Lo que García Márquez vivió en París y por qué esperaba una carta salvadora, lo cuenta Villoro en el taller De la crónica a la ficción

Nelly Sánchez
11 marzo 2021

El escritor Juan Villoro lleva a cabo la sexta sesión del taller organizado por Casa Estudio Cien años de Soledad, donde aborda los paralelismos de El coronel no tiene quien le escriba y su estancia en Francia

Pocas veces en la literatura de Gabriel García Márquez se da una coincidencia tan estrecha entre lo que escribe y lo que está viviendo, y aunque los escenarios y circunstancias son distintas, la zozobra que vivió en París es exactamente la misma de El Coronel no tiene quien le escriba: la espera de una carta salvadora, aseguró Juan Villoro.

Durante la sexta sesión del curso Gabriel García Márquez, De la crónica a la ficción, que el escritor y periodista mexicano imparte desde la Casa Estudio Cien años de Soledad, que fue el lugar donde vivió el colombiano en México, recordó los apuros económicos del Nobel cuando vivió en Europa.

Después de la gloria que vivió como periodista, luego de haber escrito Relato de un náufrago, García Márquez fue enviado a Europa con el fin de encumbrarlo y al mismo tiempo protegerlo, pues éste causó molestia a la marina y había recibido amenazas de muerte.

Pasó por Ámsterdam, donde cubrió la cumbre de los Cuatro Grandes, acudió a Italia donde hizo crónicas que apelaron a los recursos literarios para ser leídos más allá de la contingencia en que fueron escritas.

Y se instaló en París, donde escribió la crónica El proceso de los secretos de Francia, sobre cuatro inculpados que revelaron secretos militares.

Del periodismo a la literatura

Luego del cierre de El Espectador, comentó Villoro, recibió un boleto de avión para regresar a Colombia, pero Gabo decidió cambiarlo por dinero para poder vivir un tiempo en París y dedicarse a la literatura, que había estado posponiendo por su vertiginoso oficio periodístico.

El periodismo, reconoció, fue una gran escuela pero también lo apartaba de la concentración para escribir una novela. Y aunque tuviera pocos recursos, decidió quedarse.

“Va perdiendo poco a poco el dinero que tiene, va vendiendo sus cosas, busca trabajos para ganar algo... Llegó a recoger botellas para canjearlas por dinero, a cantar canciones rancheras en un bar y así fue sobreviviendo como podía”, compartió.

“Vivía en un hotel que finalmente ya no puede pagar, le fían un cuarto sin calefacción en el séptimo piso, y entonces escribe a todos sus amigos de Colombia, pidiendo dinero y todas las tardes baja a ver si le había llegado alguna carta”.

Para enviarle dinero, contó, sus amigos de Barranquilla idearon un método que era abrir una tarjeta postal e introducir en ella un billete. Antes, le mandaron una carta explicándole que la abriera con cuidado.

Pero García Márquez recibió primero la postal y la tiró. Al leer la carta días después, se dio cuenta y precipitadamente salió a buscarla en el bote de basura. Por fortuna logró rescatarla.

“En esta situación de extrema precariedad se convierte en un personaje muy parecido al Coronel esperando la pensión que se le adeuda desde hace muchos años”.

Metáfora de una espera

Villoro explicó que muchos escritores conciben un libro a partir de una imagen que les viene a la mente aunque ésta no tenga que ver precisamente con lo que se escribe, sino que es disparador importante de las acciones.

“En el caso del Coronel, Gabo dijo que surgió de una imagen que lo había intrigado durante mucho tiempo: un hombre que solía llegar al muelle en Barranquilla esperando algo, con un rostro de zozobra, que insistía en quedarse ahí y se preguntaba si alguna vez acabaría esa espera”, señaló.

“Esa imagen no está directamente en El coronel... pero es la metáfora de una espera, que es de lo que trata en esta novela”.

Y esa imagen surgió cuando Gabo era niño, en Aracataca, que solía ir de la mano de su abuelo a la oficina de correos, donde él trataba de ver si le llegaba la pensión por haber participado en la Guerra de los Mil Días, entre octubre de 1899 y noviembre de 1902.

“El abuelo no era acaudalado, pero era un hombre importante en Aracataca, siempre bien vestido, alguien influyente en la comunidad, no era menesteroso, pero por dignidad iba puntualmente a ver si le llegaba esa pensión, porque era un acto de justicia y él no se quería privar de ese acto y esto se le grabó al niño García Márquez”.

Uno de los grandes momentos que vivió en París fue cuando empezó a nevar y vio la nieve por primera vez y que luego del sopor de la Aracataca de más de 40 grados a la sombra, la magia de la nieve le pareció extraordinaria.

“Plinio Apuleyo Mendoza (amigo de Gabo) decía que esto pudo haberle desatado la imagen famosa del hielo con que abre Cien años de soledad”, apuntó.

“Otro momento ‘epifánico’ ocurrido en París fue haberse encontrado con Hemingway, a quien le dijo ‘Maestro’ y él le respondió ‘Adiós amigo’. Eso lo estimuló lo suficiente como si tuviera el combustible que no había para alimentar la calefacción de su buhardilla”.

El coronel no tiene quien le escriba es un libro muy trabajado, aseguró Villoro, García Márquez decía que lo escribió nueve veces.

“Es un libro muy económico, muy decantado, no le sobra nada, está escrito con la intención de un cuento, es una novela breve, una historia de inacción, de la espera, de lo que no sucede”.

La próxima sesión del taller será el 17 de marzo, a las 18:30 horas (del Pacífico) y se analizarán los textos Caracas sin agua y En el mausoleo de la Plaza Roja Stalin duerme sin remordimientos, incluidos en Obra Periodística 3 De Europa y América, así como Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, incluido en Ojos de perro azul.

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