¿Se puede vivir solo con certezas científicas?

Paúl Chávez
30 julio 2022

Hay cosas que se ven y no son lo que parecen, y muchas otras que no se ven y sin embargo son muy reales. La clave es saber distinguirlo: este es el saber fundamental

Certeza y calma

Así como la sed se calma con un vaso de agua, la certeza calma el entendimiento. Pero la sed pronto aparecerá. Necesitamos certezas para vivir confiados y con menos incertidumbre, pero ¿Cuáles son esas certezas que realmente calman el espíritu?

Muchas preocupaciones e inquietudes de la mente vienen de ese afán de seguridad. Sin embargo para caminar necesitamos un pie en el aire. ¿En qué tipo de certezas me baso para caminar seguro ante las dificultades serias, la enfermedad y la muerte? ¿La ciencia es capaz de darme esa tranquilidad?

El Positivismo

En el Siglo XIX en Francia se desataron una serie de corrientes filosóficas ante la perplejidad y el desconcierto que provocaron el Relativismo y el Subjetivismo, los científicos necesitaron sistemas de pensamientos más sólidos, firmes y concretos para conocer con certeza. Nació así El Criticismo que lo criticaba todo para asegurarse de si era verdad y El Positivismo que parte de la experiencia de los fenómenos observables y medibles y que rechaza o niega cualquier interpretación teológica y metafísica, buscaban certezas indubitables a como diera lugar pero a su modo.

Alexis Carrel

La ciencia se había erguido muy orgullosa de sus avances, ahí surge un brillante médico francés Alexis Carrel que en 1905 describió el trasplante de pulmones y en 1907 el de corazón y la satura vascular que salvaron a millones. Esto le valió el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1912. Estamos ante un científico de primera.

Carrel había perdido su fe, era materialista y positivista de corazón como únicos métodos seguros. Las escuelas de medicina discutían entonces la veracidad de los “milagros” que sucedían en Lourdes. Carrel se subió en el tren lleno de enfermos rumbo a Lourdes para demostrar que esos supuestos milagros en realidad eran fruto de la autosugestión personal y de la histeria colectiva.

Se preguntaba “¿Existe Dios objetivamente? ¿Cómo lo sabemos? Lo único que yo sé es que no hay milagro alguno que se haya observado científicamente. Para el entendimiento científico el milagro es un absurdo”.

“-¿Qué clase de enfermedad desearías tú ver curada para convencerte de que sí ocurren milagros? Le preguntó su amigo. – Tendría que ver curada una enfermedad orgánica: la reproducción de una pierna después de amputada; la desaparición de un cáncer; algo congénito que desapareciera súbitamente. Si alguna vez vieran mis ojos semejantes fenómenos, echaría a la basura todas las teorías e hipótesis del mundo; pero hay muy poco peligro de que tal suceda. Te aseguro que si en verdad eso sucede ante mi vista, o me convierto en un creyente fanático o me vuelvo loco”.

Entre los enfermos viajaba Marie Bailly en extrema gravedad, tenía una peritonitis tuberculosa muy dolorosa, su vientre estaba muy hinchado, dudaban si llegaría con vida, Carrel la examinó detenidamente, esto sería un buen caso para echar por tierra esos “milagros”.

Ya en Lourdes su pulso era de 150, agonizaba, querían llevarla a la gruta como ella pedía, Carrel le dijo a su enfermera que podía morir en camino. Dos médicos le acompañaban cerciorando su gravedad.

El milagro

El 28 de mayo de 1902 en la gruta de Lourdes Carrel observó como la notable hinchazón de su vientre empezó a disminuir ante sus ojos, empezó a mejorar, “Estoy alucinado -se dijo a sí mismo; es un fenómeno psicológico interesante”. La moribunda estaba bien repentinamente. A las 3 am Marie se sentó sin dolor y su pulso era normal.

Aquello le provocó un shock “Carrel no hablaba ni pensaba. Aquello contradecía todas sus previsiones, le parecía estar soñando”. Carrel ante la gruta esa madrugada se rindió ante la evidencia y creyó.

“Carrel sintió que la serenidad de la naturaleza le invadía dulcemente y le calmaba el alma. Se desvanecieron todas sus preocupaciones cotidianas, todas sus dudas intelectuales. Creyó tener ya una certidumbre y le pareció sentir la paz maravillosa que desterró hasta la última amenaza de impertinentes dudas”.

La noticia recorrió Francia como la pólvora y el tono anticlerical de la comunidad científica lo despreció y denigró. El joven médico reconoció públicamente que se había convertido, le impidieron trabajar y se fue a NY a seguir investigando. Estos estudios le valieron el Nobel.

Decía que “el milagro es un absurdo, pero si en condiciones bien concretas si se llega a comprobar con certeza, es preciso admitirlo”. “Estas peregrinaciones tenían de suyo un poder que producía resultados, sobre todo enseñaban humildad”.

No es la Ciencia lo que alimenta la vida íntima del hombre, sino la fe del alma.

Cfr. Alexis Carrel “Viaje a Lourdes”. Lourdes le sigue a París en hoteles.