Yo y el cine
15 noviembre 2015
"Memoria íntima de unos recuerdos recurrentes que rehúsan fenecer en los tiempos de la tercera edad"
Yo conocí, en mi niñez, en la oscuridad de la sala del cine, las bondades y glorias de la "american way of life", según Hollywood. Mis progenitores nos iniciaron, a mi hermano y a mí, en la afición al cine desde temprana edad. Nos enviaban al cine una vez a la semana, los domingos.Esperábamos ansiosos... y llegaba el domingo. La función matutina dedicada a los niños, la matiné. Pura emoción, pura aventura, puro peligro, pura audacia, puro valor: Flash Gordon, El Llanero Solitario, La Sombra.
Y llegó la segunda edad que es la que perdura en mi memoria. La emoción brotaba desde el momento de escoger las películas a exhibirse en los cines Royal y Rubio.
El chiste era llegar antes de empezar la función y sentarse tranquilamente en la butaca. Siempre acompañados, nunca solos. Mi hermano, un primo, un amigo. De repente, se apaga la luz y el bullicio también. Comienza la función.
El cine se convierte de repente en una caverna como un vientre materno acogedor, repleta de cinevidentes encerrados voluntariamente, contemplando las imágenes kinésicas en la pantalla.
En el cine Royal exhibían las compañías RKO, MGM, Warner Bros., Twentieth Century Fox; en el cine Rubio, Universal, United Artists, Columbia, Paramount.
La película, como muchas, era sobre la conquista del Oeste y nosotros, como siempre, gozando emocionados de las heroicidades y de la terca determinación de los pioneers. Los nuevos pobladores de origen europeo sorprendidos de la recia fe protestante y de su férrea conducta ética.
Comunidades austeras, reunidas el día domingo en sus templos, todos bañados, todos peinados, todos trajeados, descansando de sus rudas faenas semanales, alabando y dando gracias al Señor. Con la Biblia en la mano como ariete y como escudo convencidos de la superioridad de los derechos del colonizador, "los buenos", sobre los bélicos arrestos de los crueles indios salvajes, los "pieles rojas", "los malos". Todo esto en los Estados Unidos.
Otro día, otra función. Esta vez muy lejos, en otra parte del mundo. Las heroicas defensas de los finos oficiales caballeros ingleses y sus valientes tropas, contra los malvados hindúes, sublevados con intenciones de independizarse y sacudirse la dominación británica. Como siempre, salían victoriosos los héroes de la corona británica. Nuestros héroes.
El cine que más visitábamos era el cine Rubio, pues ofrecían programas dobles. Martes de la cacharpa. Miércoles de damas.
Otro día más. La película de las películas. La más emocionante de todas. La favorita de nuestra niñez y de entrada la adolescencia, la epopeya por excelencia, la épica, hípica nacional (claro, la americana) que aceleraba nuestro corazón: los vaqueros, los cowboys.
El héroe por excelencia, el héroe por antonomasia. El héroe, nuestro héroe, mi héroe. El muchacho con su revólver de 10 ó 12 balas. Valiente hasta con los puños, siempre triunfante. Caballeros rudos con sus magníficos corceles. Damas en peligro de caer en manos de los villanos, otros vaqueros rudísimos, malos. Carreras a galope tendido, balazos y más balazos, trompadas y más trompadas, y él, El muchacho, también en peligro. Y, al fin, "la muchacha" rescatada y él surgía victorioso. Happy ending. Ya más grandecito, aprendí que el género que yo llamaba de caballitos o de vaqueros, era el western.
Otra película, la niña reina del cine, el niño gringo pequeño Lord inglés, los traviesos muchachos del Mississippi, las novias adolescentes, con voces de sopranos que cantan en la vida envidiable de la High School. El niño de la sonrisa, también joya de Hollywood, compañero de la diva de Hollywood.
El rey de las caricaturas animadas bautiza a su animal emblemático con su nombre diminutivo, el de Mickey Mouse.
