Último adiós a los 60... quedaron lejanos

08 noviembre 2015

"El autor comparte la experiencia de convivir con el escritor Carlos Monsiváis durante una visita que realizó a la Preparatoria Central en de la UAS en 1968 (Segunda de dos partes)"

CULIACÁN._Rumbo a la televisora a toda velocidad posiblemente tomamos la calle Rosales al oriente, torcimos a la derecha por la Avenida Obregón y conduciendo el guayín Rambler color blanco, siendo el primer semáforo que me brincara, el de la Juárez y el siguiente, el del Leyva Solano.
–Con cuidado, me dijo Guillermina.
Al voltear a ver a Guillermina y a Guadalupe que venían junto a mi, pues el guayín tenía asiento corrido y hacía posible que viajaran tres, fue entonces que les dije a Carlos Monsiváis y a Miguel Capistrán que ya faltaba poco.
–A cómo vamos creo que falta poquito. En ese momento, cancelé la decisión de brincarme el semáforo, el último, el de el Zapata.
Alcancé a frenar y fue entonces que los pasajeros de atrás nos dieron con la frente en la nuca a los de adelante. Es que el asiento corrido se desenganchó y facilitó el pequeño incidente que no pasó de risas y la verdad es que llegamos a tiempo a la televisora.
El regreso a la ciudad fue más tranquilo y hubo tiempo de hablarles de nuestra ciudad. Fue en mi casa cuando vi a Carlos en verdad apenado y no era para menos. Cuando llegamos a casa, donde mi querida mamacita nos había preparado las ricas enchiladas estilo Mocorito, que tantos elogios recibió de tan distinguidos comensales.
Al abrir una de las hojas de la puerta de la calle Hidalgo, como dije cerca del Santuario del Padre Manuelito, mi mamá le asustó la reverencia de tan inesperada silueta de la visita y después me contó que también se apenó, porque ella tenía la idea de que viniendo de la capital, jamás pensó que tan distinguida personalidad tuviera tan crecido y alborotado el cabello y mucho menos que de repente y tan a lo cortito, se inclinara empujando su cabellera hacia ella y escuchara un expresión de tanta cortesía como "a sus pies, señora".
Las enchiladas, la plática de sobremesa con Guillermina y Guadalupe Sanz y la degustación de una rica limonada con hielos recién sacados del refri, hizo que todo terminara en calma y ya para ponernos de pie al filo de las 10 de la noche, de muy buen humor y sin ironía, Carlos nos diría "tu casa, Rubén, es la casa más Inn de Culiacán".
Sin saber por qué, le dije gracias. Nunca pregunté su significado, pero me percaté que en revistas de promoción turística era común esa expresión.
Ya no me preocupó. Siempre ligo aquella palabra con aquella cena en esa casita donde vivimos algunos años tan cerca de todo y de la Uni. En esa calle vivieron las familias Vidales, Robles, Camarena, Ibarra y otras como nosotros, la Rubio, nos fuimos cargando recuerdos de esos tiempos y de otras formas de vivir en el primer cuadro de la ciudad. Cuando se viajaba por el centro caminando.
Sólo hasta que salimos todos a la calle supimos que en la acera de frente, la de la familia Vidales, esperaban mis amigos pacientemente, los de siempre y los que harían posible el recorrido nocturno. Ya habían comprado cerveza. Los expendios cerraban temprano y los aguajes era para la gente de las colonias de la orillas de la ciudad.
La camioneta Ford 53 que de nueva había sido Pik-up de caja metálica era entonces una camioneta materialista, sin redilas y sólo con tubos atornillados a la plataforma y soldados entre ellos, propia para hacer entregas de cal, cemento, varilla y alambrón.
Esta camioneta tenía años sin asearse. Sólo se bañaba su carrocería y la plataforma cuando llovía. En esa camioneta materialista de don Vicente Torres Rábago, tripulada por Vicente Torres Bon pasearíamos, tomando cheve y haciendo bulla Jaime Gastélum Castro hermano del "cigüeñas", Javier Torres Bon, Javier Gaxiola Paredes y el que esto escribe, en un gesto por demás solidario conmigo y en atención sin igual a tan distinguidos visitantes.
