Jerusalén

Presbítero Amador Campos Serrano
08 septiembre 2021

Una larga historia, plena de complejidades, raíces perdidas en remotos orígenes, campo del mito que ofrece explicaciones legendarias, hoy Jerusalén convive al lado de ciudades con perenne legado. Poseedora de un pasado lleno de conflictos y polémicas, levanta su figura mostrando un paradójico destino.

El lugar, hoy ocupado por la ciudad de Jerusalén, fue habitado desde el paleolítico por pueblos denominados, de manera genérica, como cananeos en los textos bíblicos.

Con estos pueblos se dio, entre los milenios 5 mil y 4 mil a. C. una pacífica invasión por parte de pueblos de raza semita, convirtiéndose en una convivencia no exenta de actos de violencia y se extendió hasta la edad de bronce.

En el Siglo 15 a. C. la región cae en manos de los egipcios, hasta que en el año 1250 a. C. se inicio la conquista de la tierra de Canaan, dirigida por Josué.

Finalmente David, el gran rey y estadista de los judíos, conquistó de manera definitiva la ciudad de Jerusalén, proclamándola capital del reino.

La asunción de Jerusalén como capital del reino fue dirigida y acompañada hábilmente por David, erigiéndola como centro político y religioso. Durante el reinado de David y continuando con su hijo Salomón, la ciudad alcanzó el mayor esplendor, en cuanto a lo urbano, a lo político y a lo religioso.

Diversas vicisitudes acompañaron a la ciudad y reino tras la muerte de Salomón, decayendo la dinastía y dividiéndose el reino en dos partes, que convivieron de manera tormentosa hasta su caída; primero, el reino del norte y enseguida el reino del sur, conquistados, ambos, por las nacientes potencias hegemónicas que los rodeaban.

En el reino del sur, conocido también como reino de Judá, siguió conservando la dinastía descendiente de David, cuya capital siguió siendo Jerusalén, mientras que el reino del norte, llamado reino de Israel, tuvo como capital a Samaria y fue gobernado por varias dinastías, según se iban desplazando unas a otras.

Durante el cautiverio, la situación del pueblo hebreo se tornó muy difícil, aun cuando llegó a haber periodos de una relativa paz y prosperidad, durante este periodo el concepto de Jerusalén, como capital del reino, fue evolucionando, de una concepción meramente política-terrena a una concepción más espiritual, con alcances hacia una visón universal: Jerusalén sería la capital de todas las naciones.

Con la llegada de Jesús y su paso por este mundo, Jerusalén será el escenario más trascendente del universo: El lugar de la muerte de Dios.

Este trágico privilegio no disminuyó su glorioso destino, sino más bien lo ratifica, al ser también el lugar del triunfo definitivo de Jesús en su resurrección.

Convertida en figura del lugar de la eterna bienaventuranza, la Jerusalén terrena es símbolo de la Jerusalén celestial; hacia ella caminamos a través de nuestro peregrinar por este mundo, hacia la definitiva liberación, hacia el triunfo eterno de Jesús.