Germán Lizárraga vive una Navidad especial
06 noviembre 2015
"Al niño que se hizo hombre a los 11 años, obligado a sostener a ocho hermanos y a su madre, la vida le regala hoy la oportunidad de recuperar a su familia"
Ariel Noriega
La vida no se ha andado con medianías con Germán Lizárraga, o todo o nada.Fue el primer hijo de don Cruz Lizárraga, el llamado "padre de las bandas", lo vistieron con zapatos en el pueblo de El Recodo, donde todos los niños caminaban con huaraches, o ni eso, fue un niño feliz hasta los 11 años, cuando su padre se robó a una reina de pueblo, y borrón y cuenta nueva, lo perdió todo.
Las Navidades de Germán cuentan la historia de su vida, de recibir regalos y festejar con sus padres, pasó a la más absoluta pobreza, trabajó para sostener a sus ocho hermanos y a su madre, y un diciembre se vio obligado a construir con sus propias manos un caballito de madera con una escoba, para que le amaneciera algo a uno de sus hermanos menores.
A los 11 años recorrió las cantinas de Mazatlán para aprender un oficio que le permitiría recuperar a su padre, a su familia y a miles de seguidores que ven en él al heredero de la historia de la música de banda.
El paraíso en El Recodo
Germán Lizárraga nació blanco como la luna, el dice "güero camarón", con los ojos azules, una hermosa mamá de nombre Cleofas Lizárraga, que se robó su padre, don Cruz Lizárraga, de El Zacate, Concordia.
Era el 12 de diciembre de 1938, el mismo año en que la Banda de El Recodo quedó bajó el mando de don Cruz, además él era dueño de un molino de nixtamal, de ganado; eran buenos tiempos, cuando lo vestían con zapatos, su chorcito y sus tirantes, en un pueblo famoso por sus huaraches.
Los primeros años de Germán fueron cobijados por el éxito de su padre, un hombre carismático que supo adaptar la música de banda a los gustos sinaloenses.
"Mi papá tenía un gran carisma y tenía una forma especial de tocar el clarinete, más alegre, más acorde con el tipo de gente que somos aquí en Sinaloa, eso hizo que la gente reconociera a mi padre como el padre de las bandas", asegura Germán Lizárraga.
Las Navidades de esa época fueron las mejores para Germán, Santa Clos no se arrimaba por El Recodo, pero Diosito le llevaba dulces y carritos, un lujo para los niños de la época. Pero un día llegó una noticia que cambió la vida de la familia para siempre.
"El Crucillo se robó a la reina de Siqueros", recuerda Germán que la gente comenzó a murmurar.
No era la primera vez que don Cruz Lizárraga lo hacía, esa reina fue la tercera mujer que se robada, se llevaba a una mujer y olvidaba a su familia pasada, eso sí, les dejaba todo lo que tenía.
Germán tenía 11 años cuando desapareció don Cruz, y el dinero, y el ganado, y el día que se descompuso el molino, la familia de ocho hermanos y su madre, comenzaron a vivir en la pobreza.
Un caballito para José Ángel
Cuando desaparecieron los zapatos y escaseó la comida, Germán Lizárraga se tuvo que poner a trabajar, vendía agua, quelite y leña, abandonó la escuela y después de un largo día de trabajo apenas lograba juntar tres pesos, que no alcanzaban a cubrir las necesidades de la numerosa familia.
De esos tiempos, Germán recuerda la ayuda de su padrino, Enrique Páez, quien completaba las necesidades básicas de la familia. Las Navidades no desaparecieron, pero se convirtieron en una época triste.
"Fue muy triste, ya no hubo los carritos ni los dulcecitos, yo me acuerdo que para mi hermano, José Ángel, hicimos un caballito con un palo de escoba, no hubo cena, no hubo nada, era una pobreza inmensa", revela.
A pesar de la enorme cantidad de reconocimientos de todo el mundo, fotos de famosos, familia y amigos en las paredes de su oficina, nada puede evitar que Germán se emocione cuando recuerda esa época, su voz se quiebra, los ojos apenas contienen las lágrimas, pero se recupera y asegura que la música le ayudó, no sólo a superar la pobreza, también ha convertirse en el hombre más feliz del mundo.
"Con la música he conseguido muchas cosas, no soy rico, pero soy el hombre más feliz del mundo porque con la música he tenido todo. De niño yo quería ser médico, pero no pude, pero gracias a la música, creo que he logrado más que si hubiera sido médico".