Nadie tomaba la iniciativa de decir algo, entonces me decidí y volteando a verlos hasta dije:
–Guillermina, ya pasan de las 10. Vete a tu casa, vamos a ir a dar una vuelta para que conozcan la ciudad Miguel y Carlos. Gracias por todo. No vemos mañana.
Las acompañé hasta el guayín y esperé hasta que tomaron por toda la Hidalgo rumbo al Mercado Garmendia.
Todos con una sinceridad inusual ahora y quitado de la pena, invitamos a recorrer la ciudad al Gran Cronista de México, a uno de los hombres más cultos que he tenido la suerte de tratar y que después de esa primera vez de enero de 1969 vendría con mucha frecuencia a Sinaloa y que no vendrá a Mocorito como lo había invitado la Asociación José Ley Domínguez antes de caer en cama, al que el Alma Máter de Sinaloa le otorgara no hace mucho tiempo el Título de Doctor Honoris Causa.
Al que al morir al final de la pasada primavera, ha dejado un espacio vacío que nada ni nadie podrá llenar, si al que hace exactamente un año que hablé para pedirle que le prologara un texto a Jaime Sinagawa, si al que un grupo de amigos míos lo paseamos hace cuarenta años por la Obregón, por Ciudades Hermanas y que por no poder en primera subir hasta "tecatelandya" tuvimos que bajarnos algunos para empujarla, ayudando a subir la cuesta que en reversa sólo pudo hacerlo, su motor estaba más bombo que la chin..., en alusión a la palabra despiadadamente desagregada por Octavio Paz en El laberinto de la soledad.
Así anduvimos por la ciudad tomando cerveza de bote, hasta después de las dos de la madrugada cuando a sugerencia de los festejados los llevamos al Motel Tres Ríos donde por la mañana los había dejado, después de recogerlos en el aeropuerto de Bachigualato, utilizando un guayín que nos prestó el Dr. Mariano Carlón López, delegado del IMSS, padre de mi amigo Mariano Carlón que formaba el mismo equipo de recepción.
Nunca me dejaron abajo. De haber sido derrochador y encajoso, no dudo que el licenciado Rodolfo Monjaraz Buelna hubiera autorizado gastos para un banquete en El Abajeño o en El Cluvet, o de perdis una carne asada y cerveza. Se me hizo mucho el gasto por pago de boletos de Aeroméxico y hospedaje de un día en el hotel más caro de la ciudad de aquella época.
De haber sido largo, otra hubiera sido la historia, perdiéndose la delicia de las enchiladas estilo Mocorito que comió en la humildad de mi casa por la Hidalgo. Su calzado no se hubiera encalado, evitándose el zangoloteo de su treintañero cuerpo sobre la plataforma de la camioneta Ford de motor guango sobre la carretera rumbo al El Barrio, dominios de Cleto Terrazas.
Javier Gaxiola Paredes, Pablo Gastélum Castro y Guillermina Alarid Ángeles, junto conmigo hacemos remembranza de ese día.
A Guillermina y a mí nos gustaría contar con toda la obra periodística de Carlos Monsiváis, a lo que alguna vez me comentó Herberto Sinagawa Montoya, se requerirá en su tiempo un esfuerzo muy grande para compilar y editar el vasto e importantísimo material de uno de los más destacados hombres de letras de México.
Yo le adelanto y para bien, que hay una persona trabajando con ese propósito editorial. Es él uno de los más calificados críticos literarios, que siente tanto como muchos la partida del vecino de Portales.
Carlos Monsiváis, estoy cierto que ha muerto físicamente para México, pero su legado apenas lo conocerá el mundo y sus textos de compleja trama, seguro serán leídos en otras lenguas. Él vivió intensamente el oficio de pensar, parlar y escribir. Ahora se conocerá con calma y a plenitud su talento.

rubiovaldez47@yahoo.com.mx



Carlos Monsiváis Aceves
Nació en la Ciudad de México, 4 de mayo de 1938
Falleció en la Ciudad de México, 19 de junio de 2010.
Fue uno de los escritores más importantes del México contemporáneo.
Su capacidad crítica, su estatura intelectual y su peculiaridad estilística lo convirtieron en una de las voces más reconocibles del panorama cultural hispánico.