Los sacrificios detrás de la danza

UNIV
09 noviembre 2015

"Las exigencias para ser parte de este arte son tan duras que pueden poner en jaque la vida de bailarinas"

MÉXICO (UNIV)._ Recientemente se estrenó en México la película El Cisne Negro, protagonizada por Natalie Portman -quien se ha ganado una nominación al Óscar en la categoría de mejor actriz-, dirigida por Darren Aronofsky. El director filma un drama terrible sobre la fragilidad emocional de una bailarina, quien entregada absolutamente a su quehacer artístico, pierde contacto con la realidad y entra en un estado sicótico, producto de las altas exigencias sociales y la represión que ha vivido desde niña en aras de una perfecta formación dancística.
Si bien se trata de ficción, la película pone el dedo sobre una llaga abierta y pocas veces abordada en el mundo de la danza y que es, justamente, el rostro rudo, en ocasiones aberrante, que se encuentra atrás de una lánguida figura que se eleva sobre las puntas de unos pies que, al desnudo, muestras las deformaciones de los huesos tras largos periodos de sostener en ellos el peso completo de una representación balletística.
Tan sólo para hacer la película, Portman bajó 10 kilos, un hecho de excepción para la actriz; sin embargo, para las bailarinas, mantener un peso bajo es una de las exigencias cotidianas desde que inician su formación y hasta que deciden retirarse del escenario.
Aún está en la memoria el escándalo que provocó la expulsión de la bailarina rusa Anastasia Volchkova del Ballet Bolshoi, en 2003, con el argumento de que era demasiado pesada: 48 kilos y estatura de un metro 71 centímetros. La decisión de la compañía ocurrió después de que la intérprete declarara a un medio de comunicación que "no podría vivir sin comer helado". Cuando le notificaron su expulsión de la compañía, la artista, de 27 años, rectificó: "Sólo he comido helado de bajo contenido calórico y no he comido carne desde que tengo siete años".
Otro caso dramático fue el de la bailarina Heidi Guenther, quien falleció en 1997, a los 22 años de edad, durante un viaje familiar a Disneylandia. Ella bailaba en el Boston Ballet, en donde la directora artística Anna Marie Holmes le había pedido que perdiera dos kilos y medio. La joven asumió la sugerencia como una orden, usó laxantes, ayunó y murió pesando 42 kilos.
"Me parecía regordeta, sus pechos, sus caderas, sus muslos. Si ves a una niña en escena y su trasero va de arriba abajo, no resulta atractivo", comentó Holmes durante una entrevista con el diario Boston Globe, cuando le preguntaron por qué había sugerido a la bailarina perder dos kilos.
El argumento es pan de cada día y no sólo entre los críticos y directores de compañías, sino también entre el público. No es difícil escuchar, luego de una función de danza, la expresión: "¿Viste qué gorda estaba la bailarina? ¡Pesaba una tonelada!".

"Atletas de dios"

