La Fórmula de la Felicidad: Hay miradas que hablan por sí solas

Óscar García
29 noviembre 2019

"Una reflexión acerca de lo que hay detrás de la mirada de las personas"

Un viernes de locura emocional me termina de despertar en las primeras horas de la mañana; confabulan y me retan una serie de eventos y circunstancias capaces de alterar al más grande pecho frio o gurú de la inteligencia social y emocional.

8.15 de la mañana, tráfico de locos, más 32 grados Celsius que marca el tablero, indican que el otoño marismeño es digno del Trópico de Cáncer; sin querer queriendo, la mente viaja en piloto automático hasta la escuela designada para realizar el Voluntariado Tec.

8.30, busco una sombra para protegerme del Sol, unos buenos tragos de agua me traen al aquí y ahora mientras llega el resto de los participantes, mi mirada contempla a detalle mi alrededor y con sorpresa, recibo grandes dosis de afectividad positiva que van contribuyendo en una mejora a mi estado de ánimo.

Los saludos de rigor, mientras en la cancha de usos múltiples van apareciendo las miradas inquietas de los estudiantes de primaria, los maestros preocupados por su comportamiento, ellos con gran naturalidad dan rienda suelta a su energía.

Primera conexión electrizante: hacer contacto con sus miradas, con sus sueños hasta con sus miedos. Noviembre es el mes del nacimiento de mi madre, quizás es lo que me pone sensible en los recuerdos y más con sus famosos refranes.

Ella me repetía constantemente que “basta una mirada para entender que detrás de aquellos ojos se esconde algo muy profundo en el interior”. Los ojos, esa ventana que nos permite ver el alma, siendo utilizados desde la antigüedad como un medio maravilloso para conocer más y mejor a los seres humanos.

¿Alguien no ha experimentado ese juego de miradas que van de una madre a su hijo? Creo que todo tenemos en el baúl de los recuerdos de juventud las horas que podíamos estar intercambiando miradas y suspiros en esas experiencias de enamoramiento. MI madre afirmaba “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Entre mis recuerdos y pensamientos, llega la foto protocolaria. Percibí que quedan a mis espaldas dos inquietos niños por su golpecito desintencionado sobre la espalda. Con mi mirada hacia el frente, hago la invitación para que se muevan y salgan en la foto, trato de ayudar a uno de ellos para pasarlo por encima de mi cabeza, en ese breve momento es donde empieza la historia de esta columna.

Suelto una pregunta todavía sin hacer contacto visual, ¿cómo te llamas? Y solo recibo de respuesta: “estoy enfermo”. Con la intención de validar mi escuchar, insisto dos veces más con la misma pregunta y recibo dos veces más la misma respuesta, pero en cada ocasión, su voz refleja más coraje y frustración. En mi intento de conectar, cambio la pregunta, “¿cuántos años tienes?” Su respuesta fue una luz en mi indagación: “tengo 9 años, pero no me vas a creer”. “¿Por qué no te voy a creer?”, fue mi siguiente pregunta. Con la diferencia de buscar sus ojos, sentir su mirada, como preparación, dibujé mi mejor sonrisa, respiré conscientemente buscando regalar a mi corporalidad toda la bondad posible.

Parece que conseguí el objetivo, creo que esperaba una cara de susto al comparar su edad y su estructura corporal, al contrario, lo acerqué más a mí, buscando generar confianza, tan solo una pequeña dosis de confianza. Al sentir que lo había logrado, elaboré mi respuesta: “híjole, no te digo la mía porque tu si te vas a asustar”. Su rostro dibujó una leve y maravillosa sonrisa para preguntar “¿por qué?”; “dirás que viejito esta este señor” y así inicio una conversación con el reto de adivinar mi edad. Nos interrumpe el grito de ¡foto, foto! Momento de posar para la misma.

En esa breve pausa, mi piel erizada responde a las emociones que me provoca mi propia reflexión. Soy un convencido que el mundo necesita nuestro testimonio, nuestra voluntad, nuestra profunda intención para recobrar el valor de la mirada de los seres humanos. Contar con la capacidad de descubrir en lo que expresan los ojos de una persona, cuánto dolor y alegría son capaces de transmitir, el medir el poder de la compasión para identificar sufrimiento y gozo en la búsqueda contante del sentido de la vida. ¿Se imaginan el potencial de esperanza que anhelamos las personas y que está contenido en una mirada?

Una vez escuché que “la cara es el espejo del alma y si hay alguna parte que deba llevarse esa carga emocional, son sin duda los ojos”. ¿Qué nos gustaría que expresaran esas miradas que nos acompañan en nuestro camino por la vida?

Estamos a punto de iniciar el último mes del año, el mes de las promesas, de las reflexiones, de las ausencias, de las fiestas y las celebraciones, de los regalos y los antojos, de las reuniones familiares; ¿cómo sería si a estas celebraciones les agregamos un espacio para vernos a los ojos, comprender esas miradas y conectar con todo el poder del alma?

Gracias a Voluntariado Tec que me regaló la oportunidad de disfrutar intensamente el poder de una mirada. Concluyo mi columna con una pregunta: ¿cómo podemos apoyar más a los seres humanos a vivir en la Tierra con los ojos puestos en el cielo?

En la próxima entrega, descubriremos más de la mirada de mi amigo inspiración. Seguimos en contacto a través de mi página @LicOscarGarciaCoach,