¿Qué historia queremos contar? (Integración, cuarta y última)

María Julia Hidalgo
05 diciembre 2025

...dedicada a las mujeres que emigran y que crían a sus hijos lejos de sus propias familias...

Estaba intranquila por el escenario mundial y tenía dudas de cuáles eran las preocupaciones reales de sus hijas. Había leído un ensayo de una jovencita, hija de padres inmigrantes, donde exponía que sí, que sus padres habían dejado su lugar de origen para ofrecerles mayores y mejores oportunidades; que sabe de su esfuerzo y se los reconoce. Que sí, que gracias a eso, había nacido en un barrio rodeada de personas adineradas que hacen sus compras en Whole Foods y Trader Joe’s, pero eso no la incluía en ese mundo, más bien, a menudo su cultura era malinterpretada, se reían de sus prácticas espirituales y de sus creencias; se afectó tanto que llegó a encerrarse en sí misma. Se sintió señalada.

En su búsqueda, se dio cuenta de que el verdadero conflicto no eran sus roomies, ni la gente de su barrio, ni el dinero ni la falta de éste, sino ella misma, de la configuración por defecto en la que estaba encerrada y de la que no se había dado cuenta. No sabía cómo desconfigurarse —o desaprender, como decían otros—, como detener esa carrera hacia el éxito ni cómo decidir conscientemente qué es lo que tiene significado y qué no.

Reconocía que no podría hacerlo nunca sin conocer primero su propio valor y su lugar en el mundo. Que si bien la universalidad de los valores trasciende a los tiempos, hay en éstos cambios de apreciación que es necesario retomar; como el derecho a bien habitar el lugar elegido con la misma dignidad que cualquier otra persona. ¿Cómo hacerlo?, nadie la había ayudado a transitar por esa biculturalidad, y convertida ya en una joven adulta no sabía cómo dar forma a su identidad personal, familiar, mucho menos a la cultural.

Le habían dicho que el suyo era un caso de ambivalencia; siempre estaba entre dos sentimientos opuestos, dos creencias, y eso la paralizaba. Era como estar en el fondo del mar, sin aire. Trataba de mimetizarse con el mundo para pertenecer, pero se dio cuenta de que seguía aislada. Cuando Ana leyó ese ensayo, sintió la indefensión de esa joven que ni conocía. ¿Igual se habían sentido sus hijas? Confirmó que pese al tiempo, ella misma no comprendía bien a bien la dualidad cultural de la que formaba parte.

Los años se le habían venido encima y la inercia del día a día se había encargado de mostrarle un camino para el que ahora tenía muchos cuestionamientos. Que sus hijas cursaran una carrera universitaria, sin duda la llenaría de orgullo, pero en el fondo anhelaba, más que nada, que tuvieran un crecimiento incluyente en todos los sentidos, una educación humanista, en la escuela o no, intelectualizando conceptos académicos o leyendo atentas la vida como lo hacía la tía Juana, eso quería para sus hijas. Que no cayeran en el exceso supremo y egoísta de sentirse el centro del mundo y que fueran presa fácil de actos deshumanizantes, o lo que es peor, que formaran parte de éstos. Que no escucharan el perturbador canto de las sirenas. Quería para ellas un deseo auténtico de hermandad, de preocuparte realmente por el otro y de reconocer que para eso se requiere conocer el origen, saber de dónde venimos, quiénes somos y sobre todo quiénes quedaron atrás.

¿Acaso no es prioridad en la vida ayudar a iluminarse unos con otros? Apenas una palabra “Amá” un sonido, la llevó a su viaje de memorias, memorias y recuerdos que era preciso resguardar del paso del tiempo y del olvido. Ana quería que la vida de sus hijas no pasara como todo lo demás. Quería para ellas vidas hechas de historias con voces y palabras justas y compasivas, reconociendo sus limitaciones y sus vulnerabilidades, que al fin eso es lo que nos hace humanos. Y si los tiempos exigían cambiar la forma, ellas supieran conservar el fondo, ese fondo que corre por nuestras venas y conserva toda nuestra herencia que camina siempre hacia una cultura de paz.

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