Martha Graham, coreógrafa estadounidense que legó al mundo su técnica, llamaba a los bailarines "los atletas de dios", pero ella se refería a la capacidad de los ejecutantes para sublimar en escena deseos, sueños y pesadillas del ser humano y no al predominio de la capacidad atlética de los artistas.
En México, la situación de las bailarinas también está sometida a la exigencia de una disciplina férrea. Cuando Cecilia Lugo -una de las coreógrafas más sólidas de la danza mexicana- se formó y bailó en la Compañía Nacional de Danza, sólo comía lechuga y té. Tenía que estar delgada, pero como ella misma ha dicho, su cadera y piernas protuberantes la martirizaban.
Pero más allá de los dolores de las rodillas, los pies, la espalda y los músculos, Lugo hace énfasis en "las lesiones de tipo psicológico que te marcan al grado de que puedes llegar a detestar a la danza, a los malos maestros y a sus perversas miradas que te someten a un estrés inhumano, tomando en cuenta que casi siempre tienen en sus manos a niños y niñas adolescentes".
"Si no eres alta, rubia y de piernas largas y flacas, ya estuvo que no te van a dejar en paz. Comer se vuelve un pecado y todo lo que no esté en función de verte más delgada, más bella, que tu pierna suba más y tu empeine sea mejor, queda fuera", expresa la coreógrafa, quien consciente de esta realidad ha buscado que en su compañía Contempodanza la danza sea una experiencia placentera para todos.
La rigidez de la formación dancística es una constante sobre todo en el siglo 20. En la década de los 60 y 70, Tania Álvarez bailó en Ballet Clásico de México y Ballet de Cámara. En aquella época, comenta, la profesión de bailarina se asumía como un sacerdocio. "Te veían mal si querías casarte y tener familia", comenta.
La ex bailarina y ahora maestra de danza, dice que en aquella época la situación de las bailarinas era más dramática que la actual. "Entonces nos decían que necesitábamos una fortaleza interna para dominar la debilidad que reflejaba el dolor. Y cuando se trataba de las emociones, pues toda experiencia de enamoramiento se tenía que posponer. La obligación era bailar 14 horas diarias, ir de gira y sacrificar la vida para ser una estrella".
Álvarez recuerda los casos de la primera bailarina mexicana Laura Urdapilleta, quien no se casó, y de Sonia Castañeda, quien tuvo un hijo a los 40 años. "En aquella época sí teníamos esa mentalidad de que nuestra obligación absoluta era con la danza", dice.
La creadora dice que en la actualidad la imagen de la bailarina que debe sacrificar todo en aras de su carrera se ha ido debilitando a favor de una vida más sana de las intérpretes.
No obstante, el rigor de la disciplina sigue siendo fuerte.
"Tan sólo para ingresar a la escuela profesional de danza se tienen que someter a que las pesen, las midan, y esa práctica se hace a diario en los ocho años de la carrera. A muchas niñas que al entrar a la pubertad les crece el busto o la cadera, las dan de baja", dice.
"Todo esto genera un conflicto muy fuerte de personalidad. Tienes que dominar el dolor que te provocan las zapatillas de punta y aunque estés lastimado debes cumplir en escena. Te presionas porque hay una gran competencia con tus compañeras, y no vas a ceder tu lugar. Las dietas son una cosa muy obsesiva en las escuelas. ¿Qué comemos los mexicanos? Claro, seguimos un modelo que no tiene nada que ver con la figura de la mexicana promedio. El cuello largo, las piernas largas, no es un modelo nuestro. Entonces se van sobre tu cuerpo, que eres tú. Es terrible", añade.

Posponen maternidad
Laura Rocha, bailarina y coreógrafa, directora de Barro Rojo Arte Escénico, reventó el estigma. No sólo se embarazó sino que hizo una obra, Mujeres en luna creciente, en donde su vientre abultado por el embarazo daba sentido a la puesta en escena. No obstante, también sufrió el impacto de ver su cuerpo transformado.
"¡Casi me desmayo cuando me vi en un espejo! Al ver mi abdomen me pregunté: ¿Me voy a quedar así? Ver esa flacidez, ¡ay, no!, eso sí fue horrible, era como si el bebé siguiera adentro". La bailarina opina, de cualquier modo, que la danza no está peleada con la maternidad.
Muchas otras han pospuesto el momento, como Maricarmen Uribe, quien a los 36 años ha decidido mantener su cuerpo esbelto y esperar para ser mamá.
"Me encantan los niños, tengo el instinto maternal a flor de piel, sin embargo ser madre ha sido una decisión que he postergado el mayor tiempo posible porque estoy consciente de que un hijo significará dejar mi vida profesional", argumenta.


EN LA CINTA
El personaje que Portman interpreta en El Cisne negro dramatiza y pone en relieve un aspecto que en la realidad se constata en el dolor del entrenamiento dancístico, la disciplina alimenticia que deviene, en algunos casos, en desórdenes como bulimia y anorexia, el sufrimiento emocional por el constante juicio sobre el cuerpo desnudo y expuesto, y la fragilidad de una vida en escena luminosa pero que se resquebraja frente a un comentario adverso, una sonrisa irónica o un aplauso obligado.