La Ruta del Paladar. Cazuela: un platillo con alma sinaloense

Julio Bernal
12 marzo 2020

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CULIACÁN, Sin._Cuando tengo antojo de cazuela y no hay tiempo para cocinarla en casa, indiscutiblemente acudo a El Pipirín del Garmendia, siempre y cuando esté en turno la entrañable Carmen Bastidas, con quien me pongo al día en términos de amistad, pero además aprovecho para que no me falte el abrazo de la máxima exquisitez del mercado Garmendia, nada más y nada menos que la actriz Martha Salazar, mi amiga íntima desde hace mil años.

 Entretenida en su negocio como zapatera prodigiosa y a quien conocí en la prehistoria, junto con Norma Ley, durante una representación de la obra Cúcara y Mácara, de Óscar Liera, por aquella época en que el antiguo caserón que fuera el hogar de la familia Almada Calles, era el escenario común y perfecto para los montajes del Taller de Teatro de la UAS.

 Ya nos dejaron Norma Ley y también Óscar Liera, la edificación que les digo es la Casa de la Cultura de la UAS y lleva el nombre de Miguel Tamayo, también ausente, aparte de la escritora Rosa María Peraza. Y la poeta Dora Josefina Ayala. Y la pianista Mago de Corona. Y el actor Germán Benítez Borrego.

 Y el pintor Salvador Sánchez. Y el trovador Pedro Calderón. Y la vestuarista de muñecos Dolores Gaxiola. Y el guiñolero Pedro Carreón. Y así. A todos ellos los relaciono con aquel recinto universitario; y con el devenir de la vida, y de la muerte, muy seguido Martha Salazar y yo nos ponemos a rememorar, los añoramos sin remedio. Y me aferro al abrazo de ella. Como a la vida.

Carmen y Héctor Bastidas

 Y qué curioso: a Carmen Bastidas la conocí por esa Época de Oro del Teatro Universitario, porque siempre asistía a las funciones, junto con su esposo, el futbolista Benjamín Iriarte Fárber, y me ganó el corazón durante el verano de 1989, cuando les dijo a los hijos de Rosa María Peraza que, cuando se les ofreciera, podían ir a comer gratis a El Pipirín, porque la poeta y yo, junto con otros compañeros, estábamos en huelga de hambre en el portal de la Casa de la Cultura de la UAS.

 Quizá por eso me encanta su cazuela sinaloense. Pero estoy mintiendo, porque en realidad su platillo tiene sabor y perfume de hogar, me provoca la nostalgia casera, me hace recordar a la cocina de mi madre, porque está hecha tras esa herencia gastronómica que ha corrido de generación a generación, de abuelos a nietos, con ese caldo vivaz -de carne y vegetales- que te reanima el espíritu.

El Pipirín del mercado Garmendia, local 32 exterior.

 Esta vez que fui nos acompañó Héctor Bastidas, hermano de Carmen, con quien concluí que sin lugar a dudas podría hacerse una analogía entre la cazuela y el ramen, como dije en la entrega anterior.

 Y es que si el ramen tiene un caldo fortificante, ya no se diga el de la cazuela; y es que si el ramen viniera acompañado con rebanadas de cerdo ahumado, la cazuela contiene sabrosos trozos de pecho o falda de res; y es que si al ramen le añaden champiñones, la cazuela cuenta calabacita y zanahoria; y es que si al ramen le ponen ajonjolí, la cazuela se adorna con el garbanzo. Y elote por fideos. Y repollo por algas. Y ya no se diga del topping, porque en ambos hay cilantro y cebolla.

Sopa Ramen

 

Pero yo acabo de comer cazuela a las 11 de la mañana y tan feliz como siempre. Si se le antoja, vaya a El Pipirín del mercado Garmendia, particularmente al local 32 Exterior, donde son especialistas de este platillo con alma sinaloense. Y escríbame: contacto@al100xsinaloa.com