La joya de Hollywood, la reina de las novias adolescentes destacó como el producto cautivo de los estudios, verdadera figura, pero víctima explotada y un desastre en su vida privada, dejó los estudios y actuó en teatros con éxito, murió como era esperado. Repitió su hazaña dejando sus dones a una hija.
El modelo de la familia clase mediera, honorable y las peripecias del júnior enamorado de una chamaca bella antes de llegar a los 20.
Quién como ellos, el mundo ideal de ellos, los americanos. El modelo de sociedad ordenada, organizada, aséptica. La envidia de nosotros.
Se me olvidaba La Pandilla, simpática colección de mozalbetes. El Gordo y el Flaco, la pareja dispareja hilarante; Los Tres Chiflados, grotescos y estúpidos.
Otra película. Ah, la pareja inimitable, inolvidable, deslizándose, danzando, elegantes, él de levita, de etiqueta, ella de largo, casi etéreos, al compás de la música bellísima de una gran orquesta. Otra favorita de las mías. Los musicales, para mí, non plus ultra.
Tampoco mis progenitores se escapaban del influjo del cine. Tenían sus artistas favoritos.
Los musicales, además de la pareja mágica del baile, gozaban de otra pareja del género operetta, con bellísimas voces, ella hermosa, él apuesto, rubio. Mi madre en casa cantando o tarareando Giannina Mia e Indian Love Call. Las funciones de la noche eran de los adultos.
Y cómo no recordar las otras películas que nos causaban horror. Frankenstein, La Momia, Drácula, El Hombre Lobo. Y nos tocó reír con Charly Chaplin, de los años 20, 30, 40, 50 y de todos los tiempos. ¿Y Tarzán? Sí, pero el original, ese sí era el verdadero Tarzán.
Una tarde fuimos al Cine Rubio, Beto Tirado y yo, a ver La Momia. Al finalizar, bajamos al mingitorio, tal fue el susto que me produjo la película que no pude sacar el pirulí tan escondido como fuelle. No recuerdo si me oriné por ahí o en mi casa.
Pero, el género 100 por ciento dedicado a la infancia con la magia artística magistral que nos mantenía felizmente anclados en nuestra niñez. El rey de los dibujos animados. La fantasía en todo su esplendor hecha película y una se llevaría un Óscar a casa, perdón, a su estudio, ¿o taller?
La lucha de un valiente investigador privado contra el delito, personificado por el gángster, tipo desalmado, traicionero, asesino. Una batalla peligrosa, en la que al fin triunfa la ley pues, el crimen no paga.
Qué tiempos aquellos en los cuales abandonábamos la sala de cine llenos de variadas emociones acorde con el tema de la película. Eso sí, nunca desilusionados, silbando o tarareando la canción cuando el film era musical.
Yo fui vaquero, detective, bailarín, legionario, explorador, soldado...
Antes de enamorarme de Martita ya me había enamorado de mis artistas favoritas. ¡Qué bellezas! Y no se ha vuelto a repetir.
Y llegó la guerra ¡al cine! Por un lado, en un bando, "los buenos" (EU, Inglaterra y hasta Rusia), y por el otro "los malos" (Alemania, Italia y Japón).
Y fui héroe de la Segunda Guerra Mundial. Mi rol favorito era el de piloto de avión de caza, más emocionante, más valiente.
La política del "Buen Vecino" se instaló en las películas musicales y gozamos de la música latinoamericana, con todos los ritmos entonces de moda.
Incluso dos simpatiquísimas películas de dibujos animados incursionaron con mucho éxito. La orquesta de Xavier Cugat, catalán, fue el promotor de nuestra bella música latina, lanzando a la fama a Miguelito Valdez, con su éxito Babalú.
Aquí bajo el tono y entusiasmo al recordar el papel de nosotros mexicanos en muchas de las películas. Caricaturizados como holgazanes, bandidos, ladinos, borrachos. Ellas, prostitutas, gritonas, escandalosas, exageradas y, si bien nos iba, el "Latin Lover". ¿Y Cisco Kid y El Zorro? Resulta que no eran mexicanos, eran españoles de la California de la Nueva España, antes de nuestra independencia.
