Morir sin morir del todo: Virgilio, Horacio y Ovidio

Miguel Salmon del Real
09 junio 2021

Tercera parte

El arte occidental de los últimos mil años no ha podido sustraerse a la influencia avasalladora de la obra poética de Virgilio, Horacio y Ovidio, edificada aproximadamente en setenta años, durante la transición entre dos milenios. Ovidio, el último de los tres, nació en el año 43 a. C., a unos 120 kilómetros de Roma, y murió en Tomos, hoy Constanza, Rumania, en el 17 d. C. A su muerte se extinguía la llama poética de esta tríada irrepetible. Horacio había muerto veinticinco años antes, y Virgilio hacía treinta y cuatro.

Las “Metamorfosis” de Ovidio, escritas entre el año 1 y 4 d. C. es, plausiblemente, la obra más fecunda de la antigüedad, y la que mayor influencia ha ejercido en artistas posteriores. Ovidio narra la historia del mundo en 11,995 hexámetros, desde del origen, cuando del Caos surgieron los cuatro elementos, y hasta el reinado de Augusto, el emperador que se transfigura en estrella. Se trata de un extenso poema de carácter mitológico, épico y moral, integrado por 246 historias fantásticas, leyendas y mitos distribuidos en 15 libros. Ovidio no optó por un protagonista, como lo hizo Homero en su “Ilíada” y en su “Odisea”, o como Virgilio en su “Eneida”, o siglos más tarde Dante en su “Divina Comedia”. El protagonista es una suerte de reflejo del lector mismo, quien como Narciso frente al espejo de agua, bajo un hechizo inesperado, ve en su imagen el enigma que nace y al instante se desvanece, o se perpetúa en un final inesperado, como le sucede a Pigmalión, el joven escultor que se enamora de Galatea, la escultura que ha creado a su semejanza.

En el Siglo 16, a casi 1600 años después de la creación de las “Metamorfosis”, el humanista Girolamo Mei (Florencia, 1519-Roma, 1594), recordó que la tragedia griega era mayormente cantada, una idea desafiante frente a la noción imperante de la tragedia como drama declamado. La “Camerata Fiorentina”, una naciente sociedad de artistas y pensadores del arte buscaba instaurar una forma teatral equiparable a la tradición griega. Se habló entonces de revestir con música episodios mitológicos, creando así el germen de la lírica actual, y el móvil para el nacimiento de la «ópera». Por cierto, Vincenzo Galilei, padre del astrónomo, formó parte toral de esta sociedad de amantes de la música.

Fue el compositor Jacopo Peri (Roma, 1561 – Florencia, 1633), miembro de la esta “Camerata Fiorentina”, en la ciudad y en los tiempos efervescentes propiciados por los Medici, quien se convirtió en «el inventor de la ópera» —o el “melodramma”—. Encontró en el décimo libro de las “Metamorfosis” una temática ideal: Orfeo, el músico que con los encantos de su arte podría hechizar al guardián mismo de los infiernos, o bien a los dioses el Olimpo; y Eurídice, la ninfa a la que conquistó con su lira, y tras la cual descendió al Tártaro para rescatarla. Dicho mito fue, naturalmente, el más socorrido por compositores de los últimos cuatro siglos y lo que va del siglo XXI. Peri compuso “L’Euridice” y la estrenó en Florencia en 1600. Se trataba, en realidad, de su segunda ópera. Tres años antes había estrenado la ópera “Dafne”, presente también en la obra de Ovidio; sin embargo, la partitura se tiene por perdida. Un par de años después del estreno “L’Euridice” de Peri, Caccini estrenó una ópera del mismo nombre, y en 1607, Claudio Monteverdi estrenó su “L’Orfeo”.

En los siguientes años las figuras de Orfeo y de Eurídice dieron lugar a uno de los temas más recurrentes de la historia de la ópera hasta nuestros días. Entre 1600 y 2020 se cuenta con poco más de setenta óperas escritas bajo la misma temática.

Es el mismo Ovidio, al final de su vida, quien recuerda las palabras que dirigió de joven a su padre, cuando se le solicitaba abandonar toda aspiración poética en pos de la carrera judicial: “Lo juro, lo juro, padre, nunca más compondré versos, y sin embargo, todo lo que intentaba escribir resultaba verso”.

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