Educar en tres dimensiones

Yolanda Waldegg de Orrantia
02 diciembre 2021

Cualquier padre responsable sabe que la educación de sus hijos es primordial, si tienen oportunidad buscan la mejor, no todos la tienen, desgraciadamente, ni siquiera acceso a escuelas, y harán lo que puedan, pero hay cosas que para educar no se necesita la escuela y muchos que la tienen no se educan en lo más necesario que no se aprende ahí.

Si a un niño se le cría en un ambiente donde no aprende a desarrollar su mente, se le coloca en franca desventaja, los padres lo saben y hacen por lo menos algún esfuerzo para ver que a sus hijos se les dé la oportunidad de educarse y crecer.

También todos los padres estarán de acuerdo que es necesario atender las necesidades físicas de los hijos, alimentación, casa y vestido; a las madres no hace falta recordárselo, siempre lo tienen presente, con sus acepciones, a los padres es más probable que se les necesite recordar, a ninguno responsable y amoroso se le ocurriría dejar a su hijo sin alimento.

A primera vista, la necesidad de enseñar valores espirituales no es tan obvia como satisfacer las necesidades físicas y mentales, no parecen de primera necesidad, siendo la más importante, se puede tener un hijo con excelentes calificaciones, bien nutrido y vestido y ser una mala persona, porque ya sabemos que la inteligencia sola puede crear monstruos de maldad.

Si nos interesa formar un carácter positivo en los hijos, hay que ocuparse de sus necesidades espirituales, es la tercera dimensión de una persona y el éxito de un padre es lograr formar buenas personas, no eruditos ni atletas solamente.

Hay padres que no quieren imponer a sus hijos valores religiosos hasta que esté en edad de decidirlo por sí mismo, no es más que un subterfugio muy cómodo y de los peores.

También deberían esperar a preguntar a sus hijos si quieren ser vacunados o si quieren ir a la escuela y hacer tareas, confiarían esos padres en el criterio de esos niños de 6 años para elegir su régimen alimenticio, a qué hora deben acostarse y etcétera?

Para cuando lleguen a esa edad ya habrán influido, que es lo que según querían evitar, de hecho le está diciendo claramente a su hijo que como la fe y la religión no forman parte de su vida, seguramente no son importantes, es natural porque un pequeño nunca pensará que sus padres hacen nada malo.

Muchos piensan que para qué sirve si quienes la tienen son igual de mentirosos, incoherentes, hacen cosas indebidas, sí, en la tierra no hay santos, sí hay muchos pecadores que, por lo menos, intentan serlo cada vez menos y la religión nos detiene de muchas cosas indebidas.

Cómo estaríamos sin ella, pero aparte de eso, la religión da sentido a la vida, nos habla de que no termina al morir, que sólo cambiamos de domicilio y volveremos a vernos, si cumplimos con las instrucciones del viaje, que los que tratan de ser buenas personas no tienen el mismo final, que el de los malvados, que si no hay justicia aquí la hay allá.

Por eso la religión es esperanza, es alegría de saber que hay un ser todo poderoso que te hizo porque te ama y por eso te cuida y te sostiene en los malos momentos, es el brazo que nos sostiene, la mano que nos levanta, el hombro en qué llorar, el abrazo que reconforta, la alegría y paz de saber esas cosas, que debería de notársenos, no siempre lo logramos.

Todo esto les negamos cuando no educamos el espíritu, todas las antiguas civilizaciones chinos, griegos, egipcios, romanos y las de Mesoamérica reconocieron que el hombre es tridimensional.

Su aspecto espiritual es el más importante y el más descuidado, la condición espiritual del niño es el factor determinante de lo que será más tarde. Porque del alma del hombre fluyen sus actitudes y estas no, sus aptitudes son las que determinarán su altura en la vida. En último análisis, la profundidad de su espíritu determinará la altura de su éxito.

Debemos tener un equilibrio razonable en toda nuestra vida, de nada sirve una cabezota si el cuerpo está mal nutrido, flacucho y enfermizo, de nada sirve un cuerpo magnífico, bello y sano, si tiene una cabeza de corlito y de nada sirve el cuerpo espectacular y la cabeza llena de saberes, si la persona es mala, no sabe convivir con los demás, es egoísta, cosas por el estilo.

El problema de nuestro tiempo es que exageramos en las otras dos, pero no con la fe religiosa.

Pues más vale tarde que nunca, estamos comenzando el tiempo de preparación para Navidad, no la más importante, pero sí bonita fiesta de familia, a la Sagrada Familia la festejamos una semana después, festejamos que el Hijo de Dios se hizo hombre para salvarnos y quedarse entre nosotros en la Eucaristía.

Al final está en nuestras manos recuperar el verdadero sentido, que no es correr y comprar, no está en excesos, sino en el silencio de un nacimiento chiquito, baratito o grandioso, cada quien sus recursos, pero que no falte.

No es la fiesta ase Santa Clos, sino la del Bebé entre la paja; no es comprar regalos para cumplir a quien probablemente ni lo ocupe o guste, ni del montón de regalos a niños que los van a dejar en menos de una semana, ni de comer con glotonería los platillos navideños o tomar hasta caer.