Escritor, editor y autocorrector

Juan José Rodríguez
11 julio 2021

“En su obra, el artista debe ser como Dios en su creación: invisible y todopoderoso. Se lo debe sentir en todas partes, pero no vérsele jamás”.

Eso lo decía Gustave Flaubert, uno de los padres de la novela moderna. Los críticos franceses afirman que el único.

Algunos creen que ese puesto le toca a Dickens o Víctor Hugo, pero la obra de Flaubert posee más sentido artístico, aunque conmueva menos que la de Hugo, salvo la trágica Madame Bovary.

Victor Hugo, como Dickens o el también francés Balzac, escribía folletines y dejaba muchos descuidos o correcciones a criterio del editor o el impresor. También Cervantes fue así.

Es con Flaubert que el novelista comienza a cuidar forma y fondo, buscando una constante estética en cada párrafo. Trabajar la prosa como un cuadro barroco o un pulido medallón de alabastro.

Hacer una prosa cuidada, cincelada, sin texto o descripción sobrantes. Con eso dejó la vara muy alta.

Uno termina siendo su propio editor. Un trabajo necesario que suele ser invisible en la escritura, el cine y el periodismo.

La vida de un escritor es un verdadero infierno comparada con la de un empleado, decía Roald Dahl, autor de Las brujas y Willy Wonka. El escritor tiene que obligarse a trabajar. Ha de establecer sus propios horarios y si no acude a sentarse a su mesa de trabajo no hay nadie que le amoneste.

Lo malo de “leer como escritor” es que luego no te gusta nada: ves los trucos o costuras a la primera hojeada como el arquitecto que entra a una finca hecha por otro arquitecto... El problema real es que luego ya no puedes escribir ni leer con naturalidad y te acabas amargando.

En este oficio tarde o temprano te topas con alguien mejor que tú. No por eso tienes menos talento o estás acabado. Y tampoco te falta mucho por hacer. Cada quien juega en su liga y la cosa es hacerlo con gusto y divertirse.

Es muy triste llegar a viejo y ver que no hiciste obra como escritor o tener conciencia de que quedó en nada... apuesto que eso es lo que carcome a muchas grandes figuras y les hace portarse erráticamente, aunque uno los vea desde un pedestal.

Ese drama también lo vi en algunos amigos, pero por fortuna en menor intensidad.

Hacer narrativa es sacar a pasear a las palabras. Hacer poesía, es salir a bailar con ellas. Publicar un libro... bueno, eso ya es toda una relación con sus ires y venires; gracias y desgracias; pasión, desvelo, dudas y sorpresa.

Hay algo insuperablemente hermoso y puro en el lenguaje: nos pertenece a todos. El lenguaje es la representación más interna de la realidad, y nos posee y arroba a quienes lo gozamos o construimos usándolo a diario.

El mundo no es lo que vemos. La realidad es diferente y el arte nos ayudar a entrever lo verdadero.