ella me sonreía desde algún lugar de su pasado. Ahora su sobrina Lupita es quien se esfuerza por mantener a flote la Cenaduría. Y punto.