El domingo era día de estreno. ¿Cómo catalogar a nosotros los jóvenes de nuestra generación los años 30, 40? Admiradores, aficionados. No, éramos simplemente fanáticos, hoy "fans".
Y llegó la competencia al salón de baile del cine en la persona de un atlético bailarín moderno muy diferente al estilo de mi pareja favorita. Al fin me acostumbré y acepté su danza fresca y diferente.
Antes de mi partida al norte, llegó al Cine Royal la muy esperada Lo que el viento se llevó, la película "por excelencia", emblemática, se dice hoy.
Mis papás asistieron a la premier un domingo. La exhibieron toda una semana entera. Mi mamá me encargó de llevar a dos tías abuelas el lunes. Y el martes a mi nana Nini, en abril o mayo de 1945. Ya en San Francisco, la volví a ver. En Monterrey, estudiando en el TEC, la repetí. ¿1949?
En 2006, mi hijo Luis Roberto nos regaló en Navidad una versión en DVD. ¡Cómo la gozamos! Y la tengo tan grabada en la memoria, que en ésta omitieron la escena más dramática, de gran alarde de escenografía: la ciudad de Atlanta bombardeada por los norteños yanquis en llamas y la escena es el patio de la estación del ferrocarril. Los vagones, los furgones y las vías del ferrocarril repletas de heridos. El sonido: las explosiones, el fuego del incendio de la ciudad al fondo y los quejidos, alaridos de los heridos, verdaderamente patética, esto era el preludio del final de la Guerra Civil. De antología.
Una aclaración histórica: además del Cine Royal y Cine Rubio, existían el Zaragoza y después el Ángel Flores, los dos sin techo.
El Cine Royal estaba situado a dos cuadras de mi casa, Constitución y A. Serdán, a gatas podría haber llegado fácilmente. La familiaridad con esta institución era la misma que con la que teníamos con la escuela. Parte de nuestra diaria existencia.
Mi asistencia al cine era controlada sin mucho rigor. Una tarde, en cartelera, una película que me tentó, y claro, fuera de mi programación semanal. Quería verla y no resistí la tentación, en lugar de escurrirme, me lancé disparado por la puerta derecha y claro, sin pagar. La señorita "Güera Boletera" ¿Haro? me detectó. Se levantó de su silla a la entrada izquierda. Tomó el teléfono y llamó a mi casa. La conversación fue muy breve: "Gloria, el más chiquito de tus hijos se metió sin pagar". Tal era mi afición o el vicio al cine a tan corta edad.
Ahora le toca al Cine Rubio que no se escapó de nuestras picardías, pero aquí capitaneadas por René, mi primo. Una tarde, nuestros padres nos enviaron a varios primos al cine acompañados por René, que llevaba el dinero para la entrada. Por edades, René, Neto, Kiki, Beto, a gayola, es decir, galería. Pagó y escalamos las escaleras; en algún momento de la función, René agarró a Neto y lo bajó por un tubo pilar y éste se deslizó abajo a preferencia, así por orden, nos fue bajando hasta llegar a palcos, en luneta. Nos quedamos sentados hasta terminar la función. Se encienden las luces y salimos al patio de la entrada. La boletera sorprendida gritó "¿Y estos a qué hora entraron?". No recuerdo si René nos "disparó" un refresco o se embolsó el resto de los centavos, esto para demostrar nuestra devoción al séptimo arte desde niños.
Enrique González Collard*
Mazatleco, patentado en 1930. Con estudios en Filosofía en la Pontificia Università Gregoriana en Roma y Letras en la Universidad de Salamanca, España. Mi bitácora de viajes da fe que soy "escribidor", ¿aceptada por la RAE? ¿O estaré cometiendo sacrilegio? Traductor y amanuense. Adicto a las artes, libros, música. Cine en rehabilitación.