Cuando Germán se dio cuenta que con tres pesos no iba a mantener a su familia, tomó el clarinete que le había regalado su padre, se despidió de su madre y con apenas una docena de canciones en la memoria se trasladó a Mazatlán, a ganarse la vida.
Un niño en las cantinas
Más de tres horas de camino de terracería a Mazatlán, desde El Recodo, revelan un poco el aislamiento que se vivía en esos tiempos. Germán Lizárraga era un niño con 11 años con un clarinete en las manos cuando se acercó a un grupo de músicos de cantina.
"Me encontré con unos muchachos de una banda que le decían El Pajarero y me dieron la oportunidad de irme con ellos a la güipa, de cantina en cantina. Ese día me fui con ellos y gané 20 pesos, era un dineral", dice feliz Germán.
Pero al siguiente día, el joven músico pagó su novatez; cuando llegó al lugar donde lo habían citado se quedó esperando, y unas horas después se dio cuenta que los músicos se habían deshecho de él.
Germán no se amilanó y se puso a recorrer las cantinas y llegó al Charro Negro, ubicada en la zona donde ahora está ubicada la Cancha Germán Evers, ahí se encontró con otros músicos que no le hicieron el feo.
"La verdad yo todavía no garantizaba como músico, por eso me dejaron plantado, pero estos músicos que me hallé me dijeron que me quedara con ellos, a esos músicos yo creo que Dios me los mandó, eran músicos igual o más malos que yo, también estaban aprendiendo", cuenta mientras se ríe.
Esos músicos sin nombre se convertirían en la salvación de Germán, además tenían una ventaja, apuntaban el doble de canciones, lo que al final del día o de la noche le dejaba a Germán 50 pesos diarios.
"Una fortuna, una bendición, yo le mandaba a mi amá y me vestía".
Convencido de que su futuro era la música, el niño de 11 años buscó un maestro, don Braulio Pineda, quien le enseñaba a tocar el clarinete por las mañanas y le permitía salir por las tardes a tocar en las cantinas.
Encuentro inesperado
Una mañana, don Cruz Lizárraga caminaba por la calle Zaragoza cuando escuchó el sonido de un clarinete y se detuvo a preguntar al maestro Braulio Espinoza, quién tocaba la melodía.
"Cómo que no sabes quién está tocando, es tu hijo", cuenta Germán que le contestó el maestro a don Cruz Lizárraga.
Ese día don Cruz Lizárraga no entró a la escuela a ver a su hijo, pero poco después lo fue a buscar a la casa donde Germán vivía con un músico conocido como "El Roñas".
"Es algo que recuerdo con mucho cariño. Cuando uno tiene perdido a un ser querido y va y te busca, a mi edad, empiezan los abrazos, las preguntas, las respuestas, empiezan las lágrimas".
Desde ese momento Germán jamás se volvió a separar de su padre, incluso se fue a vivir a la casa de Albina, la nueva esposa de don Cruz, la mujer que se convirtió en su segunda madre.
Don Cruz se integró con los músicos con los que tocaba Germán, pero debido a su trayectoria se convirtió automáticamente en su líder, bautizándolos como Los Rancheros de Cruz Lizárraga.
Con los años vinieron los éxitos, la Banda El Recodo, las giras por Estados Unidos, la vida conocida de Germán Lizárraga y Navidades donde nunca faltaba nada, hasta que murió don Cruz y la vida volvió a quitarle parte de su familia.
Una Navidad especial
Después de seis años de la muerte de don Cruz Lizárraga y debido a las diferencias con su familia, Germán Lizárraga decide dejar la Banda El Recodo y formar una nueva, Estrellas de Sinaloa.
Pasaron los años y las diferencias con la última familia de su padre seguían preocupando a Germán hasta que este año pasó algo que jamás hubiera imaginado.
"Yo estaba en el hospital, me habían internado con otro nombre para evitar que tuviera demasiadas visitas, cuando llegó Chuyita (viuda de don Cruz), yo me quedé sorprendido, pero fue algo que me conmovió y me sirvió como una medicina".
Pocas horas después llegó hasta la habitación donde convalecía su hermano Poncho Lizárraga, líder de la Banda El Recodo, confirmando el reencuentro con la parte de la familia que le hacía falta. Germán Lizárraga, casi a los 70 años de edad, volvió a estar cerca de su gente.
"Era lo que mi padre hubiera querido".
Esta Navidad, Germán espera reunir a toda la familia y festejar la llegada de Año Nuevo, todos juntos, porque quiere vivir una Navidad especial.